Era evidente el potencial que para desarrollar una miniserie ofrecía la vida de las hermanas María del Jesús y Delfina González Valenzuela, conocidas como Las Poquianchis, quienes a mediados del siglo pasado asesinaron a más de 90 personas mientras encabezaban una red de trata de personas y prostitución en Guanajuato y Jalisco.
Pero si además se planea desarrollarla a partir de la genial reinterpretación literaria cargada de crítica y sorna, perpetrada sobre el caso en 1971 por el mismísimo Jorge Ibargüengoitia, claro que el proyecto se convierte en el vehículo ideal para un cineasta como Luis Estrada, quien en 1999 alcanzó la cumbre de la sátira social fílmica con La Ley de Herodes.
Y eso es precisamente lo que sucede con Las Muertas, producción de Netflix, que se convierte en el natural encuentro entre dos talentosos contadores de historias definidos entre otras cosas, por su agudeza y arrojo a la hora de diseccionar y exponer a la sociedad mexicana.

Adiós al Polivoz que legó personajes icónicos de la comedia familiar
Incluso en las variantes que se permite la adaptación, como la de un preludio en el que las picadas y contrapicadas hilvanadas con primeros planos anuncian lo descarnado de los crímenes alrededor de los cuales habrá de tejerse el drama, se transpira el cautivador entendimiento de la obra original con el cual propone una truculenta complicidad.
Luego se extiende a través de una minuciosa puesta al día de los códigos propios del cine negro de arrabal surgido en el cine mexicano durante los 50, aquí llevado con suma naturalidad al entorno rural encapsulando a los personajes con las miradas a través de los parabrisas y ventanillas de los coches, mientras deambulan entre carreteras polvorientas, viejas gasolineras, cantinas sucias y casonas de pueblo convertidas en burdeles, que los devoran reclamando su respectivo protagonismo.

El sesgo de pesquisa policiaca sobre la que Ibargüengoitia estructuró la narración en un recorrido por diversos géneros periodísticos aquí es materializado con un pulso más sutil en la búsqueda de su propia identidad y naturaleza de producto episódico, reforzado con inciertos visuales que refieren a los periódicos y otros impresos de la época, con un traslado exacto de los títulos de cada capítulo del libro.
La gestual y corporalidad de los personajes sólo bordea lo suficiente el esperpento para no desbocarse en el ridículo que le pudiera alejar de la verosimilitud, y dejar que sea la ironía de algunos diálogos en situaciones específicas lo que apunte a cierta sátira. Minuciosa tarea a la que actrices de la talla de Arcelia Ramírez, quien le agrega la justa carga de humanidad con procesos internos de amarga subversión ante su propia miserabilidad en todos los sentidos, acompañada de una Paulina Gaitán, hábil y contundente al jugar entre la furia y la vulnerabilidad para ir del arquetipo de femme fatal, ese que solía funcionar como el mero y enigmático detonador de la perdición del protagonista, al empoderamiento de un modelo de personaje femenino, quizás demasiado sexualizado por la literalidad de algunas escenas, pero confrontativo y más que capaz de las mismas atrocidades que el hombre.
Está claro que a la obra de Jorge Ibargüengoitia no le hacía falta una adaptación, es innegable su valía literaria más allá de la lamentable vigencia del tema criminal al que alude; pero la revitalización funciona y es bueno tenerla porque nos ha traído de regreso a Luis Estrada en una de sus mejores versiones.

