En Estados Unidos, el gobierno de Trump está haciendo algo que hasta hace unos meses parecía impensable: combatir con toda la fuerza del Estado al sistema universitario de ese país, el sistema más rico, admirado, poderoso del mundo. ¿Es una locura lo que está haciendo? ¿O más bien responde a un cambio de paradigma? Lo primero no me preocupa mucho, lo segundo, en cambio, me espanta. Es probable que las universidades, tal y como las conocemos hoy en día, desaparezcan dentro de pocos años. Las que sobrevivan se tendrán que transformar radicalmente para seguir existiendo.
Trump dijo que el dinero que dejará de dar a Harvard lo destinará a escuelas de formación técnica. Aunque no dio detalles, suponemos que esas escuelas tendrán un modelo educativo muy diferente al de las universidades como Harvard. Seguramente, las nuevas instituciones educativas ofrecerán todos sus estudios en línea o de manera híbrida. Si uno observa el plan de la nueva Universidad Rosario Castellanos, podrá constatar que algo semejante ya se está implementando en México por el Gobierno federal.
Las universidades se han convertido en empresas, privadas o públicas, que consumen enormes cantidades de recursos, muchas veces de manera innecesaria, incluso ofensiva. Las colegiaturas que cobran algunas universidades privadas son excesivas. Para entrar en ellas, hay que provenir de una familia rica o pedir un préstamo que se deberá pagar durante décadas. La universidad ha dejado de ser, como lo fue en el siglo pasado, un recurso garantizado de ascenso social. Aunque hay universidades para todos los bolsillos, las mejores se han convertido en instituciones inalcanzables para la mayor parte de la población. En Estados Unidos la Universidad de Harvard tiene un porcentaje de admisión de 3.2 por ciento. En México, la UNAM, menos del 10 por ciento. No debe extrañar, por lo mismo, que se las vea como instituciones elitistas que no responden a los intereses del grueso de la población.

No tardó la respuesta
¿Saldrá la gente a las calles de las ciudades de Estados Unidos para defender a las universidades? No lo creo. A la mayor parte de los estadounidenses no le interesa ese asunto. Por otra parte, hay que reconocer que el conocimiento ahora se adquiere de otras maneras. Si usted busca en Internet, encontrará cursos gratuitos de cualquier cosa, al nivel que usted requiera.
¿Qué sentido tiene que un joven estudie una carrera profesional si todo lo que aprende durante largos años lo puede hacer una IA en cuestión de segundos? ¿A quién prefiere usted contratar? ¿A un abogado que le cobrará una fortuna por sus servicios o a una IA que hará lo mismo por unos cuantos pesos? ¿Quiere los planos arquitectónicos para construir una casa? ¿Para qué contratar a un arquitecto si lo puede hacer una IA? ¿Quiere la interpretación de una radiografía? ¿Para qué pagar a un médico si una IA hace lo mismo más rápido, más barato y seguramente mejor? ¿Qué sentido tiene formar abogados o arquitectos o médicos ahora que contamos con la IA?
Siempre podrá haber algunas personas que estudien derecho o arquitectura o medicina por gusto, por la satisfacción personal de entender el proceso legal o aprender las reglas del diseño arquitectónico o conocer el funcionamiento del organismo humano. Algunas de esas personas podrán dedicarse a la investigación de punta en esas disciplinas y podrán publicar sus resultados en revistas especializadas con las que luego se nutrirá la IA. Es más, en ocasiones podrán hacer avances significativos en sus campos de estudio, lo que significará un salto hacia adelante en el conocimiento, pero quienes hagan todo lo anterior serán muy pocos. En vez de que la sociedad necesite miles de abogados o arquitectos o médicos, apenas requerirá unos cuantos, sólo dos o tres.
La desaparición del modelo universitario del siglo anterior es uno de los cambios radicales que seguramente veremos en el mundo por la irrupción de las nuevas tecnologías y por su impacto profundo en la economía y la sociedad globales. Ya ha pasado antes en la historia. Instituciones que parecían eternas desaparecen por cambios estructurales. Para mí, que he pasado le vida dentro de la universidad tradicional, como estudiante y luego como académico, ese cambio será brutal. No imagino mi vida sin ella.
