Desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los errores. Y desde que se inventaron las explicaciones meteorológicas de corto plazo, se acabaron las tragedias causadas por la crisis climática. Dicen algunos expertos que las recientes inundaciones y fuertes lluvias en México reflejan la superposición de “oscilaciones oceánicas de corto plazo”.
Son los mismos que dijeron que las 27 muertes de niñas y jovencitas en un campamento de verano en Camp Mystic, Texas, durante la inundación repentina del 4 de julio de este año, fueron consecuencia de un sistema convectivo de mesoescala intensificado por los remanentes de la tormenta tropical Barry. Coinciden con quienes explicaron que las fuertes lluvias e inundaciones que provocaron 251 muertes en Brasil en 2024 se debieron a variabilidad natural, a El Niño y los patrones de lluvia estacionales y regionales.
Y no es que lo niegue, estimado lector. Las inundaciones trágicas ocurridas en Brasil, Texas y México pueden ser analizadas con conceptos tradicionales de la meteorología. Pero sabemos que, junto a las causas próximas de las cosas, existen causas últimas de los procesos. Las primeras son las razones inmediatas que se encuentran cerca de un evento, mientras que las causas últimas son las explicaciones más profundas que abordan el origen histórico de algo. Por eso es correcto que el periódico El Universal haya titulado en primera plana: “México sufre las peores lluvias en 80 años”. Restringirse a explicaciones de corto plazo es darle cuerda a negacionistas del cambio climático como Trump y Bolsonaro, que ven la tempestad y no se hincan. Por eso, a los expertos cortoplacistas del clima debemos decirles: “no me ayudes, compadre” y pedirles que le expliquen a la sociedad también cómo el calentamiento global incrementa el riesgo, la intensidad y la frecuencia de los eventos extremos descritos por las ciencias de la atmósfera.

Góbers felices en el sorteo
Si no hablamos más del cambio climático, las estrategias de adaptación seguirán siendo menospreciadas en la opinión pública y en los planes de gobierno. Si creemos que siempre han sido así esos ríos de Veracruz que se desbordaron y esas montañas de Puebla que se desgajaron, seremos tontos típicos con irresponsabilidad torrencial.
Y quienes politizan estas tragedias, por favor háganlo bien. Repetir ad nauseam que el problema es la desaparición del Fonden ya no es argumento sino propaganda. No fue AMLO, ni Sheinbaum, sino la organización Fundar la que llamó a los fideicomisos “el arte de desaparecer 835 mil millones de pesos del escrutinio público”. En cambio, es muy relevante sacar a la luz que el alcalde de Poza Rica, Veracruz, haya admitido públicamente que el muro de contención en el río Cazones no se completó debido a un presunto desvío de fondos. O que los dormitorios de los estudiantes de la Universidad Veracruzana estuviesen construidos en una zona ya conocida como peligrosa.
No podemos detener la lluvia, pero sí la negligencia. Mientras los gobiernos culpan a los ciclos oceánicos y las instituciones discuten si llovió más o menos que hace treinta años, el agua sigue cobrando vidas ahí donde se roban los diques.

