Quienes desean llegar a Jerusalén, ya sea por un peregrinaje a los centros religiosos más importantes de diferentes religiones del mundo, se deben trasladar en carretera desde Tel Aviv, en Israel, alrededor de una hora en una carretera casi nueva y de muchas curvas, la cual revela la ciudad de oro y fuego.
El contraste de una vieja metrópoli al interior de la joven nación de Israel no sólo se da en las religiones que conviven todos los días, ni en las personas de diferentes naciones que asisten a la también llamada Tierra Santa, sino también en la actualidad se construyen edificaciones para crear una nueva Jerusalén, la cual, es considerada por los israelíes su capital.
- El Tip: se levantó hace más de cinco mil años entre Oriente y Occidente. Su patrimonio la ha llevado a convertirse en la Ciudad Santa para tres religiones monoteístas.

Grandes edificios y amplias vías enmarcan la modernidad en un territorio que ha sido habitado desde milenios atrás; y todas estas edificaciones, nuevas y viejas, están construidas con la piedra del mismo nombre que la ciudad. Una roca caliza amarillenta que provoca que, sin importar la hora del día, el reflejo del sol, al tocar las construcciones, el panorama se vea de color oro.

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Luego de adentrarse por diferentes calles, ya sea en auto o a pie, y siguiendo las señalizaciones en tres idiomas: hebreo, árabe e inglés, uno llega a la antigua ciudad amurallada, aquella que, de acuerdo con la tradición cristiana, caminó Jesús de Nazaret la vía dolorosa rumbo al monte Gólgota.
Pero también es el lugar donde se encuentra el Domo de la Roca, un santuario islámico ubicado en la Explanada de las Mezquitas, que protege la roca desde donde, según la tradición musulmana, Mahoma ascendió al cielo.

Es el destino donde también está el Muro de los Lamentos, el vestigio más importante del antiguo Templo de Jerusalén y un lugar sagrado de oración para el judaísmo, donde los fieles depositan plegarias escritas entre sus piedras.
La ciudad de Jerusalén no sólo es sinónimo de la pasión y la fe, sino también una puerta a la nostalgia; de sonidos, mantras y palabras que el tiempo no ha podido fulminar, pues los pueblos y las religiones que confluyen intentan salvar de la modernidad avasalladora que todo lo tiende a destruir.
Murallas y fuego. Después de las pascuas judías y cristianas de este año, en la ciudad de Jerusalén amanece bajo un calor provocado por un sol potente, pero las ráfagas de aire que recorren los estrechos pasillos de la vieja metrópoli logran aliviar el bochorno.

Son siete puertas que dan la bienvenida a propios y extranjeros. Una de ellas es la de “la basura” al oriente de la ciudad vieja, que en la antigüedad era un desahogo de toda la suciedad de la ciudad.
A pocos metros de distancia, se alza la entrada al Muro, custodiada por la policía de Tierra Santa. Más allá de los arcos de seguridad, una explanada vasta enmarca el Muro de los Lamentos, el último vestigio del Segundo Templo Judío. Durante casi seis siglos, en este sitio se guardó la presencia simbólica de Dios en la Tierra.
Antes de tocar el muro, hombres y mujeres deben entrar por separado. Pero el primer paso es esencial: lavarse las manos en oración, una tradición judía que purifica el alma antes de acercarse al sagrado muro. Los hombres deben portar el solideo o kipá.
Frente a la imponente pared, el aire se llena de devoción. Judíos y judíos ortodoxos elevan sus plegarias a Dios a través del muro, sumidos en cánticos y murmullos en hebreo o yiddish —el lenguaje que se hablaba en el gueto de Varsovia, vestigio de las diásporas seculares—, mientras el fuego de la Torá arde en sus corazones.
En la vieja ciudad, también se encuentra la Vía Crucis, el camino que recorrió Jesús de Nazaret antes de ser crucificado en el Monte Calvario. Los fieles pueden recrear el camino que avanza por 14 estaciones, desde el palacio de Poncio Pilato hasta el Santo Sepulcro, solamente hay 600 metros de distancia.
Hoy en día, recorrer la ruta que caminó Cristo es prácticamente imposible, a menos que se pudieran atravesar los muros. La ciudad ha cambiado considerablemente desde entonces. Sin embargo, lo que se transita en la actualidad es una representación geográfica de esa vía.
El camino de los fieles y de turistas avanza entre diferentes barrios, como el musulmán, donde hay diferentes comercios de recuerdos y de comida, entre ellos dulces, como el baklava, un singular postre de hojaldre y relleno de pistache. También se ofertan los recuerdos, como rosarios, imanes, cruces y hasta mapas topográficos de Israel.
Las personas también se encuentran con los olores de la comida que se prepara en las casas y en los comercios, en los que muchos se especializan en shawarma, rollos de carne de pollo, pavo o res tipo pastor. Además de que pululan los puestos de fruta en los que los plátanos y las grandes naranjas son protagonistas.
El punto final del recorrido es la iglesia del Santo Sepulcro, oculta tras una pequeña puerta negra que da paso al gran patio en el que luce el atrio coronado por una cúpula gris y un campanario.
Dicha iglesia está custodiada por cinco más, como la Católica Romana, Ortodoxa Griega y Copta, Armenia Apostólica y Siria Ortodoxa. Más adentro, la Capilla del Santo Sepulcro marca el sitio donde se cree que Jesús fue enterrado y resucitó, un espacio reverenciado por su conexión con el misterio central de la fe cristiana. Finalmente, la Cruz de la Crucifixión, ubicada en la parte superior de la iglesia, recuerda el último sacrificio de Cristo, donde el altar se erige sobre el lugar de la ejecución, en el Gólgota, en medio de un silencio profundo que invita a la reflexión por un largo tiempo.
