LA UTORA

Escaleras, desde la FIL Guadalajara

Julia Santibáñez. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Julia Santibáñez. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Me avecindo en ciudades que mutan. Cambia el aroma, los personajes, el anillo que uso, el clima, la dosis de insomnio, el poema en turno. Algunos días veo aparecer una escalera que no lleva a ninguna parte. O sí.

Cuando esta columna se publique llevaré días en la FIL Guadalajara, el mayor encuentro libresco en español. Desde hace 18 años es mi cita anual más esperada. A veces, nubarrones y vientos ensuciaron esta alegría, pero nunca más. Ya nadie tiene permiso de empañar mi fiesta particular, que me anchura de gustos.

Este año, en Literatura UNAM llegamos a la feria con diez actividades. Estaré en cada una, además de presentar a una colega en el Salón de la Poesía y comentar las memorias de una autora catalana. En preparación, los meses previos son de lectura intensa. Tengo el privilegio de vivir entre palabras, pero algunos libros se me imponen. Dejan rayones imborrables, como El camino de regreso, primer volumen de poemas de Rita Segato. En un arco temporal de medio siglo, de sus 23 años hasta hoy, la antropóloga feminista aborda el demasiado mal que ha visto, mientras se pregunta si habrá literatura capaz de purificar su cuerpo y alma “de tanto veneno”. Al mismo tiempo la encuentro una mujer capaz de ejercer una delicadeza rara, que tiembla suave en las raíces al reencontrar a su amor de juventud, fundacional. Es la poeta que reconoce: “¡Veinte años atrás yo ya sabía dónde / quedaba esta esquina, / y todavía no consigo llegar!”.

Por otro lado, Mario Montalbetti se me encajó en el pecho con esto, del compendio Poesía 01: “[...] Lo del lápiz mal afilado es indispensable para mi poética. // Sólo así quedan marcas en las hojas de papel / una vez que las letras se borran y las palabras ya no // se entienden o han pasado de moda o cualquier cosa”. Lo impráctico de los versos garabateados constituye una de las mayores fuerzas de la literatura, porque ratifica la dignidad humana, ajena a intentos de consumismo.

También he rumiado por semanas Incensurable, de Luna Miguel. Es un ensayo urgente en forma de novela, donde la protagonista defiende el derecho a leer incluso títulos repelentes: “Tomarnos la molestia de contextualizar una obra incómoda resulta más eficaz que cancelarla”. La trama ocurre en 2029, cuando Lolita desapareció de las bibliotecas. Vladimir Nabokov fue borrado de la historia. Repito con Luna: la lectura merece un involucramiento personal que pesquisa la belleza, no el moralismo. Un compromiso desvestido de corrección.

Resulta que la escalera sí lleva a destino. Las tres citas parecen inconexas, pero apuntan a buscar lo bello. Buscarlo como si nada más fuera importante. Porque así es. La palabra escrita lleva décadas de armonizar mi cartografía interior, la interpela de preguntas, me viste de polisemia. Lo ratifico de nuevo en la FIL. Díganme si esto no es un privilegio nivel insolencia.