BAJO SOSPECHA

La bandera de EU en Zócalo capitalino

Bibiana Belsasso. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Un capítulo que ha sido siempre conversación en la relación bilateral entre México y Estados Unidos han sido las intervenciones de nuestro vecino país del norte al nuestro en el siglo XIX. Son heridas que han quedado en los mexicanos.

La realidad es que la situación actual en la relación bilateral es muy distinta: Estados Unidos es nuestro principal socio comercial; lo que sucede de un lado de la frontera y del otro repercute en ambos países, pero estamos muy lejos de los hechos que se vivieron en el siglo XIX; ese México es muy distinto al país que somos hoy.

En estos días patrios, vale la pena recordar la historia, y qué mejor que de la mano de la historiadora Isabel Revuelta Poo. Ella nos cuenta sobre este proceso que marcó a la naciente República Mexicana y cuyas consecuencias todavía existen en nuestra memoria histórica.

UN PAÍS EN BUSCA DE IDENTIDAD

Isabel Revuelta nos recuerda que el siglo XIX mexicano fue profundamente convulso. Tras la independencia, la nueva nación no tenía aún un rumbo claro. “Éramos una nación sin rostro”, explica. Se debatía entre ser una república federal o centralista, entre proyectos políticos en constante pugna que impedían construir estabilidad.

Mientras tanto, Estados Unidos tenía un camino definido. Desde su independencia en 1776, se había convertido en una nación moderna en sus ideas, con un federalismo y una democracia que inspiraban a Europa y a América. Su política expansionista era clara: avanzar hacia el oeste para alcanzar el Pacífico, comprando territorios, negociando o librando guerras si era necesario.

Esa diferencia entre un México incierto y dividido, y un Estados Unidos fuerte y con objetivos definidos, marcaría el destino de ambos países.

EL ANTECEDENTE DE TEXAS

Isabel nos cuenta que uno de los puntos de quiebre fue 1836, cuando Texas se independizó de México. Aquel territorio formaba parte del extenso norte mexicano —más de cuatro millones de kilómetros cuadrados—, pero no estaba plenamente integrado ni poblado. Políticos como Lucas Alamán advirtieron del riesgo de dejar que colonos estadounidenses se asentaran en Texas y Coahuila sin control, pero en la Ciudad de México no se tomaron medidas.

ORGULLO MEXICANO

Águila se posa sobre el brazo de un cadete de la Armada, ayer, en el Zócalo capitalino. ı Foto: Cuartoscuro

Así se dio el choque entre colonos y autoridades mexicanas, y la sensación de abandono de los texanos frente al centro del país. “Cuando Texas decide independizarse, Santa Anna, presidente de México, intenta recuperarlo. Viene entonces la famosa batalla del Álamo, símbolo para los texanos, y el apoyo estadounidense a esa independencia”, recuerda Revuelta.

Durante nueve años, Texas se mantuvo como nación independiente, hasta que en 1845 fue anexada por Estados Unidos. Esa anexión sería el detonante de la guerra.

LA GUERRA DE 1846-1848

La historiadora nos explica que la guerra no fue una casualidad: “El presidente James Knox Polk la promovió claramente. Quería expandir el territorio estadounidense. El Congreso no estaba completamente de acuerdo, pero se impuso esa visión expansionista.”

La guerra comenzó en 1846, tras una escaramuza en la frontera, utilizada como pretexto por Estados Unidos. México, dividido y con un ejército débil, enfrentaba una potencia en ascenso.

Las tropas estadounidenses avanzaron por el norte y llegaron hasta la Ciudad de México. La batalla más recordada es la de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847, donde los cadetes del Colegio Militar —los Niños Héroes— resistieron hasta el final.

El 15 de septiembre de ese año, la bandera de Estados Unidos ondeaba en el Zócalo capitalino. Una imagen devastadora para la soberanía mexicana.

UN EJÉRCITO IMPROVISADO

Revuelta destaca que el ejército mexicano carecía de preparación y recursos en esos años. “Seguíamos usando armamento de la guerra de Independencia. No teníamos parque suficiente ni municiones adecuadas. Hay una anécdota en la batalla de Churubusco: Cuando el general Anaya fue hecho prisionero, los estadounidenses le preguntaron dónde estaba el parque, y él respondió: ‘Si lo hubiera, ustedes no estarían aquí’.

Lo cierto es que sí había, pero no servía para las armas disponibles”.

Esa improvisación, sumada a la falta de cohesión política, terminó por costarle a México la mitad de su territorio.

EL TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO

La guerra concluyó con el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, mediante el cual nuestro país cedió más de dos millones de kilómetros cuadrados: lo que hoy son California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y parte de Colorado.

“Fue una guerra injusta y promovida por el expansionismo estadounidense —afirma Revuelta—. Pero también fue un reflejo de la falta de consolidación mexicana. No teníamos un proyecto de nación sólido”, dijo.

UNA RELACIÓN COMPLEJA CON EL VECINO DEL NORTE

La historiadora insiste en que la relación con Estados Unidos ha sido siempre ambivalente. “Son nuestros vecinos. Como con cualquier vecino, hay momentos de buena y mala relación. Pero la herida de la invasión permanece abierta”, señaló.

Las tensiones no se limitaron al siglo XIX. En 1914, las tropas estadounidenses invadieron Veracruz. En 1916, la expedición punitiva persiguió a Pancho Villa en territorio mexicano. Cada episodio reforzó la percepción de vulnerabilidad frente al norte.

EL CAMINO HACIA LA CONSOLIDACIÓN NACIONAL

Tras la guerra con Estados Unidos, México atravesó todavía la invasión francesa y el efímero Segundo Imperio bajo Maximiliano de Habsburgo. No fue sino hasta 1867, con la República Restaurada, que el país empezó a consolidarse como una nación con identidad y rumbo propio.

“Fue un largo aprendizaje —dice Revuelta—. No siempre tuvimos país, y es importante recordarlo. Muchos dieron su vida en esas batallas para que hoy tengamos una nación que celebrar”.

UNA HERIDA QUE SIGUE VIVA

Para la historiadora, el recuerdo de la intervención estadounidense no es un tema cerrado. “El siglo XIX nos dejó una lección: si no hay unidad interna, las potencias externas aprovecharán la debilidad. Ésa sigue siendo una enseñanza vigente”.

En un mes patrio, la memoria de aquel conflicto invita a reflexionar cómo hemos ido avanzando como país y cómo se ha fortalecido México.

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