Julio Trujillo

Bukowski: un telón en llamas

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo
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El quinto libro de poemas de Charles Bukowski, cuyo centenario de nacimiento se celebró el pasado 16 de agosto, fue escrito durante “un muy caluroso y lírico mes de agosto del año 1965”.

Para su libro anterior, sus editores potenciales, Jon y Louise Webb, quienes consideraban que la mayoría de los escritores eran seres humanos detestables cuando no estaban frente a su máquina de escribir, habían hecho viajar a Bukowski a Nueva Orleans para que demostrara lo contrario. Bebieron durante dos semanas y el dictamen de Jon fue claro: “Eres un bastardo, Bukowski, pero de todas maneras te voy a publicar”. Ahora Bukowski estaba bloqueado (raro en un escritor que publicó más de sesenta libros, la mitad de ellos de poesía). Cada noche, iba a la casa de sus editores y bebía con ellos hasta la mañana siguiente “en una pequeña mesa de la cocina con las cucarachas subiendo y bajando por la pared frente a nosotros”. Bukowski dormía tres, cuatro horas y regresaba a casa de los Webb, donde encontraba a Jon alimentando su pequeña imprenta con los poemas del que sería Crucifix in a Deathhand. “¿Traes poemas, Bukowski?, me preguntaba cuando llegaba (uno tenía que ser cuidadoso: alimentar de poemas a una imprenta expectante puede disolverse fácilmente en periodismo.)” Su editor enfurecía si llegaba sin poemas, así que Bukowski regresaba a su cuarto a “aporrear el teclado” para volver en la tarde con un fajo de hojas.

La anécdota dice mucho de un escritor que no podía dejar de serlo, quien atacó su máquina de escribir hasta el final de sus días y cuya escritura (los cuentos, las novelas y los poemas) siempre corrió el peligro de disolverse en periodismo. Pero en buen periodismo, agregaría yo, siendo él su único tema y haciendo de su vida el material de una intensa, brutalmente honesta crónica que se supo travestir en cuentos, novelas, poemas. No dudo en llamarlo cronista, y perfectamente consciente de ello, acumulando en la reserva autobiográfica montones de anécdotas para ser contadas después. Los cuentos, las novelas y los poemas son anécdotas, escritas a golpes crudos, sin ornato, dándole forma a un género que coincidimos en llamar “realismo sucio”. Bukowski se autorretrata, y en la descripción que hace de sí mismo, lo que parece desprecio es en realidad otra forma de la vanidad, invertida, martillándose en el autoescarnio. El resultado es un personaje que fascina, sobre todo en la juventud, por su rabiosa libertad y por su ética de no endulzar nada con adjetivos hipócritas sino de presentarse tan feo, borracho, mujeriego, errático e insoportable como fue. Una bestia entrañable. En raras ocasiones cede a la lírica: “Soy un telón en llamas / Soy agua hirviendo / Soy una serpiente soy la orilla de un vidrio que corta soy sangre / Soy este ardiente caracol arrastrándose a casa”. Como suele suceder, esa obra escrita en los márgenes del canon, hoy es canónica, pero lo es porque nunca cedió a la complacencia y es tan genuina como la cerveza barata. Poco antes de morir le escribió a un amigo: “Sigo enganchado a la máquina de escribir, me gusta deslizar las hojas blancas y golpear golpear golpear las teclas. Estoy enfermo de escritura. Es mi droga, es mi mujer, mi vino, mi dios. Mi suerte”. Y nuestra suerte también.