ANTROPOCENO

Nostalgia del militarismo mexica

Bernardo Bolaños. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Bernardo Bolaños. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

La Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, llamó “cumbre de la civilización mesoamericana” a los mexicas, durante la ceremonia por los 700 años de la fundación de México Tenochtitlán. No coincide con ella Guillermo Bonfil Batalla, quien en su clásico libro México profundo lamenta el excepcionalismo azteca. En la región maya central no podía hablarse de una dominación imperial durante el periodo clásico.

Citando al arqueólogo Alberto Ruz, afirma que “el auge de Chichén no descansa en el dominio militar sino en el comercio, que se hace incluso a larga distancia”. Bonfil prosigue diciendo que el militarismo se convirtió en un rasgo importante de la organización social sólo después de la caída de Teotihuacán. Con la Triple Alianza que derrotó a Azcapotzalco, “se pierde democracia en la sociedad mexica: los electores del Huey Tlatoani, que hasta entonces eran los representantes de los calpullis, son ahora los miembros de la aristocracia militar. Para justificar todo esto se reescribe la historia, se queman los antiguos libros pictográficos y se pintan otros que describen a los aztecas como el pueblo elegido, el pueblo del sol. Todo esto, al parecer, conforma una situación nueva en Mesoamérica”.

Durante la misma ceremonia en el Zócalo donde hablaron Brugada y la Presidenta Sheinbaum, la arqueóloga Lorena Vázquez Vallín aludió a la gran extensión del imperio mexica, con 370 pueblos sujetos, de la región tarasca a Guatemala y de costa a costa. No se me malinterprete, no hago una crítica anacrónica a nuestra historia, que exigiría de los aztecas haber respetado derechos humanos y tenido una mentalidad progre buenaondita hace siglos. Pero llama la atención el énfasis exagerado en el militarismo y en la guerra sagrada, así como el olvido de la democracia indígena, en un contexto de alarma por la militarización de México. Sugiero desempolvar también otras fuentes. Por ejemplo, la misma arqueóloga mencionó al Calmécac y al Telpochcalli como instituciones educativas destinadas, respectivamente, a los hijos de la nobleza (pipiltin) y a los jóvenes del pueblo (macehualtin) y habría que citar también las cuicacalli, casas de canto, minuciosamente descritas por Diego Durán, porque en ellas todas las clases sociales se formaban en el arte unitario de la danza, canto y ejecución de instrumentos musicales. En un país hoy asolado por obesidad y diabetes, así como por el mal gusto del desfile del Día de Muertos (inspirado en un film de James Bond), es urgente rescatar el máximo legado azteca. Lo que hacía que el mexica fuese mexica era, tanto o más que el arte de la guerra, bailar y cantar, que todos ensayaban en el cuicacalli. México, país de fiestas, terminará de decolonizarse cuando vuelvan la flor, el canto, el baile. Hay que aplaudir que en las Utopías, Pilares y centros culturales se practique la supuesta danza “azteca” (que, en realidad, según Bonfil y otros investigadores, es una danza indígena genérica). Ojalá que, incorporando elementos diversos (ya no necesariamente puros, pues estamos en 2025), vuelva a alcanzar la excelencia que tuvo en Tenochtitlán (según lo describe Durán), como género artístico integral.

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