César Vallejo o la libertad

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En uno de sus poemas póstumos, titulado “El momento más grave de la vida”, César Vallejo le hace decir a un hombre: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”. Ese hombre (porque a veces, pero sólo a veces, la voz del poema coincide con su autor) es él, quien pasó 112 días en una cárcel de Trujillo entre noviembre de 1920 y febrero de 1921. Las razones de su encarcelamiento, estudiadas hasta el hastío por quienes evitan a toda costa la lectura de los poemas, son mucho menos relevantes que el encierro mismo y lo que éste provocó en uno de los máximos valedores de la libertad creativa —que, para poder darse—, requiere de un mínimo de libertad física.

Anotemos que fue acusado injustamente de participar en una revuelta local en su natal Santiago de Chuco. Vallejo, quien venía de publicar Los heraldos negros, comenzaba a respirar el aire cargado de libertad que electriza todos los poemas de Trilce, y fue en ese momento de su vida en el que padeció la cárcel. No son pocos, 112 días. Esa racha, ¿asfixió su desempeño escritural o, al contrario, lo potenció y agudizó más? Ambos, ahogo y desahogo, se perciben constantemente en Trilce, desde las cuatro paredes de la celda del poema XVIII (“Ah las cuatro paredes albicantes / que sin remedio dan al mismo número”) hasta la violencia física y fonética del XLI:

En tanto, el redoblante policial

(otra vez me quiero reír)

se desquita y nos tunde a palos,

dale y dale,

de membrana a membrana,

tas

con

tas.

Tundido a palos por su cancerbero (“es adorable el pobre viejo”), rodeado de rincones, el poeta encontró su resistencia y rebeldía en la demolición de la sintaxis, en el movimiento a contrapelo de la gramática española y en una retórica elusiva del poder y del dogma, del carcelero y del policía. Le escribe a un amigo desde prisión: “… me muerdo los codos de rabia, no precisamente por aquello del honor, sino por la privación material, completamente material de mi libertad animal”. En esa rabia que se muerde los codos hay una clave de lectura de Trilce, un libro en el que el lenguaje es puesto en crisis y la poesía comparece in extremis, como si comenzara por el final, como si tuviera que morir para nacer de nuevo. Todo en Trilce es libertad y ruptura de cadenas, los eslabones mismos de la oración se separan y airean, esa herramienta expresiva que aceptamos como dada, sin chistar, nuestro pequeño vocabulario y sus diversos pegamentos, estallan en un formidable gesto de emancipación que dura hasta nuestros días, un gesto inaudito y feroz, como roerse los codos. 

Para Vallejo el artista, la libertad era una obligación: “Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás”, dijo célebremente refiriéndose a Trilce. No es imposible que esa idea radical de la libertad haya tenido su semilla en la cárcel de Trujillo, cuando fue privado físicamente de su albedrío. Vale la pena reproducir otra cita de su epistolario: “Quiero ser libre, aun a trueque de todos los sacrificios. Por ser libre me siento en ocasiones rodeado de espantoso ridículo con el aire de un niño que se lleva la cuchara por las narices”.

Con la cuchara en las narices, con los codos pelados de rabia, con su Trilce bajo el brazo, César Vallejo sigue siendo un campeón de la libertad.