Una mujer cuando se convierte en madre comienza a darse cuenta de que su cuerpo ha dejado de ser suyo en su totalidad conforme ve crecer a su bebé en su vientre, después te vas dando cuenta que no solo es tu cuerpo lo que ha cambiado, porque ha quedado distinto y porque ahora tiene una cicatriz que te recordará por siempre ese día de vida.
Pero pasa el tiempo y entiendes que no solo es el cuerpo lo que perdiste, sino que tu manera de ver la vida ha cambiado radicalmente; que aquello que conocías como el amor más increíble hacia tu pareja, hoy ha pasado a otra personita.
La vida se transforma, porque tus principales metas, el triunfo y los logros ahora son compartidos, y aún y con tu individualidad, sabes que lo que te mueve es ese ser pequeñito que ya está contigo.
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En fin, podría escribir tantas cosas que cambian en la vida de una mujer tras ser madre que siempre al escuchar a Cecilia Flores, mujer y madre mexicana que perdió a dos de sus hijos y no ha vuelto a saber nada de ellos desde hace 9 y 5 años (2015 y 2019) cala hasta lo más profundo del cuerpo.
Es difícil creer que exista alguna mamá que no se convierta en activista de sus hijos y su familia, porque las garras y la bravura salen a flote para defenderlos cuantas veces sean necesarias, pero a las madres que no han vuelto a ver a sus hijos porque un día se fueron y no volvieron, porque alguien se los llevó a la fuerza, porque su pareja se los quedó y los desapareció de su vida, el activismo natural se transforma en ferocidad y se vuelve indomable.
Desde hace tiempo quería acercarme a ella, retratarla, estar cerca y sentirla con mi piel de madre y mi corazón que se rompe cuando escucha a mujeres-madres que pasan por esta situación.
Gracias a la invitación de mi amiga Lourdes Mendoza a la presentación del libro de Cecilia Flores “Madre buscadora. Crónica de una desesperación”, es que pude escucharla y mirarla como quería.
En la prontitud de vida y sus múltiples distracciones, detenerse a ESCUCHAR y MIRAR de frente y de cerca a alguien, es un privilegio y sobre todo una irrepetible oportunidad para crear un vínculo real con alguien, aunque no la conozcas, aunque nunca sepa tu nombre.
Fui con mi cámara y busqué su mirada, y también encontré la de la señora Virginia Ponce quien no volvió a saber de su hijo hace 4 años en el estado de Jalisco.
Ven y no ven, miran hacia el fondo del salón, pero no hacen ningún tipo de gesticulación. No cambian la dirección de la mirada. Ni el maquillaje, ni cómo las iluminen, ni qué ropa se pongan, les cambia el semblante de agotamiento, de angustia, de coraje, de tristeza, de dolor y de vacío.
Su piel se ha curtido más con el sol, pero eso solo es una capa visible ante los ajenos, como usted y como yo.
Encontré una mirada vacía, y que no se sostiene al escuchar parte de su crónica en el libro, que se baja cuando hablan de su necesidad de moverse de casa cada tanto tiempo por cuestiones de seguridad, o cuando hablan de los restos humanos que va encontrando en terrenos baldios y que ella los ve y sabe que son de un hijo o hija de alguna madre que nunca supo más de ellos.
Cuando alguien más hablaba, ella miraba hacia el fondo como si mirara su propio escenario. Yo la veía y me preguntaba ¿qué verá? ¿qué pensará? ¿podrá ver en imaginario a sus hijos cada que hablan de ella y su labor?
Si el cuerpo y vida de una mujer cambia cuando es madre, perder a un hijo te convierte en una madre que se queda sin más de la mitad de vida.
A Cecilia la sientes, a Virginia o Vicky como le dicen, la sientes. Sus crónicas son tan dolorosas que te roban el aliento, que se te va la respiración, que te ubica en la terrible realidad en la que vivimos y que no nos damos cuenta.
Cuerpos de hombres y mujeres que están abandonados tan cerca de nosotros, que tienen nombre y apellidos, que tienen madre y quizá padre, que tuvieron una historia que los hicieron llegar hasta allí.
Cecilia, Vicky y el resto de las mujeres que son parte de estos colectivos de madres valientes y amorosas que buscan pico y pala y salen a buscar entre basura, tierra y nada, algo que les dé una esperanza que ese resto humano lleno de tierra pueda ser de su hijo.
Ellas siguen llorando como si apenas fuera ayer y nos duelen a nosotras como si fueran nuestros.
¿Para dónde se mira cuando tus hijos no volvieron aquella noche? ¿Para dónde se mira cuando ven todos los días muerte?
Sus rostros sin arrugas, sin líneas expresivas mas que las del llanto, son las que pueden ver en este par de retratos que hoy comparto.
Mi corazón de madre ganó a mi rol de fotógrafa.
Pero eso buscaba, y reafirmé el poderoso cambio de una mujer cuando se vuelve madre, porque nunca dejamos de serlo, aún y que los hijos no vuelvan más.