Luego de las alfombras rojas y los aplausos que Donald Trump ofreció a Vladimir Putin en Alaska, el nuevo espectáculo de la turbulenta geopolítica global tendrá lugar en Beijing en los próximos días. Xi Jinping programa un imponente desfile militar, al que asistirán Vladimir Putin, Kim Jong-un y otros autócratas del planeta. Sería raro no ver allí a Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel o a Daniel Ortega.
El clima de antebellum es deliberado de un tiempo a esta parte, en que se juntan destructores navales de Estados Unidos y Francia en el Caribe venezolano y Rusia y China hacen pruebas conjuntas con submarinos en el Pacífico Sur. Los gobiernos de Putin y Xi llaman a esos ejercicios “patrullas submarinas conjuntas”, en las que poderosas naves diésel-eléctricas hacen operaciones coordinadas en el mar de Japón y en el de China oriental.
Éste es el tercer patrullaje conjunto que realizan China y Rusia desde 2021. El anterior se produjo en 2023, justamente frente a las costas de Alaska. En los dos últimos años, esos recorridos navales de los chinos por el estrecho de Bering han generado alarma en las guardias costeras del ártico estadounidense. El Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte (NORAD) ha incrementado sus vuelos de identificación de naves rusas y chinas cerca de Alaska.

Cónclave para el regalo de Alito
La reunión de Putin y Trump en Alaska fue diseñada, entre otras cosas, para mandar un mensaje tranquilizador desde una zona del mundo donde se concentra buena parte de la tensión militar planetaria. Esos mensajes normalizadores podrían tener la misma consistencia que los ultimátums de cese al fuego en Ucrania que Estados Unidos lanza a Moscú y que el Kremlin desestima con toda su parsimonia.
Tan sólo habría que reparar en que, a dos semanas de la cumbre de Alaska, Rusia está realizando algunos de los mayores ataques aéreos contra Kiev, en lo que va de año. Más de veinte personas han fallecido en esos bombardeos de misiles y drones contra la capital de Ucrania, en los que han sido dañadas instalaciones de la Unión Europea.
Las más recientes ofensivas rusas contra Kiev vuelven a dejar claro que la finalidad del gobierno ruso, en la que llama “operación militar especial”, no es únicamente el control del Dombás o la no incorporación de Ucrania a la OTAN. Desde el inicio de la escalada, el 24 de febrero de 2022, Moscú hizo ver que su objetivo era, también, el derrocamiento del gobierno legítimo de Volodímir Zelensky y la imposición en Ucrania de un régimen aliado.
Todo lo que moviliza a los partidarios de Nicolás Maduro en América Latina contra el intervencionismo de Estados Unidos en Venezuela es perfectamente atribuible a los objetivos del Kremlin en Ucrania. Con la salvedad de que para esos aliados el único intervencionismo ofensivo que se produce en el mundo es el de Washington.
Con China sucede otro tanto: muy pocos cuestionan que Beijing busque ejercer su hegemonía sobre Taiwán, Japón y las dos Coreas, con el apoyo cada vez más abierto de la del norte. Poco a poco van quedando atrás los tiempos en que se aseguraba que el imperialismo chino era ejercido por medio del control distante del poder económico.
El presupuesto militar de China ronda los 300 mil millones de dólares y crece cada año en más de 7 por ciento. Sigue siendo la tercera parte del presupuesto de defensa de Estados Unidos y su ritmo de crecimiento es cuatro veces menor que el de Rusia. La aproximación de China a Rusia en los últimos años busca trasmitir la idea de que, eventualmente, Moscú puede servir de escudo a Beijing, sin que el gasto chino crezca demasiado.
Cuando en unos días, Xi, Putin y Kim saluden sonrientes el desfile de misiles y antiaéreas estarán diciendo al mundo algo irrefutable: Occidente no puede detener el avance del poderío militar de esas potencias. En esa alianza autocrática cada uno ofrece un componente fundamental: Rusia la fuerza militar, China el poder económico y Corea del Norte el sistema político más cerrado.
