ACORDES INTERNACIONALES

El teatro de la desgracia

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Hace unas semanas, la revista Time dedicó su portada a la crisis en Gaza. En ella se veían mujeres con bandejas, en señal de ruego, acompañadas de la palabra “la tragedia en Gaza”. La imagen parecía condensar el sufrimiento de un pueblo entero. Cuatro días después, el periódico alemán Bild demostró que no se trataba de una fotografía documental sino de una imagen montada: personas a las que se pidió posar como si estuvieran implorando comida.

El escándalo no fue menor: si las víctimas necesitan ser escenificadas, ¿qué ocurre con las verdaderas? ¿En dónde están? ¿En qué momento el dolor real deja de ser suficiente y se convierte en materia prima para la propaganda? Esa confusión entre realidad y artificio refleja, de algún modo, lo que el filósofo francés Pascal Bruckner llamó la tentación de la inocencia: la estrategia de usar el estatuto de víctima no sólo para reclamar justicia, sino como arma, como coartada, incluso como excusa para la irresponsabilidad.

Señala Bruckner que la condición de víctima, siendo real y dolorosa, puede ser instrumentalizada hasta vaciarse de sentido. Y entonces el sufrimiento deja de ser un llamado a la compasión o a la justicia, para convertirse en un recurso de poder. Así, aparece la cultura de la victimización: aquella en donde se evade la responsabilidad personal y se culpa a factores externos o al pasado; además, se exige compensación por cualquier percance.

Esto es lo que ocurre con Hamas: sus dirigentes han hecho de la desgracia de su pueblo un capital político. Llevaron a los palestinos a una guerra imposible de ganar, los expusieron deliberadamente al hambre y al asedio, y ahora lucran con esas imágenes de dolor. No niegan la tragedia —al contrario, la administran como un patrimonio que les garantiza visibilidad, simpatía y apoyo internacional.

Este juego cínico produce un doble daño. Primero, a los propios palestinos, que ven cómo su miseria es amplificada y utilizada como arma retórica, mientras sus necesidades concretas quedan insatisfechas. El segundo daño es conceptual: al manipular la figura de la víctima, se degrada el valor de la palabra misma. Cuando todo es victimismo, nada lo es. El estatuto de víctima se convierte en una moneda de cambio en el mercado político y mediático, lo que en última instancia erosiona la protección de quienes realmente la necesitan. Una tragedia convertida en propaganda es, al final, un insulto a quienes sufren en silencio, sin agenda oculta.

¿Se pueden confiar las riendas de un Estado a quienes han sido educados en la infantilización, bajo el imperio de la irresponsabilidad? Si la tentación de la inocencia consiste en escapar de las consecuencias de los propios actos, ¿cómo esperar de sus portadores que asuman la responsabilidad de gobernar? La paradoja es brutal: quienes han convertido la desgracia en coartada pretenden también transformarla en programa político, como si el victimismo bastara para sostener un Estado.

Temas: