Durante años advertimos que el mundo entraba en una transición política profunda sin dirección definida.
Hoy esa indefinición terminó. Existe ya un documento que traza con claridad el rumbo del nuevo orden global y que tendrá efectos inmediatos en América Latina y en México: la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos 2025.
Hace más de cuatro años, esta columna se escribe en La Razón bajo la convicción de que el sistema político internacional estaba cambiando de fondo, aunque nadie había logrado todavía marcar con precisión hacia dónde se dirigía. En ese tiempo analizamos cómo la crisis financiera de 2008 detonó un reacomodo político en todo el hemisferio occidental: la emergencia de nuevas opciones políticas de distintos signos, la crítica creciente a la pérdida de oportunidades del ciudadano común frente a la acumulación extrema de capital, el surgimiento de un soberanismo crítico del liberalismo global y sus intangibles, así como la disputa cultural y política en torno a lo que el mundo denominó “wokismo”. Más de una vez se escribió aquí una frase que sintetizaba la época: lo nuevo aún no surge.

Magnicharters, de pena
Hoy, por primera vez, hay un rumbo trazado. La Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos 2025 es un documento profundamente político, con consecuencias prácticas inmediatas. Como ha señalado el analista español Francisco Márquez de la Rubia, este texto abandona la doctrina liberal-internacionalista para adentrarse de lleno en el realismo ofensivo y el soberanismo. El mundo deja de concebirse como un espacio regido por normas universales y pasa a entenderse como una competencia entre potencias y esferas de influencia continentales.
En ese esquema, la esfera estadounidense se concentrará en el hemisferio occidental y en la América continental. Los ejes estratégicos son explícitos: interés nacional norteamericano, paz mediante la fuerza, disuasión integrada, soberanía y resiliencia, y alianzas estratégicas de carácter transaccional. No hay ambigüedades ni concesiones discursivas.
Uno de los componentes centrales será contrarrestar las operaciones de desinformación e influencia extranjera en la región. Basta observar la expansión acelerada del medio estatal ruso Russia Today en América Latina, o el papel que jugó México como hub bolivariano, articulado a través de asesores rusos y vascos vinculados con la dictadura venezolana, que durante casi dos décadas exportaron políticas, programas y estrategias territoriales a distintos países del continente.
Los ejemplos abundan en los últimos años: la denuncia reciente en el Congreso estadounidense sobre el financiamiento de combustible mexicano a la dictadura cubana; la presencia de “médicos cubanos” en regiones del país, señalados en otros contextos como activistas políticos; o el incremento de la comunidad de inteligencia rusa con visado diplomático en México, documentado por The Washington Post.
Bajo esta nueva estrategia y la sucesión de hechos, es previsible que, a la par de los avances en Europa hacia negociaciones de paz y eventuales elecciones en Ucrania, en América Latina se active una disuasión creíble frente al régimen venezolano para acelerar su caída. El gobierno mexicano debe entender que no puede seguir sosteniendo guiños al eje bolivariano: las condiciones han cambiado. Hay un nuevo orden en marcha.
Ha terminado la etapa en la que actores extrahemisféricos —China y Rusia— expandían su influencia sin mayor resistencia mientras Estados Unidos concentraba su atención en Medio Oriente y Europa. Todo indica que habrá mayor presencia estadounidense tanto en América Latina como en la región indopacífica.
El reto para México es insertarse inteligentemente en esta nueva realidad del tejido industrial, la tecnología y la relocalización de cadenas de suministro. La oportunidad es enorme: capacidades instaladas, capital humano y ubicación geográfica. Pero aprovecharla exige asumir la realidad política del momento. Y eso implica enfrentar con mayor fuerza y capacidades el principal desafío: la seguridad y la colusión de actores políticos con organizaciones criminales que hoy operan como organizaciones terroristas internacionales, ya sean cárteles de narcotráfico, de extorsión o de huachicol.
En ese sentido, cobra relevancia el anuncio de una disuasión creíble frente al crimen organizado, sustentada en superioridad militar y económica. Ya no se trata sólo de declaraciones. El primer punto de contacto será la renegociación del T-MEC en los próximos meses. Es justo reconocer que el Gobierno mexicano ha avanzado con la miscelánea fiscal y las modificaciones aduaneras para contener la expansión china en territorio nacional. El reto será ofrecer, en los próximos años, productos del bloque comercial más innovadores, más competitivos y más baratos para frenar la penetración china en la economía mexicana y regional.
Todo esto es también un llamado a las oposiciones. La discusión sobre la democracia occidental, en términos normativos, dejará de ser central en este nuevo orden. La lógica será más transaccional: quién está dispuesto a combatir con claridad las amenazas hemisféricas —para México, seguridad y migración— y quién puede gestionar mejor las relaciones comerciales y tecnológicas frente a la expansión comercial china.
Ahí se definirán ganadores y perdedores en la nueva lógica mundial y política.

