Leonardo Núñez González

Enfrentarse al dictador

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González
Leonardo Núñez González
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Las protestas masivas que desde hace dos semanas se han dado en Bielorrusia, uno de los países con una de las situaciones geopolíticas más complicadas, han puesto sobre la mesa la posibilidad de sacar del poder a Aleksandr Lukashenko, considerado como “el último dictador de Europa” y que se ha mantenido en el poder por 26 años ininterrumpidos.

La salida masiva de ciudadanos a las calles de Minsk y otras ciudades bielorrusas debe ser reconocido como algo extraordinario, pues el mote de dictador colocado sobre Lukashenko no es sólo denominativo, sino que refiere al puño de hierro con el que ha controlado a la sociedad, así como la violencia con la que ha silenciado y eliminado a sus enemigos a lo largo de los años.

Lukashenko llegó al poder en 1994 durante las primeras elecciones que se celebraron en el país después de su separación de la extinta Unión Soviética. Abanderando un movimiento en el que se asumía como un candidato sin partido, logró obtener 80% de los votos y, una vez convertido en el primer presidente electo de Bielorrusia, inició una serie de reformas apoyadas en dudosos referéndums y avances para incrementar su poder que le permitieron, por ejemplo, que a finales de la década de los noventa se formaran escuadrones de la muerte que asesinaron a múltiples opositores y empresarios que estorbaban a las intenciones de Lukashenko de permanecer en el poder. Su control ha llegado a ser tal que en las elecciones parlamentarias del año pasado la oposición no logró obtener ni uno solo de los escaños. De los 110 asientos, 21 fueron para miembros de partidos políticos sometidos al dictador y el resto fueron ganados por supuestos candidatos independientes, todos y cada uno directamente vinculados por Lukashenko.

El control absoluto y dictatorial mantuvo sometida a la sociedad bielorrusa, pero también fue la génesis de un movimiento de hartazgo que comenzó a cuestionar al presidente y que, una vez reprimido, alimentó aún más el enojo ciudadano. Esto es evidente al ver la figura de la principal candidata de oposición que participó en las elecciones de hace unas semanas, Sviatlana Tsikhanouskaya. Antes de 2020, su principal profesión era ser maestra de inglés y traductora, mientras que la participación política era más encendida en su esposo, Sergei Leonidovich, quien abiertamente criticaba al dictador y que en mayo de 2020 anunció sus intenciones de competir por la presidencia. Dos días después, fue arrestado y encarcelado. Éste fue el episodio que lanzó a Sviatlana al ruedo político y le permitió convertirse en un faro de esperanza que fue aplastado por la manipulación electoral y el fraude con el que Lukashenko dijo haber obtenido 80% de los votos.

La combinación de esta larga historia de opresión, junto con una pésima gestión de la crisis del coronavirus, han creado las condiciones perfectas para un enojo ciudadano capaz de sobreponerse al miedo y salir a las calles para exigir su renuncia. Tendremos que ver si el dictador redobla su apuesta y aplasta este sueño democrático o si el hartazgo puede lograr empujar un cambio que hace unos meses parecía imposible.