Esta semana se confirmaron las sospechas. Catar, el principal financiador del grupo terrorista Hamas, pagó durante meses, en pleno conflicto, el sueldo de uno de los asesores más cercanos al primer ministro israelí. Este asesor tenía acceso a cientos de documentos clasificados y a la inteligencia de guerra. El mismo dinero que financió los atentados del 7 de octubre es ahora la fuente de ingresos de uno (y quizás más) de los asesores de Netanyahu. ¿Difícil de creer, cierto?
Durante años supimos que Netanyahu autorizó la transferencia de millones de dólares en efectivo desde Catar a Gaza, para financiar a Hamas. Las transferencias, alegaba el primer ministro, formaban parte de su “estrategia de seguridad” para mantener la calma. Sin embargo, nunca imaginamos que los nexos entre el reino de Catar y Netanyahu fueran tan directos y profundos. La investigación ha avanzado; ya hay dos detenidos, y se rumora que el Shabak, el servicio de seguridad interna, está por concluir su pesquisa. Si Netanyahu estaba al tanto de los pagos o incluso recibió él mismo dinero catarí, estaríamos hablando de nada menos que de traición a la patria.
Contra las cuerdas, Netanyahu recurrió a un recurso conocido: el caos. En contra de la voluntad popular y sacrificando el destino de los secuestrados que aún permanecen con vida, sin mencionar a los civiles palestinos, Bibi reactivó la campaña militar en Gaza. En contra de toda norma, y aparentemente también de la ley, y mientras su propia investigación está en curso, Netanyahu decidió destituir al líder del Shabak, Ronen Bar, quien, en respuesta, acusó al primer ministro de destituirlo precisamente para perjudicar la investigación. Estas acciones, incluso para Netanyahu, son extremas, y la calle no tardó en responder. Miles de manifestantes marcharon hacia su oficina bajo la lluvia, en una clara demostración de fuerza. La corrupción, el egocentrismo y la colusión son intolerables.

¿Y si en la propia 4T frenan la electoral?
Se avecinan días difíciles, días de definición. Después de despedir al jefe de las fuerzas armadas, al comandante del mando central y al ministro de seguridad, una de las pocas salvaguardias de la democracia israelí era el servicio de seguridad interna. Ahora ya no queda. Netanyahu también planea despedir a la fiscal general en los próximos días y cambiar el proceso legislativo para influir en la composición de la Corte Suprema. Si Bibi lleva a cabo estos pasos, sólo quedará un último obstáculo para lograr sus objetivos: el público. A los cientos de miles que se levantarán en su contra no podrá despedirlos.
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