Propósitos y más propósitos

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En un telegrama que resume su poética entera, Samuel Beckett niega el ritual del Año Nuevo: “Propósitos Coma Cero Punto Deseos Coma Cero Punto Beckett”. Difícil descarnar más la sintaxis, pero el “cero” de Beckett, me temo, sólo acentúa nuestra pulsión de llevar una cuenta cíclica que se renueve cada 365 días, de alcanzar esos “repentinos finales para hacernos pensar” de que hablaba el poeta Richard Wilbur. Beckett se cuidó de que su ausencia de propósitos no fuera, precisamente, un propósito, en contraste con Virginia Woolf, quien abraza la paradoja: “He aquí mis propósitos: no tenerlos. No estar atada.” Luego desarrolla: “A veces, leer; a veces, no leer. Salir, sí –pero quedarme en casa a pesar de que me inviten.” El mundo como voluntad despreocupada. Porque los propósitos nos atan, sí, ¿pero no es eso justamente lo que queremos: el amarre de un objetivo, los nudos de la convicción? De cualquier manera, dichos nudos no deben apretar mucho, porque para febrero ya están totalmente sueltos…

Las razones por las que nos atrae esa circularidad también pueden provocarnos rechazo, como a Gramsci, que odiaba el Año Nuevo “entendido como vencimiento fijo que hace que la vida humana se transforme en una empresa comercial con buen cierre contable, con su balance y presupuesto para la nueva gestión”. El Año Nuevo, es cierto, fractura la continuidad, y por esa grieta colamos el anhelo de la renovación, del perdón, del borrón y cuenta nueva. Nada ha cambiado el 1 o el 3 de enero, salvo nuestra agenda mental, que se ha dado una nueva oportunidad en el calendario de las aspiraciones. Así, convertimos el ultraje de los años en un símbolo, para decirlo con Borges. Y en la excusa para unas palabras solemnes, también, como bien lo supo Nietzsche: “Para el año nuevo. Quiero aprender más y más a ver como bello lo que es necesario en las cosas; entonces formaré parte de quienes hacen que las cosas sean bellas. Amor fati: que ese sea mi amor de ahora en adelante. No quiero hacerle la guerra a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera quiero acusar a quienes acusan. Mi única negación será no mirar. En resumen: algún día quiero sólo decir que sí”.

Enero es el lunes del año, cuesta arriba pero nuevo, flamante, invitándonos a estrenarnos también nosotros mismos (como si no naciéramos todos los días al despertar, como si cada segundo no fuera distinto del anterior). ¿O es la mera formulación de los propósitos su verdadero valor?, ¿una pura retórica de la autocomplacencia? Ay, apenas formulamos nuestros propósitos, éstos comienzan a desmoronarse, y lo peor es que lo sabemos y seguimos formulándolos, alimentando la vacuidad del ritual. Si las propias promesas no se cumplen, ¿cómo podemos forzarnos a llevar a cabo un objetivo? Susan Sontag lo resolvió así: “Quiero hacer un rezo de año nuevo, no un propósito. Estoy rezando por tener valentía”. La valentía de acompañar y defender una idea hasta verla consumada, la valentía de no rendirnos, aunque el propósito sea tan sencillo como “no hablar mucho, ni de mí” (Jonathan Swift). Pedir valentía no parece una exageración.