En mi artículo del sábado pasado (6 de septiembre de 2025) hice la pregunta de por qué el pronombre personal de primera persona en español era unidimensional, es decir, por qué no tenía, una dimensión de género (como en “nosotros” y “nosotras”) o de respeto (como en “tú” y “usted”). Las respuestas que ofrecí a esa pregunta tomaron en cuenta consideraciones gramaticales, pragmáticas y políticas.
En este artículo haré otra pregunta: ¿qué significa, desde un punto de vista metafísico, que el pronombre de primera persona sea unidimensional? Para responder esta interrogante saldré del campo de la lingüística para entrar en el de la filosofía.
Una respuesta que, a primera vista, podría parecer inocente o incluso completamente desencaminada —pero, que, si se la examina más a fondo no resulta ni lo uno ni lo otro— consiste en declarar que el pronombre “yo” no tiene una versión masculina y una femenina porque, a fin de cuentas, su referente no tiene género, no es ni hombre ni mujer.

Cónclave para el regalo de Alito
Esta respuesta no debe sorprendernos. Hay muchas cosas en el universo que no tienen género, es más, la mayoría de ellas no lo tienen. Eso mismo podría afirmarse de la entidad de la que, en última instancia, emana el uso del pronombre persona.
El sujeto —llamemos de esta manera al referente de “yo”— es un tipo de entidad a la que no tiene sentido atribuir un género, ya que es igual en un hombre o en una mujer, o en cualquier otra forma de inteligencia no humana, sea orgánica o no, capaz de hablar de sí misma.
Todos los hablantes, seamos hombres o mujeres, somos, en última instancia lo mismo: sujetos de pensamiento, de acción, de comunicación y, por lo mismo, no es indispensable distinguir al nivel gramatical más profundo entre un “yo” masculino y uno femenino.
El ejemplo paradigmático de ese sujeto es el llamado “sujeto cartesiano”. En el siglo XVII, Descartes sostuvo que la creencia “Yo pienso, luego yo existo” no puede ponerse en duda y, por lo mismo, es la piedra de toque de nuestro conocimiento. El filósofo francés también sostuvo que ese sujeto que piensa no es una sustancia material, sino una sustancia puramente pensante. De esa manera, según Descartes, nuestros cuerpos no determinan nuestra identidad en tanto que sujetos. Podría, de esa manera, decir que “yo pienso” aunque no tuviera un cuerpo o si tuviera un cuerpo de otro tipo de animal o un cuerpo humano de otro sexo. Por lo mismo, no sólo no es indispensable marcar una diferencia gramatical entre un “yo” masculino y uno femenino, sino que, en última instancia, esa diferencia sería metafísicamente equivocada porque el referente de “yo” es algo metafísicamente neutral, como lo son la inteligencia o la voluntad puras, concebidas como facultades que pueden ser instanciadas por distintos tipos de seres.
La filosofía contemporánea ha hecho una crítica poderosa del sujeto cartesiano. Lo que sostiene es que la tesis de que podríamos existir sin cuerpo o existir con cualquier otro cuerpo es profundamente equivocada desde una perspectiva metafísica. Somos seres esencialmente corpóreos y, además, por pertenecer a la especie homo sapiens somos sexuados. No somos inteligencias o voluntades abstractas, neutrales, que hablan a través de un cuerpo humano con sexo masculino o femenino, somos seres humanos, con inteligencia y voluntad, que hablamos desde nuestra realidad concreta en tanto que hombres o mujeres. Por lo anterior, cabe hacer la siguiente pregunta: ¿no sería preferible, desde un punto de vista metafísico, que la gramática distinguiera entre un “yo” masculino y un “yo” femenino? ¿No sería esa precisión más fidedigna al tipo de ente que somos?
Una objeción es que, si hay seres sin género que hablen acerca de sí mismos con nuestro mismo pronombre “yo”, entonces, no es metafísicamente indispensable que ese pronombre tenga una versión masculina y una femenina. Por ejemplo, los chatbots usan la primera persona singular cuando se comunican con nosotros en español, y como no son seres humanos, no son ni hombres ni mujeres. La respuesta es que su uso del “yo” no es el nuestro, más bien, es un pseudo-uso. Hay analogías superficiales entre uno y otro, pero no son lo mismo. Nosotros no somos chatbots, somos seres humanos que hablamos ineludiblemente desde un cuerpo masculino o femenino.

