Un epitafio posible "se equivocó en todo"

Un epitafio posible "se equivocó en todo"
Por:
  • wenceslao_bruciaga

A Alberto Litchi

Cuando Guillermo Fadanelli presentó Funerales de hombres raros, mi novela de homosexualidad pérfida, excesiva y soft porn editada por Jus hace algunos años, muchos homosexuales me acusaron de ser un escritor gay de homofobia internalizada que incitaba a la homofobia externa; un seudotraidor a la causa, cualquiera que sea ésta. Decían qué cómo pude haber invitado a un macho como Fadanelli:

Me dan igual (las mujeres y los homosexuales); sin embargo —señala—, prefiero estar con mujeres (el mundo femenino es mi origen y mi sepultura), pero sobre todo aprecio al ser individual e independiente —en la medida de lo posible— de su definición sexual. Y mientras no jodan a los demás con su particularidad genérica, ni los molesten a ellos y puedan ejercer sus libertades civiles, son parte del paisaje en el que predomina esa carne parlante conocida como ser humano.

Tiene toda la razón: como que la homosexualidad no nos sabe si no la andamos echando en cara a cada rato.

Lo invité por una sencilla razón: gratitud. Cuando emigré de Torreón, con una camisa de empleado de gasolinería gringa, tal como lo dictaba la tiranía grunge, y un montón de

cuentos que habían sido bateados de los talleres literarios de la Comarca Lagunera por mal escritos y gore, pero sobre todo por la música gringa imperante, Guillermo Fadanelli fue el único que se atrevió a publicarlos en Moho, la revista de literatura, ensayo y arte, disidente y extrema, que impuso un radical antes y después en la historia de los fanzines, las revistas y los libros con sus diseños alterados, probablemente la primera editorial independiente de México:

¿Independencia con respecto a qué? —reflexiona Fadanelli—. Conozco tantas publicaciones o artistas que se dicen independientes y que se encuentran atados a prejuicios, a ideas paralizadas. La creación requiere de libertad, de una honradez casi maniaca y de la fortuna.

Recuerdo perfectamente la primera vez que me topé con un par de ejemplares de Moho, en el Tianguis del Chopo. Aquellas portadas de psicodelia casi críptica y los textos diseñados bajo un auténtico espíritu punk, sin respeto por los márgenes, me cautivaron como el tipo de la barba más maciza y cerrada de un club leather. De inmediato sentí la necesidad de ser parte de ello, más identificado con todo ese delirio perturbador que con los pasquines gays propensos a lamerse las heridas. También fue Fadanelli quien publicó mi primer libro de cuentos, Tu lagunero no vuelve más, y me ha aguantado tantísimos desplantes, berrinches y dramas inherentes a la homosexualidad, digan lo que digan.

Ya pasaron más de veinte años de eso y Guillermo Fadanelli se ha convertido en un referente obligado de la literatura mexicana, desde el mainstream hasta el under rudo, el pensamiento filosófico, la crítica, la observación incisiva.

Sí, soy bien pinche fan, como cualquier joto que, de manera inconsciente, busca iconos que son salvavidas para flotar en los mares de un mundo inevitablemente hetero. En mi caso, Fadanelli me ha aportado más fuerza, anarquismo, rebeldía (sobre todo en estos días en que los derechos gays nos van dejando al nivel de mascotas de los bugas) y destierro e insolencia que cualquier Lady Gaga santa de la autoindulgencia gay.

Fadanelli se ha convertido en un referente obligado de la literatura mexicana, desde el mainstream hasta el under rudo, el pensamiento filosófico, la crítica.

Como bien dice Fadanelli en El idealista y el perro:

No intento comprender sus acciones ni tampoco saber por qué sufren o caen de la silla, sino ser digno de la simpatía que me causan (los amigos), ser agradecido como deben serlo las personas que tienen miedo y angustia a todas horas.

En una columna reciente dejaste muy en claro que agrupar a las personas bajo el mote de una generación era un acto de mediocridad, pero por lo visto, a la gente le encanta; hace poco me acusaron de ser Generación Moho/Fadanelli, ¿en verdad existirá esto?

