Carlos Olivares Baró

Los caminos de Rosa Nissán

LAS CLAVES

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Rosa Nissán (Ciudad de México, 1939) se ha dedicado a la literatura, la fotografía, la impartición de talleres y a la promoción de la lectura. Decidió en plena madurez escribir cuentos, novelas y crónicas arropados por episodios autobiográficos, que refieren su vivencia individual del mundo judío en México. Novia que te vea, Hisho que te nazca, Me viene un modo de tristeza y Los viajes de mi cuerpo: cuatro volúmenes indispensables de la narrativa mexicana, que reivindican los derechos de la mujer.    

Uno quiere besar a Rosita Nissán para entrar en las franjas de una cóncava inocencia: libertad vestida de requiebros, de hechos insólitos y asombrosos, grito proclamado en las coordenadas del deseo. En ella no hay timidez ni vergüenza, ella se desnuda frente a nosotros y no le importa el frío, acomoda sus piernas en la penumbra y con infinita ternura, con la exactitud sudorosa de los sueños deletrea los sinuosos movimientos del amor: ondulaciones donde es dueña absoluta. Cada vez que me la encuentro en la Cineteca veo a una muchacha insaciable que quiere alejarse de los silencios y entrar en la ronda de los arcanos de la vida. 

Una liviandad y una alegría llega de pronto: Rosita Nissán emana cordialidades, estalla ojo adentro, unos azures se difunden en cauces de un yo de un flujo de aguas marinas iniciales que borran, nulifican las ausencias. Ella asciende más allá de los alcances, más allá del horizonte. Estribillo acompasado en el tiempo, ritmo del hechizo, consonancia de acordes, celajes de una resina amorosa que se nos unta en los párpados. 

Se asoman los contornos, Rosita asume la heredad, mientras va borrando los límites, mientras los escombros dialogan con chispas, borrascosas brisas, torbellinos y murmullos de Dios: resonancias, fragores que desdeñan la irradiación oscura. Rosita siempre camina por las veredas de colores prohibidos, allí donde la palabra se mueve, donde cada palabra escapa de la página y emite oscilaciones impalpables de entrelazamiento con los hervores ocultos de la piel. 

Sí, en Los viajes de mi cuerpo hay que seguir a tientas por esos trayectos: bifurcaciones que son testimonios de vida letra a letra que fundan otros paisajes, otros pasos, es decir saltos más allá de la línea falsa del horizonte. Entramos a esos folios y se descubre un mundo luminoso: esas mujeres traspasan los instantes y merodean con seguridad terrenal los presagios de ardores que le fueron negados. Una novela escrita con ebriedad, con alegría y asombro, con abrazadora tensión en el arco de las conjuraciones, no de los reproches.  

Rosita sabe que el pasado incuba el ahora. Entra en los recodos de la presencia arropada por el gozo, por un delirio bordeado por asaltos de la memoria que esbozan reconocimientos y plenitudes. Los ritos de eros en ristras, ponderaciones, llamamientos y votos. Suaves desgarros, imperioso ajuste de cuentas entre la espuma de la impetuosa avidez. La Joan Didion de Según venga el juego y la Vivian Gornick de El fin de la novela de amor y Apegos feroces rondan por los gestos de Oshinica, Olivia y Lola Luna, tres personajes esenciales de la narrativa mexicana contemporánea. Amar a Rosita hasta el fin de los tiempos, sin adiós, sin jamás.

Portada de Los viajes de mi cuerpo
Portada de Los viajes de mi cuerpoFoto: Especial

Los viajes de mi cuerpo

  • Autora: Rosa Nissán
  • Género: Novela
  • Editorial: Planeta