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Maíz transgénico: una defensa de lo irrenunciable

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Importar maíz transgénico en forma de jarabe, almidón o alimento para el ganado no amenaza directamente la biodiversidad, ni la agricultura de México. Llevamos años importando este tipo de derivados. Entonces, ¿por qué tanto revuelo sobre el maíz transgénico?

La clave no está en lo que comemos, sino en lo que cultivamos. Tras el fallo del panel del T-MEC, la decisión de la Presidenta Sheinbaum de permitir la importación de derivados del maíz transgénico, pero prohibir su siembra no es un capricho nacionalista, ni un rechazo irracional a la ciencia moderna. Es un acto de defensa estratégica de nuestro patrimonio agrícola. Mientras el jarabe de maíz puede cruzar las fronteras sin riesgos mayores, el polen de las semillas transgénicas sí representa un peligro real para la biodiversidad del maíz.

Si permitimos la siembra de maíz transgénico, corremos el riesgo de que las variedades nativas sean contaminadas genéticamente. No hablamos sólo de una pérdida simbólica o cultural; sería perder uno de los mayores bancos para la adaptación agrícola al cambio climático. De hecho, se trata de una paradoja: México debe prohibir hoy la siembra de maíz genéticamente modificado, incluso para preservar la posibilidad de crear futuras variedades modificadas, adaptadas a los desafíos del calentamiento global. Analicemos esta contradicción.

México no es una nación agrícola cualquiera: es el centro de origen y diversidad genética del maíz. Esto significa que las 64 variedades nativas de maíz del país representan una biblioteca viva de rasgos genéticos, adaptados durante miles de años a una amplia gama de entornos. Desde terrenos de gran altitud, hasta valles propensos a la sequía, estas variedades contienen las claves de los rasgos que podrían resultar críticos en la lucha contra el cambio climático, como la resistencia a la sequía, la tolerancia a las plagas y la resistencia al calor.

Por ello, si el maíz transgénico se plantara ampliamente en México, su polen contaminaría las variedades nativas a través de la polinización cruzada. A diferencia de las importaciones de jarabe de maíz, que no interactúa con el medio ambiente, la siembra de maíz transgénico crea un riesgo real e irreversible de homogeneización genética. Si se produjera la contaminación, resultaría casi imposible separar los genomas nativos de los rasgos modificados genéticamente y patentados. Esto podría dar lugar a la pérdida de genes únicos y adaptados localmente, justo cuando el mundo más los necesita.

¿Pero al proteger las variedades nativas de la contaminación, México permite que biopiratas en el extranjero puedan aprovechar esta riqueza genética para lucrar con cultivos resistentes a la sequía o resistentes al clima? Es un riesgo, claro.

Proteger esta diversidad genética significa que los futuros esfuerzos de modificación genética, ya sea mediante el mejoramiento tradicional o con técnicas avanzadas de edición genética, seguirán teniendo un amplio reservorio natural. La de México no es una decisión abusiva, como las que le gustan a Trump, es una elección responsable y generosa, que tiene como beneficiario a la humanidad entera.

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