A veces olvidamos que un cese al fuego no es lo mismo que un armisticio, y mucho menos que un tratado de paz. Aunque desde hace más de un año existe un cese al fuego entre Israel y Hezbolá, el grupo paramilitar que domina el sur de Líbano, la guerra no ha terminado. Esta semana el conflicto estuvo a punto de reactivarse después de que el ejército israelí eliminara al jefe de las fuerzas armadas de la organización chiita en Beirut.
El meollo del asunto está en una cláusula que podría determinar el futuro del conflicto e incluso la supervivencia de Líbano como Estado. Según el acuerdo de cese al fuego, Hezbolá se comprometió a desarmar a su ala militar. El acuerdo estipula que, además de desmantelar su arsenal e infraestructura militar, Hezbolá deberá ceder el control del sur de Líbano al ejército libanés, que obtendría así el monopolio de la fuerza en el país.
Para entender por qué esto es tan crítico hay que retroceder algunas décadas. Líbano es un país multiétnico con tres grandes grupos: cristianos, sunitas y chiitas. Tras la cruenta guerra civil libanesa en la década de 1970 se estableció una frágil constitución que divide el poder del país entre estos tres grupos. Aunque este arreglo logró mantener la paz relativamente, también garantizó la parálisis del gobierno, y la crisis social y económica se volvió endémica.

Reconocimiento al Ejército
En los últimos años, la guerra civil en Siria —que empujó a más de un millón de sirios a refugiarse en Líbano— y el ascenso regional de Irán pusieron en duda este equilibrio, pues Hezbolá, aliado de Irán, se volvió más poderoso: se armó más, aumentó su presencia en Siria y comenzó a amenazar el balance interno. El 7 de octubre cambiaría todo.
Hezbolá decidió entrar parcialmente en la guerra, pensando que su capacidad militar y el respaldo de Irán y del régimen de Asad en Siria disuadirían a Israel de atacarlos. Dos años más tarde, Asad cayó, Israel eliminó al liderazgo de Hezbolá y la mayor parte de sus capacidades militares, e Irán perdió su supremacía regional. Esto abrió una posibilidad que pocos en Líbano o en Occidente imaginaban: la opción de unificar el país bajo un solo mando y un solo ejército, eliminando el brazo armado de Hezbolá.
El problema es que los sunitas y cristianos en Líbano temen dar este paso, pues algunos creen que el desarme podría detonar enfrentamientos entre el ejército y Hezbolá. Los ecos de la terrible guerra civil siguen siendo profundos. Israel —y también Estados Unidos y Francia— han aumentado la presión para que el gobierno libanés avance en este proceso. Si titubean, y Hezbolá sobrevive como organización armada, el futuro de Líbano como nación podría estar en serio peligro.

