LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Estilo depresivo de personalidad

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Una de las señales inequívocas de buena salud mental es ser capaz de establecer un balance entre cuidar a los otros y cuidarse a una misma. Desde la teoría de las adicciones surgió el término de codependencia, que goza de una enorme popularidad. Es de todos sabido que Melody Beattie vendió millones de ejemplares de su serie de libros sobre codependencia.

Esta perspectiva describe a los codependientes como personas que priorizan las necesidades de los otros de modo excesivo, negando su propio derecho al bienestar. La identidad personal está definida por lo que los otros piensan, pero sobre todo por su aceptación y agradecimiento. Se siente realizado cuando le dicen que sin él nada hubiera sido posible.

La diferencia entre la autoestima y el narcisismo es que la fuente de la primera viene de adentro, de las cosas para las que alguien es bueno o apto; también de haber hecho la paz con la propia historia al poder agradecer lo que los padres dieron y haberles perdonado sus limitaciones. La imagen de los padres se convierte en la imagen que tenemos de nosotros mismos.

El narcisismo, por el contrario, se nutre de fuentes externas: reconocimiento, halagos, fama, popularidad. A menor autoestima, mayor narcisismo. A mayor autoestima, menor narcisismo. Parece una fórmula simple, pero es un fenómeno observable en la clínica y en la vida. El codependiente es, pues, un narcisista encubierto. Todo lo que hace es para ser reconocido, visto, apreciado, esencial en la vida de los otros.

Emparentado con este perfil, está el llamado estilo depresivo de personalidad, que es un diagnóstico psicodinámico basado en el trabajo de Otto Kernberg y Nancy McWilliams. Esta personalidad no es lo mismo que la depresión clínica y muchas veces pasa desapercibida porque quienes la padecen pueden ser muy funcionales. Suelen ser individuos profesional y socialmente exitosos, con una presencia cálida y empática, que ponen mucha de su energía en hacer felices a los demás. Al explorar su mundo interno, descubrimos que la autocrítica es feroz, que siempre hay culpa generalizada, un rango emocional limitado y una incapacidad para contactar con el enojo.

Debido a las dinámicas familiares que vivieron en la infancia, estas personas se adaptan, se acomodan hasta desaparecer como individuos y suelen quedarse en relaciones en las que sus necesidades, deseos y enojos son negados e inconscientes.

Su mecanismo defensivo dominante es la introyección. El patrón en sus relaciones es culparse, criticarse, castigarse e idealizar a los otros, que si hacen algo que los frustra o los enoja, introyectan esos sentimientos y se autodevalúan.

A pesar de ser muy funcionales, tienen sentimientos de inadecuación, insatisfacción crónica y una dificultad para experimentar placer o alegría genuinos.

El rechazo emocional infantil se manifiesta en la incapacidad para pedir lo que necesita porque siente que está pidiendo demasiado.

Toda buena terapia debe ayudar a expandir el libre albedrío de modo que lo que se experimenta como un patrón automático u obligatorio se convierta poco a poco en un asunto de elección. La terapia ayuda en última instancia, a desarrollar más opciones vitales, más libertad para decidir.

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