Quien lo dice tendrá sus razones. Pero no quiero escucharlas. Damos definiciones porque el miedo nos asalta y carcome.

En Meditaciones desde el subsuelo señalas que el pasado es un mito de graves consecuencias. ¿Qué ya no hay de aquel Guillermo Fadanelli que fundó la revista Moho a principios de los años noventa?

El impulso de la destrucción y la necesidad de un orden capaz de salvarme del caos continuo. Yo soy escritor, por desgracia para mí inclusive. La postura del escritor frente al teclado es la de un signo de interrogación. La revista, como lo he escrito en este suplemento, fue una franca rebelión y una toma de postura que consistía en carecer de postura. Una guerra contra el todo (diría Lyotard) y lastimados por el inconveniente de haber nacido entre tanto bulto inconsecuente. De la revista queda el mito y mis huesos; también la influencia en un buen número de artistas y lectores. Los compadezco.

Recuerdo perfectamente una de las frases que de algún modo definía el espíritu de la Editorial Moho: “Salud para los enfermos, virus para la gente sana”, y en tu libro Meditaciones desde el subsuelo dices que, sin las enfermedades, los seres humanos estarían incompletos y decepcionados. ¿Qué ha significado la enfermedad para Guillermo Fadanelli?

Un delirio romántico y un destino. La enfermedad no se encuentra separada de mí. Yo soy una variante de la enfermedad y por lo tanto del cambio constante; la salud es el silencio del cuerpo, de la mente dormida. No conozco a nadie saludable y sólo un arrogante cree que está sano cuando sabemos que en los próximos minutos comenzará a desmoronarse y hacer evidente su debilidad. En la Editorial Moho el sentido de la enfermedad, del sufrimiento, la comicidad y estupidez de la salud se relacionan con el relato breve y subjetivo. En cada escritor vive un náufrago y ojalá a todos se los trague el mar.

¿Te ves como padre de la contracultura mexicana?

Eso se lo dejo a los payasos y a quienes reclaman para sí un pedazo de tierra en el aire. La contracultura es un concepto político, acomodaticio, que busca el progreso y la celebridad. A mí me alienta la idea de la cultura y el arte subterráneo en contra de lo perdurable. La oscuridad negra ilumina algunas de las acciones que se dan en las macilentas y a veces lúcidas grutas de la cultura subterránea. Cuántos fanzines, bares y revistas, artistas y perros callejeros, bandas crudas y sin refinamiento desaparecieron y dieron arcilla o fundamento para que los oportunistas, afortunados o “grandes señores” se hicieran famosos y acapararan los reflectores.

Meditaciones desde el subsuelo es un tremendo libro de ensayos en el que planteas una especie de revalorización de la literatura como medio para tocar la libertad, la crítica y el cuestionamiento. ¿En qué se ha convertido la literatura desde los tiempos de la fundación de Moho?

Yo no concibo el tiempo antes o después de Moho. No nos refirimos a una iglesia ni a un monacato, sino a un destello. El libro que mencionas está despierto a través de una pregunta: ¿Para qué sirve la literatura? Aún más: ¿La literatura posee alguna función importante en estos tiempos de barbarie y tecnología, de democracia fallida (democracia como concepto y estructura, no como simple mecanismo de votos) y cinismo político, de

crimen y penuria civil? Transité, del malestar íntimo por la existencia, a la pregunta acerca de la imbecilidad política de mis contemporáneos. ¿La literatura es capaz de marcar un camino alternativo? Yo creo que sí. La literatura y el arte crean mundos menos inhóspitos que aquellos a los que nos condenan los poderosos en México y la mayor parte del mundo. Yo hubiera preferido haber nacido en un establo —como soñaba Cioran— en vez de hacerlo junto a hombres que se piensan civilizados y progresistas, pero que destruyen, humillan, acumulan bienes para atragantarse con ellos. No respondí a la pregunta que me propuse construir en el libro citado, pero ensayé hipótesis, juegos y digresiones. Cualquier libro que ofrezca respuestas puntuales merece mi desprecio (eso refiriéndome al campo literario, no al científico).

