Las guerras no sólo se libran en el campo de batalla. También se combaten con palabras, imágenes, metáforas, montajes y omisiones. La propaganda, en tiempos de guerra, se vuelve un arma estratégica: moviliza pasiones, fabrica enemigos absolutos y oscurece los matices.
No es la primera vez que ocurre. Durante la guerra de los Balcanes, por ejemplo, se habló de genocidio para referirse a episodios atroces de limpieza étnica en Bosnia y Kosovo —y aunque algunos crímenes fueron efectivamente calificados como genocidas por tribunales internacionales, otros quedaron en la zona gris de la guerra total. La verdad tarda; el juicio moral, no debe apresurarse.
En los últimos días, la narrativa de que Israel está utilizando el hambre como arma de guerra ha ganado fuerza, impulsada por imágenes desgarradoras y titulares impactantes. Un reportaje del New York Times mostraba la foto de un niño con signos de desnutrición; después se supo que la imagen correspondía a un menor con una enfermedad crónica, no a un caso de hambruna inducida.

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En este contexto, el primer ministro Benjamín Netanyahu difundió un video en el que acusa a la comunidad internacional de revivir el “libelo de sangre”, una antigua calumnia antisemita según la cual los judíos secuestraban y asesinaban niños cristianos para rituales religiosos. La alusión busca equiparar las acusaciones de genocidio con un largo historial de odio antijudío.
Por otro lado, el papel de Hamas no puede ser ignorado. Se trata de una organización armada que deliberadamente opera entre civiles, que ha cometido masacres y secuestros, y cuya estrategia se alimenta del sufrimiento de su propia población. Hamas no representa al pueblo palestino, pero ha capturado parte de su voz y su destino.
Por su parte, las imágenes del rehén Evyatar David, difundidas por el grupo terrorista, lo muestran reducido a piel y huesos, obligado a cavar su propia tumba. La escena busca ejercer presión sobre el gobierno israelí y profundizar la guerra psicológica iniciada el 7 de octubre.
La situación en Gaza merece justicia, no hipérboles. La crítica a Israel —al gobierno de Netanyahu, a su estrategia militar, a sus omisiones— es legítima y necesaria. Pero también lo es señalar la responsabilidad de Hamas, un actor que deliberadamente pone en riesgo a su propia población, instrumentaliza el sufrimiento civil y convierte a los rehenes en piezas de una guerra propagandística brutal.
En esta guerra asimétrica, la responsabilidad no es unilateral. Cualquier análisis ético serio debe reconocer que hay múltiples dimensiones de poder y múltiples formas de victimización.
Preservar el lenguaje no es proteger a un Estado, sino proteger la conciencia moral que permite distinguir entre el horror y su caricatura. Ésa es una batalla que también vale la pena dar.

