Son muy evidentes los hilos detrás del truco al volver a apostar en esta secuela por la fórmula del “show dentro del show”, con un atraco que siempre parece intrascendente por más que quieran justificarlo al hacer víctima de él a una villana ambiciosa y sin escrúpulos. Sin embargo desde un principio funciona el mecanismo para, tras una un tanto desangelada segunda entrega de la saga -Los Ilusionistas 2 (2016)-, conseguir revitalizar las aventuras de este célebre grupo de ilusionistas conocido como “Los Jinetes”, quienes cual modernos “Robin Hoods” se dedican a robarle a ricos deshonestos y exponerlos durante sus espectáculos, restituyendo luego a sus verdaderos dueños el dinero recuperado, claro, sin dejar de repartir un poco entre sus fans.
Es tan llamativa entre reflectores la introducción de los nuevos magos, cuyos perfiles obedecen a las actuales y necesarias tendencias en los roles dentro del entretenimiento -dígase una chica autosuficiente tanto en lo mental como en lo físico por ejemplo-, así como es ágil la sucesiva aparición de los ya conocidos integrantes del equipo interpretados por Jesse Eisenberg -Vivarium (2019)-, Woody Harrelson -El triángulo de la tristeza (2022)- y compañía, esto gracias a una serie de giros que cual engranes encajan a la perfección dentro de una trama con el robo de un diamante incluido; que a nadie le preocupa la excesiva facilidad del acceso de los protagonistas a la tecnología, la inverosímil rapidez con la que preparan los artificios, o la conveniencia de la participación policíaca según sean sus necesidades de lucimiento.
La cámara casi siempre en movimiento se desliza con soltura delineando estilizadas secuencias de acción con ímpetu escénico para redondear el acto de ilusionismo completo, mientras la imaginería de la ficción se nutre con interesantes referencias históricas como la del mítico Jasper Maskelyne, mago británico responsable de ingeniosos engaños que supuestamente ayudaron a derrotar a los nazis en África durante la Segunda Guerra Mundial.
Con Los Ilusionistas 3: Ahora me ves, ahora no, el director norteamericano Rubén Fleischer -Tierra de zombies (2009)- sabe jugar sus cartas y aludir a la disposición del espectador para comprar las convenciones, para así ofrecer un efectivo producto de mero entretenimiento, y de paso recordarnos lo disfrutable que puede resultar una historia de venganza, por más rebuscado, extravagante y hasta ridículo que sea el plan para conseguirla.


