El casi orgánico vínculo que surge entre personajes y escenarios dentro de un universo cargado de humanidad, y que solo se consigue en el stop-Motion a través de la manufactura artesanal con su acabado dejando entrever las huellas del proceso creativo, aquí alcanza altos niveles de melancolía al estar al servicio de una historia sumamente personal que entre visiones de colores tenues y sombreados sucios que reflejan los resabios del paso de lo cotidiano, se plantea como introspección y, a pesar de estar ubicada en la Australia de los 70s, redunda en temas de abrumadora vigencia.
Si, es bastante obvia la metáfora sobre un niña aficionada a coleccionar caracoles quien al ser separada de su hermano mellizo, que por cierto tiene una inusual fijación con el fuego, se deja atrapar por sus inseguridades e incapacidad para enfrentar el mundo. Sin embargo, empezando por que desde una perspectiva de sorna desencantada la narración en primera persona, y que aparentemente dura lo que dicho animalito tarda en recorrer el jardín en una irónica analogía sobre la lentitud con la que a veces nos decidimos a enfrentarnos con nosotros mismos; ofrece entrañables reflexiones sobre la ansiedad, los complejos y las obsesiones, ponderando la importancia de apreciar lo que hay a nuestro alrededor, mirarnos a través de los ojos de los demás y avanzar tomando las oportunidades para descubrir lo maravilloso de la existencia, a pesar de su brevedad y de estar definida por la constante pérdida.
La disertación de estos personajes tan imperfectos como cualquier ser humano, además se enriquece con apuntes a la naturaleza trágica del artista y múltiples detalles en los objetos que ya sea con las etiquetas de los frascos o las portadas de los libros y similares, refieren rasgos culturales y algunos legados escritos de quienes enfrentaron batallas emocionales y mentales similares.
Es cierto que los tiempos de los pasajes se llegan a desfasar y la relación entre algunos de los personajes apenas se desarrollan lo suficiente, pero con Memorias de un Caracol, película de Adam Elliot -Mary and Max (2009)- traída a México por Cine Canibal, estamos ante una obra donde lo genuino del fondo, y el encanto de la animación tradicional en la forma, comulgan en el plano de la inteligencia emocional para tocar fibras sensibles y ser tan cautivadores y agridulces como lo tragicómico de la vida.

