“La marcha del orgullo no es un desfile de identidades fijas, sino una coreografía del goce disidente” (Paul Preciado, Un apartamento en Urano, 2019).
El orgullo es una formación reactiva ante la represión, el rechazo y el dolor de la no aceptación social. Las personas LGBTQ+ han sido históricamente patologizadas y expulsadas del discurso normativo. Disforia de género es sólo uno de los muchos diagnósticos que se le asigna de entrada a las disidencias sexuales.
El orgullo es una sublimación de la vergüenza impuesta por el Otro social.

¿Y si en la propia 4T frenan la electoral?
El orgullo es una reapropiación del deseo no como síntoma, sino como afirmación vital.
El orgullo es un gesto simbólico que reescribe la narrativa del sujeto desviado como sujeto deseante y legítimo. La transformación del deseo reprimido en subjetividad afirmada.
La heterosexualidad ha sido la norma que organiza los modos aceptables del goce. La comunidad LGBTQ+ interrumpe ese discurso al encarnar formas no normativas del gozar.
El orgullo pone en escena un cuerpo no normalizado que no se rige por el deber ser heterosexual o reproductivo. Es una desestabilización del orden fálico, mostrando formas alternativas de deseo, amor y comunidad.
El orgullo reivindica la pluralidad pulsional del sujeto en oposición a las lógicas de domesticación del cuerpo.
Podemos encontrar desde lo teórico, un cuerpo de conocimiento hecho de corrientes contemporáneas de pensamiento que entrecruzan el psicoanálisis con los estudios queer, como Guy Hocquenghem, Paul Preciado o incluso Judith Butler en diálogo con Lacan, que plantean que el orgullo LGBTQ+ denuncia los mecanismos inconscientes de exclusión que estructuran el deseo normativo y hace visible que la heterosexualidad no es natural sino una construcción sostenida por la represión. El orgullo propone una desidentificación productiva para no ser solamente lo que el Otro espera que uno sea.
El orgullo LGBTQ+ no es sólo una celebración, sino también una operación psíquica profunda que resignifica el deseo, se reapropia del cuerpo y se inscribe en la cultura con un lenguaje propio. La celebración del orgullo dice: “Yo existo, gozo y deseo fuera del orden impuesto, y eso también es humano”.
La reconocida filósofa feminista estadounidense Judith Butler ha dicho que no nacemos mujeres ni hombres, sino que se nos asigna un guion simbólico que nos dice cómo desear.
Eva Kosofsky, en Epistemología del armario, 1990, apunta que el orgullo queer subvierte el lenguaje que lo nombraba como patología y lo transforma en celebración.
En Reflexiones sobre la cuestión gay, 1999, Didier Eribon señala que la sexualidad nunca es del todo privada; siempre está cruzada por discursos sociales, ideológicos y políticos.
En Homos, 1995, Leo Bersani señala que el orgullo es una política del deseo que se niega a pasar por la vergüenza.
Las ideologías de derecha, como si el futuro de la humanidad dependiera de ello, señalan obsesivamente que la expresión de género se deriva exclusivamente de los genitales y manifiestan un desprecio absoluto por la diversidad, evidenciando una gran ignorancia sobre las sutilezas e infinitas variaciones de la sexualidad, tanto en su expresión como en su orientación. Negar espacios a hombres y mujeres trans, es una vejación a los derechos humanos y más que una preocupación social genuina, es una expresión de transfobia y otros tipos de fobia, que pretenden controlar lo que es válido y lo que no en la expresión de la sexualidad. El respeto por la diversidad es el único camino viable de las sociedades que pretendan llamarse a sí mismas, democráticas.
El orgullo como respuesta al trauma de la exclusiónValeria Villa
Psicoterapeuta psicodinámica y narrativa desde hace 25 años. Éste es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

