Espacio simbólico y real, concreto, visible. Sitio de encuentro rodeado de historia donde niñas y niños, familias y servidores públicos conviven de forma cotidiana, tanto en el simulacro sísmico como en el ejercicio cívico-institucional del Zócalo Ciudadano.
En la principal plaza del país hay una señal clara: el espacio público puede dejar de ser propiedad del poder para ser de la ciudadanía.
Si las y los menores pueden apropiarse de ella a través del Zocalito de las Infancias —ejercicio pensado e instruido por la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, para celebrarles en su día— es porque el Estado abandona la lógica de la imposición vertical para abrirse al diálogo horizontal. No se trata de un espectáculo, sino de una inversión en el tejido cívico, en la confianza social.

Reconocimiento al Ejército
Los espacios como el Zócalo, cuando se transforman en foros de recreación, juego, deporte y cultura permiten la apropiación positiva del entorno y devuelven a las instituciones la posibilidad de reconstruir su legitimidad a través de la cercanía.
No es menor que haya mesas con servidores públicos sentados y dispuestos a escuchar a las infancias en sus necesidades. El Zócalo Ciudadano destinado a ellas. Gesto potente: el poder que se sienta y escucha, en lugar de blindarse y mandar. Abrir espacios es un rompimiento con la indiferencia y violencia institucional.
Una apuesta difícil de entender si no se enmarca en tragedias compartidas. El terremoto de 1985 fue parteaguas en la relación entre ciudadanía e instituciones. La parálisis del gobierno de Miguel de la Madrid, su incapacidad para reaccionar generó la movilización ciudadana espontánea, desbordante, profundamente solidaria. Despertar cívico que desnudó la fragilidad del Estado autoritario y mostró la fuerza de la sociedad organizada.
En 2017, más de tres décadas después, esa memoria colectiva se activó con una precisión asombrosa. Nuevas generaciones, muchas nacidas después del 85, repitieron los gestos de solidaridad sin que hubiera enseñanza formal. Esa capacidad de respuesta no se explica sin una conciencia cívica creciente.
En medio de esa historia de autoorganización hay un elemento institucional que merece ser defendido, los simulacros sísmicos. Pocos ejercicios del aparato público tienen un valor tan simbólico y operativo al mismo tiempo. El de ayer, como estimó la secretaria de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil, Myriam Urzúa, concentró a casi 8 millones de personas, impulsadas por un detonante perfectamente socializado: la alerta sísmica difundida desde los altavoces del C5, que registró una efectividad de 99.04 por ciento.
Participar es un acto de responsabilidad cívica, de fortalecimiento en la cultura de la prevención.
Abrir el Zócalo a las infancias es un mensaje político de primer orden. El Estado dialoga con las y los niños, les celebra y protege desde un acompañamiento institucional y cívico.

