Sabemos que el famoso encapotado creado por Bob Kane y Bill Finger en 1939, es un personaje capaz de soportar casi cualquier tratamiento, pero esta vez llama la atención lo natural que resulta dentro del rango del entretenimiento su traslado a un entorno prehispánico.
Empezando por ese espíritu de marginal sumergido en una batalla eterna contra el crimen, lo cual le convierte en una representación de la resistencia emparentándole de inmediato con el rol que asumiera el pueblo mexica ante su caída, algo que en Batman Azteca: Choque de Imperios está más que entendido.
Luego hablemos de la naturaleza carnavalesca de su galería de villanos con psique fracturada, la cual aquí no sólo comulga a la perfección con el uso de máscaras, cascos y tintes faciales por parte de los indígenas, sino que conecta con la cosmogonía del contexto para que funcionen como perfectas alegorías de los hechos, dígase el caso de Dos Caras que encarna ese hipócrita discurso del conquistador siempre consumido por la ambición -porque tales acciones, sean del pueblo que sean, no obedecen a otra cosa-.
Lo mismo el Joker, que una vez más, al ser reconvertido en alguien que, al ver cuestionadas sus creencias más profundas y su relación con las divinidades, se sumerge en la locura y es capaz de las peores atrocidades, funciona como un reflejo de lado enfermizo de la sociedad. Y qué decir de la desconcertante condición mística que adquiere Poison Ivy, o el epílogo en donde otro de los más populares antagonista de El Hombre Murciélago encuentra un retorcido e interesante rol religioso dentro de lo que queda como promesa de darle continuidad a este universo planteado como una insólita ucronía.

Por supuesto otro punto importante es el protagonismo que siempre reclama Ciudad Gótica con su esplendor convulsionado por el caos, y que esta vez tiene su equivalente en templos y acueductos cuyo colorido se torna fúnebre en los momentos indicados, manteniendo la identidad que le otorgan a través de una estilizada propuesta visual costumbrista.
La trama se encauza sin desperdicio aprovechando como materia prima para estirar la tensión los impensables niveles de sorpresa e incertidumbre que generaba en los indígenas la irrupción de los extranjeros. Hay congruencia en su versión ficcionada de los registros históricos y el sentido básico de los hechos sobre los que se construye, con un sólido desarrollo respecto al contexto en la génesis de los villanos y del protagonista que, aunque luce menos sombrío a lo acostumbrado, se mantiene como un vigilante castigador impulsado por la sed de venganza, y hasta encuentran la manera de justificarle una variante de la respectiva identidad secreta.
El diseño de personajes con base al estilo de línea clara y definición angulada curiosamente pareciera recordar las ilustraciones de los materiales escolares, claro que sumamente depurado en secuencias que contrastan la sobriedad de las conversaciones con las escenas de acción explotando en acercamientos trepidantes mientras los bati-artefactos hacen un discreto, pero ingenioso, acto de aparición.
Es cierto que Batman Azteca: Choque de Imperios, dirigida por Juan José Meza-León, no escapa de los tópicos de la fórmula a la hora de la inclusión del interés romántico, el respectivo mentor y el entrenamiento, pero sin duda todo lo antes mencionado, aunado al minucioso trabajo de los actores a cargo de las voces en español encabezados por un minucioso Horacio García Rojas, quien sabe proyectar los matices del amargo proceso que vive el personaje; es más que suficiente para ponerle por encima del promedio de las películas recientes del universo animado de DC, y justificar por completo el que se estrene en pantalla grande.


