La paranoia claustrofóbica alimentada por la Guerra Fría y la amenaza nuclear que infestaba las secuencias de la novela gráfica El Eternauta —considerada el primer antecedente en español de dicho formato—, cuya publicación comenzara hace más de sesenta años convirtiéndose en una desasosegante analogía a cerca de la dictadura en Argentina, de la cual terminó siendo víctima el autor y su familia —fueron torturados y desaparecidos a finales de los 70—; aquí es más que convenientemente sustituida por el colapso social latente y casi inminente de nuestros tiempos.
Es eso lo que, no sin evitar del todo seguir algunos lineamientos de la fórmula ensayada hasta el hartazgo por las producciones de epidemias y desastres, dígase el afán por encontrar a un ser querido como una de las motivaciones principales, y la inclusión del consabido personaje incómodo; hace funcionar la contextualización y puesta al día de esta historia sobre un puñado de gentes atrapadas por un aparente fenómeno climatológico que irrumpe acabando con los habitantes de Buenos Aires, permitiendo una natural y necesaria reinterpretación de los arquetipos que eran muy adecuados de acuerdo a su tiempo, pero que hoy resultarían un tanto obsoletos e incluso incorrectos tomando en cuenta que no se trata de una adaptación de época.
De tal modo es que el joven héroe, otrora lleno de sensatez y con una alta estatura moral, aquí transmuta en un padre de familia mayor —encarnado por un Ricardo Darín siempre hábil a la hora de elaborar personajes afectados y al borde del descontrol— que así como hace valer su viejo entrenamiento militar, tiene que lidiar con los efectos postraumáticos de la guerra.

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Lo mismo sucede con la imagen de la esposa tradicional y totalmente indefensa que tenia que cuidar a una niña, quien ahora tiene su propia voz y por momentos se convierte en el llamado a la conciencia ante lo desesperado de las circunstancias que van más allá de la comprensión humana.
El dramatismo cargado de fatalidad que surgía de arrancar del entorno doméstico al modelo de familia convencionalizado, para llevarle a un situación límite en las calles plagadas de muertos y con los sobrevivientes atrincherados, y que al retrasar la explicación del mortal ataque hacía eco de las ansiedades y miedos que generaba el fascismo y las invasiones extranjeras, esta vez se concentra mucho más en exponer las fracturas en el tejido urbano y la falta de civilidad, adentrándose en los matices del individualismo y que a la hora de formar fracciones desesperadas suele sacar lo mejor y lo peor de las personas, sin omitir algunos autocuestionamientos y cierta crítica política.
La propuesta visual no solo se concentra en recrear con verosimilitud una ciudad latinoamericana destruida y bajo una muy peculiar nevada, sino que deja que la palidez de la luz consuma la mayor parte de los espacios, para asemejarse a los trazos delgados sobre blanco de la viñetas que le sirven de base, y aunque a veces durante el transitar del protagonista extienden innecesariamente la observación del entorno en la búsqueda de reforzar la tensión que ya tienen construida, amén de que la explicación de las reglas a las que obedece la amenaza en cuestión, se establecen de manera un tanto confusa.
El Eternauta de Netflix es una digna adaptación que ofrece sugestivas novedades a los fans, y para nada arruinará la experiencia de lectura para aquellos que a partir de esta serie se acerquen a la obra original de Héctor German Oesterheld y Francisco Solano López, que por cierto es publicada en México por Planeta Libros.
cehr

