Bob Woodward y Carl Bernstein fueron los reporteros del Washington Post que develaron el caso Watergate. Bob cuenta que este episodio no comenzó como un gran escándalo, sino como una pequeña nota. Mientras él se encontraba de guardia en la redacción del periódico le avisaron que cinco hombres habían sido arrestados en un edificio de oficinas por intento de allanamiento. Hasta ahí nada raro, eran personas intentando robar, cosas que pasan en las grandes ciudades. Pero Bob, con el olfato de un sabueso, percibió que había algo que no encajaba. Jaló un pequeño hilo que parecía insignificante, ahí descubrió que los ladrones tenían vínculos con la campaña de reelección del presidente Nixon, que había dinero de por medio, instrucciones y una maquinaria operando desde las sombras. Nada, absolutamente nada, había sido casualidad.
Esto viene a colación porque no es casualidad que, en medio de una de las semanas más importantes, en cuanto a política se refiere, ocurra un hecho que pareciera casual, algo que pudiera entenderse hasta normal en este México violento que no retrocede ni un solo paso desde hace ya por lo menos un par de décadas.
Una camioneta negra de trabajo recorre una de las calles de Coahuayana, Michoacán, provenía de la localidad de Cerro de Ortega, municipio de Tecomán, Colima. Iba escoltada por dos vehículos y tres motocicletas. ¿La carga? Explosivos, los cuales iban cubiertos de plátanos, y éstos, a su vez, con una lona azul. El humilde vehículo se detuvo por unos minutos por una falla mecánica, fue auxiliada, y siguió su camino, se estacionó frente a la estación de la policía comunitaria, y apenas unos segundos después, el vehículo fue detonado a distancia. Los restos, tanto del vehículo como de los tripulantes quedaron esparcidos en un radio de 250 metros.

Ocurrencia mediática
La Presidenta Claudia Sheinbaum no había terminado de festejar lo bien que le había ido en su gira por Estados Unidos para atender superficialmente los asuntos de la FIFA, cuando lo realmente importante fue la reunión que sostuvo a solas con su homólogo Donald Trump.
En medio de toda esa agenda de resultados positivos, de la negociación del T-MEC, de los nuevos amagos arancelarios de Trump por el tema del agua (lo cual no es problema, porque el tema se arreglará rápido, vamos, porque no es de fondo, sino de forma) y después de la concentración del Zócalo para festejar los 7 años del que llaman “movimiento del pueblo”, aparece este evento. No pasó mucho para que todos, medios, voceros opositores, millonarios molestos, bots y opinadores reales y de sillón, gritaran a los cuatro vientos: “¡terrorismo!”. Esa horrible palabra a la cual el vecino del norte le tiene una especial repulsión.
Mientras se debate si es un acto terrorista, si los explosivos que se usaron fueron plásticos o de simple pólvora, los que gritan y suplican intervención extranjera se están relamiendo los bigotes. Quieren a toda costa que el vecino país se levante de la mesa y le dé un manotazo, que invada el país, que tome el control de las instituciones, y todo porque quieren regresar a los privilegios que los rellenaron de billetes y para seguir traficando con la impunidad que perdieron en el 2018.
Para mí no fue casualidad, y no es defensa de la administración, es una realidad. Al igual que en el caso del Watergate, hay una maquinaria detrás operando para desestabilizar, y alimentar la narrativa del Estado fallido. Los que gritan como desesperados se olvidaron del granadazo en pleno grito de Independencia en Michoacan en tiempos de Calderón, o los cerca de 25 coches-bomba que se tienen registrados desde el 2006 a la fecha.
Al igual que en el caso que salió a la luz gracias a Bob y Carl, lo que parecía un simple hecho de inseguridad era, en realidad, la punta de un iceberg cuidadosamente diseñado para manipular el tablero político. Tiempo después Bob Woodward entendió entonces la regla de oro del poder: cuando algo parece un accidente, lo más probable es que sea una estrategia disfrazada. Ellos lo entendieron, ¿y tu?
En política no hay casualidades.
Reenviado.
“En política nada sucede por accidente. Si sucede, puedes apostar a que fue planeado así”
—Franklin D. Roosevelt