La enfermedad no se encuentra separada de mí. Yo soy una variante de la enfermedad y por lo tanto del cambio constante; la salud es el silencio del cuerpo, de la mente dormida. No conozco a nadie saludable.

En su libro Mis modelos de conducta, John Waters hace un repaso de todas las malas influencias que determinaron su pensamiento, estilo creativo y casi filosofía de vida. ¿Hubo en tu caso alguna mala influencia que definiera tu destino como escritor?

John Waters es la prehistoria y fue una pésima influencia para mí. Inventé la literatura basura empujado por sus películas. Creo que fue una sabia ocurrencia. Waters me te-

nía sin mayor cuidado, pues fue una adicción pasajera o falsa. El cine no me influyó al punto en que lo hizo la literatura: Bukowski, Hubert Selby Jr., Jorge Ibargüengoitia, Jonathan Swift, Mark Twain, Ricardo Garibay. Yo soy un intelectual (¿cómo hemos llegado a despreciar esa palabra y lo que significa? Lo sé, pero no me interesa explicarlo: que alguien organice seminarios al respecto). Me declaro intelectual porque el placer que ocupa la mente es liberador, sexual y provocador. La música no es mi estandarte, como sabes, querido Wenceslao; pese a haber organizado tantas fiestas o tocadas en los antros más asquerosos de esta ciudad y ser amigo de tantos músicos. El glamur me irrita. La música debe estar de fondo, pues una vez que toma el primer plano te convierte en su esclavo; ninguna adicción ni paraíso se encuentra a la altura de la música. Para extender esta afección basta releer las consideraciones de Nietzsche y Schopenhauer. También escribí y dirigí videos. Sin embargo yo no soy precisamente un freak, como Waters. Si lo fuera tendría el pasado y futuro solucionados.

Por cierto, ¿cuál es tu película favorita de Waters y por qué?

Todas me gustan, en especial Viviendo desesperadamente. Sobre todo por sus metáforas escatológicas y su alusión a la bella porquería.

La música no es tu estandarte, pero, ¿tienes algún disco al que recurres para escribir?

No. Escucho a Chopin, sus Nocturnos y cuando estoy ebrio escucho la Polonesa. Chopin la escribió para mí.

¿Cuáles son tus tres discos favoritos de todos los tiempos?

No tengo favoritos. Ni siquiera recuerdo el nombre de los artistas o las canciones. Aunque puedo mencionar Bedtime for Democracy, de Dead Kennedys; Goo, de Sonic Youth, y algún álbum de Celia Cruz.

Tus primeros libros eran de una brutalidad surrealista y directa al hígado que nos influenció a no pocos y que aterrorizaba al lector común, sobre todo por su grado de incorrección política. ¿Cómo serían recibidos esos cuentos en estos tiempos donde la corrección política ha desplazado a la imaginación despiadada o la crítica cínica?

No tengo idea. Ha pasado más de una década. Sin embargo, el humor, el temperamento, la flema encuentra los pasillos para llegar a los sótanos del alma. A mí me han censurado periódicos y publicaciones de izquierda y derecha. Hoy ya no es lo mismo: a excepción de los conservadores más atarantados, se me permite escribir sobre lo que desee. Los libros publicados y mi cinismo honrado me respaldan. El que los censura a ellos soy yo. Me he vuelto un cascarrabias y me doy cuenta de que la edad no es garantía de nada. Lo repito por enésima ocasión: prefiero a los lectores que, aún jóvenes, siempre han sido viejos o a los viejos que nacieron muertos.

¿Cómo llegamos a estos tiempo actuales, en los que la corrección política está a punto de convertirse en la policía del pensamiento?

