Se cumplieron 80 años de una de las fechas más significativas en torno a la conclusión del acontecimiento más atroz del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial.
El 7 de mayo de 1945, en Reims, Francia, el Ejército alemán se rindió ante el comandante de las tropas aliadas, Dwight Eisenhower, y al día siguiente se anunció la capitulación incondicional del régimen nazi en Berlín, Alemania. De ahí que haya trascendido el 8 de mayo de 1945 como el Día de la Victoria en Europa, fecha en que las potencias aliadas (Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética) derrotaron a Alemania.
Meses antes, desde que, en junio de 1944, los aliados desembarcaron en Normandía, el péndulo paulatinamente se inclinó en su favor, hasta llegar al preámbulo de la victoria: el suicidio de Adolfo Hitler, el 30 de abril de 1945 y el linchamiento de Benito Mussolini, dos días antes. El conflicto global estaba cerca de su fin, pero aún faltarían dos episodios clave y terribles: los bombardeos atómicos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. La guerra dejó como saldo la muerte de entre 70 y 80 millones de personas —dependiendo de la fuente—, destacando el exterminio nazi de más de seis millones de judíos.

Magnicharters, de pena
A ocho décadas de distancia, hay importantes lecciones de historia. Lo fundamental, el nuevo orden surgido de la posguerra. Como fue necesario contar con el apoyo soviético para vencer al Eje, la URSS obtuvo como botín Alemania Oriental y la mayoría de los países de Europa del Este. Como se sabe, dichas concesiones siguen siendo costosas, en términos de la influencia perniciosa del actual gobierno autoritario de Rusia. Curiosamente, la sucesión de dirigentes soviético-rusos se ha alejado tradicionalmente de la celebración del 8 de mayo, para conmemorarla el día 9, dado que, al momento de la efectiva capitulación de Berlín, ya era el día siguiente en Moscú. La propaganda, desde entonces, exagera el rol histórico del Ejército Rojo, con un desfile en el que se exhibe el poderío militar (con el fin, entre otros, de inhibir, no sólo a otros países, sino también a la oposición interna). La celebración de Putin este año es ejemplo vivo de ello.
Otro de los aspectos en los que es pertinente poner atención es que justamente en aquellos días, mientras Francia celebraba por todo lo alto la victoria aliada, su ejército atacaba, el mismo 8 de mayo, a los insurgentes argelinos en Sétif y Guelma. Estos hechos fueron determinantes para que Argelia consiguiera su independencia, en un entorno generalizado del más grande proceso de descolonización de la historia, que se aceleró particularmente en las décadas de los 60 y 70. Las antiguas potencias coloniales mantienen, a la fecha, complejas relaciones con sus otrora dominios, especialmente con importantes desafíos en materia migratoria.
Entre los momentos memorables en estas ocho décadas destaca la esperanzadora ola democrática que recorrió al mundo en los años 90, tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana. Comparativamente, hoy no es el mejor momento en ese rubro. En estos mismos días tocó la formación de un nuevo gobierno en Alemania, resultado de unas elecciones en las que los votantes se dividieron entre fuerzas democráticas y antidemocráticas —como si no hubiera caído el Muro—. Y en el Vaticano se eligió a un nuevo Papa, León XIV, cuyo primer y contundente mensaje fue por la paz en el mundo; especialmente oportuno, considerando la invasión rusa de Ucrania, la guerra en Gaza y los conflictos internos en Sudán, Yemen y Somalia, así como los actos hostiles entre India y Paquistán, que —por ahora— parecen haberse amortiguado.

