LAS BATALLAS

Los fracasos de Noroña

Francisco Reséndiz. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Francisco Reséndiz. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Gerardo Fernández Noroña desperdició la oportunidad histórica que la vida le dio y esta semana dejó la Presidencia del Senado de la República -a donde llegó con el apoyo del presidente Andrés Manuel López Obrador- envuelto en escándalos y rompiendo el discurso que él mismo construyó.

A Noroña lo conocí a finales de julio de 1996. Aquel día esperó a que el presidente Ernesto Zedillo saliera por la Puerta de Honor de Palacio Nacional y se tiró a su paso -una forma de protesta que lo caracterizaba por su falta de apoyo social y de recursos… pero con la necesidad de reflectores- y se armó una pelea con la seguridad presidencial.

Noroña había tomado la crisis económica de 1994, a los deudores y la lucha contra el Fobaproa como bandera. Mientras personal del Estado Mayor Presidencial lo trataba de levantar, Zedillo se acercó para ayudarlo a incorporarse. Aquel reaccionó violentó hasta que se dio cuenta de que el Presidente le daba la mano.

Funcionarios de Presidencia dijeron que Zedillo le dijo: “joven, levántese, una persona que lucha no debe estar en el piso”. Se fueron caminando juntos hacia la Suprema Corte y Zedillo lo escuchó.

Noroña creció políticamente. Muchos años estuvo en “segunda división” del PRD, donde fue uno de sus fundadores. En el sol azteca fue dirigente mexiquense y vocero del CEN. Critico e incómodo de las dirigencias perredistas. Defendió la “victoria” de AMLO en 2006. En 2009 fue por primera vez diputado federal, entonces dejó de tirarse al piso.

En 2012 quiso ser Jefe de Gobierno y fracasó. En 2018 volvió a ser diputado federal y nuevamente en 2021; en 2024 quiso la candidatura presidencial de la 4T, ya en Morena, y fracasó, pero hizo campaña por la presidenta Claudia Sheinbaum, y hoy es senador… siempre marcado por la polémica.

Antes de dejar esa “segunda división” de la política era un tipo que incluso caía bien. Parecía comprometido con las luchas sociales. Presumía sus nombres y su origen humilde, su formación como sociólogo en la UAM, su liderazgo estudiantil y de colonos de unidades del IMSS.

Decía que sus principios “mandatorios” eran: El trabajo debe ser considerado capital, haciendo una redistribución de la riqueza, para que nadie sufra por carencias económicas. El sistema económico, político y social no debe estar sustentado en la acumulación de riqueza, sino su centro debe ser el desarrollo del ser humano en armonía con la vida y el medio ambiente.

Además, pugnaba porque no hubiera un niño o niña pidiendo limosna o trabajando, que los adultos mayores gocen de una pensión. Pedía recuperar toda la riqueza natural entregada al extranjero y toda la infraestructura ponerla al servicio del pueblo. Pedía vivienda para todos y que la gente coma mínimo 3 veces al día. Seguridad social para todos y educación universitaria para todos los jóvenes.

Esos eran los principios de Gerardo Fernández Noroña, un personaje que con el paso de los años se corrompió intelectualmente y comenzó a defender su derecho a viajar en primera clase en vuelos internacionales y a gastar su dinero en lo que le diera la gana, a dirigir con parcialidad los debates legislativos e insultar a sus pares, a tener escándalos laborales.

Comenzó a menospreciar a la gente, a encarar y difamar a periodistas, a confrontar a los ciudadanos que lo criticaban y exigirles disculpas públicas, a liarse a empujones e insultos en lena tribuna con sus compañeros. Antes sólo rompía ejemplares del periódico del régimen y tenía pocos amigos y muchos compañeros de partido. Sus principios fracasaron con él.

Los errores de Noroña reflejan sus propios fracasos intelectuales y morales y con ello el de un sector de la izquierda gobernante, aquella que en vez de construir un México más fuerte vive atada al pasado, en la confrontación, en la lucha de clases, que velan por la imposición y el autoritarismo. No fueron mejores que lo que ellos mismos criticaron. Ahora Noroña regresa a su escaño a hacer la política que sabe hacer… la del escándalo.

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