El fascismo posee los rostros más diversos. Y hoy, en nombre del pluralismo y la igualdad, se cometen barbaridades feudales. La corrección política es una aberración sólo si esconde fascismos en cierne. Si alguien se dice feminista o ecologista y tras su mote esconde al dictador que desea que el mundo sea pensado, fabricado y administrado a semejanza de sus ideales, entonces puede considerarse mi enemigo. Su feminismo

o machismo no es un humanismo. Yo valoro mucho la libertad y la cortesía; el político correcto que se aferra a una bandera sin reflexionar o poner en entredicho sus convicciones me despierta desconfianza. La traductora de Roberto Bolaño en Estados Unidos señaló Lodo como una novela misógina. Y su voz fue seguida por la crítica acrítica, por la bandada y la academia fútil. Por fortuna tengo relatos y dos novelas traducidos al inglés. Una de las pruebas de que no me importa la censura o el prejuicio es que han pasado muchos años de ello. Sin embargo, siempre habrá alguien que vaya a contracorriente: estos hacen el mundo en el que yo prefiero vivir.

La traductora de Roberto Bolaño en Estados Unidos señaló Lodo como una novela misógina. Y su voz fue seguida por la crítica acrítica.

Me atreveré a decirte que mis libros favoritos son Educando a los topos y El idealista y el perro, con mención honorífica a La otra cara de Rock Hudson, pero me estoy desviando. ¿Tienes un libro consentido o que más hayas disfrutado escribir?

Educar a los topos y Al final del periférico, quizás porque mi infancia y adolescencia laten en esas novelas. Y ya sabes: uno nace, es niño y muere siendo niño. La madurez es un timo. Hotel DF tendrá también su momento y será revalorada, pero por fortuna estaré bien muerto.

¿Que es la elegancia para Guillermo Fadanelli?

Intentar serlo, siendo pobre y careciendo de cultura. Las personas gentiles y que no discriminan a priori. Y también son elegantes quienes buscan desaparecer socialmente y pasar inadvertidos.

¿Y cómo ha logrado sobrevivir Moho en estos veinticinco años? ¿Sus puertas están abiertas para cualquier escritor?

No. Cada vez que alguien desea escribir o publicar en Moho tiene en mí a un enemigo potencial. La editorial ha sobrevivido gracias a Yolanda Martínez y también al auxilio de René Velázquez de León (diseñador), y sobre todo a sus escritores (como Balmori, tú, Rafa Saavedra, Ari Volovich, Bonet, Blanc, Guadamur, Tizano, Kyzza, Pacheco, Alejandra Maldonado, Constanza Rojas) y sus lectores. No hay escritor de Moho por quien no sienta yo cierta admiración, aunque prefiero a unos más que otros. Me refiero a sus libros, no a su persona. Pero tenemos problemas económicos; no queremos ser una empresa grande y Yolanda terminará matando ese proyecto que comenzó hace veinticinco años. Ella tiene otras preocupaciones más cercanas a la videodanza, y yo estoy cansado y dedicado sólo a escribir mis libros y a pagar mi renta y mis vicios. Seguiremos en la sombra.

Tus últimos libros son de un cargado pensamiento filosófico que me recuerda, un poco, a Milan Kundera. ¿Cómo llegaste a este punto?

No soy filósofo, sino un ensayista literario que a veces publica sus disertaciones o preguntas. Pronto abandonaré esa vena y fundiré ambos géneros que, desde Montaigne y Rousseau, van unidos. Ya lo hice de alguna manera en El hombre nacido en Danzig. Allí ocurrió algo curioso. Dispuse que los filósofos charlaran en lenguaje coloquial, que fueran sencillos y en apariencia mortales o burdos —para ello leí casi todas sus obras desde hace veinte años—, pero a ciertos críticos les molesta la sencillez y prefieren la acrobacia barroca, la pedantería y el orden lineal de la historia. Para mí la novela representa el caos y el deseo pírrico de un orden, siempre inalcanzable. De allí mi gusto por la digresión. En fin, otra obra para el futuro.

¿Matas el tiempo pensando en cómo serás recordado?

¿Ser recordado? ¿Por quién? La gente que más he querido está muerta o se ha alejado de mí debido a mi carácter. Quedan dos o tres. Cuando muera el mundo se va a la tumba conmigo.

¿Quién escribirá tu epitafio?

Alguien que pase por allí —si es que tengo tumba o puedo pagarla—, que pinte con un crayón lo que le salga de la conciencia. Otro epitafio, el último que se me ha ocurrido es: “No ames a nadie”, pero es cursi. En todo caso prefiero: “Se equivocó en todo”.