Tambores de guerra

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El ataque de Irán a Israel, en el que se lanzaron más de 300 drones y misiles, era esperable en la medida que el régimen iraní había advertido que tendría una respuesta ante el asesinato de mandos militares que estaban en la Embajada de Damasco, en Siria, que sucedió hace dos semanas. 

No se sabía con certeza la forma que tendría el ataque, pero los más de 1,600 kilómetros que recorrieron las armas iraníes permitieron que la emergencia internacional avanzara en una especie de cámara lenta, lo que dio la oportunidad a Israel para neutralizarla prácticamente en su totalidad. La agresión se presentó con la espectacularidad necesaria para que el régimen iraní pudiera presumir una acción sin precedentes, que lo es, pero sin ningún efecto destructivo real. Los tambores de guerra se agitaron por unas horas, pero ninguno de los dos países tiene incentivos, al menos por ahora, para desatar una guerra total contra el otro.

Sin embargo, es importante notar que cada vez más países están dispuestos a empujar los límites de lo que antes se consideraba imposible, pues el orden global de la posguerra, que en buena medida se había sostenido en la capacidad disuasiva de Estados Unidos y sus aliados, se está resquebrajando. Que Rusia tomase la decisión de violar todas las normas del derecho internacional e invadiera Ucrania es el ejemplo más claro, pero alrededor del mundo múltiples actores beligerantes están tomando nota de que la fuerza puede ejercerse cada vez con menos consecuencias. Desde los ataques de los hutíes a las embarcaciones que transitan por el mar Rojo, pasando por el incremento de tensiones en Corea del Norte, hasta los avances de China para despojar a sus vecinos del Mar del Sur y también para reapropiarse de Taiwán.

Poco ayuda a esta situación el cada vez más probable regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, que implicaría que múltiples aliados de Estados Unidos tendrían que lidiar por sí mismos con muchos desafíos en los que la cooperación militar y económica podría disminuir sensiblemente o de plano terminarse. Por eso países como Francia o Alemania han tenido que volver a poner como una prioridad el gasto y la puesta a punto de sus industrias, equipamientos y preparativos militares, pues hoy no tienen ni la capacidad y ni las dimensiones necesarias para hacer frente, de manera efectiva, en un conflicto real. Que Ucrania tenga problemas para enfrentar a Rusia porque simplemente se están acabando los arsenales y sus aliados tampoco tengan suficiente stock para reabastecerlo en el corto plazo es un ejemplo claro.

Sería un catastrofismo infundado decir que se está configurando todo para que se desate un conflicto armado de grandes dimensiones entre potencias militares en el corto plazo, pero ciertamente se están sembrando las semillas para que más de un actor pierda el miedo a hacer sonar los tambores de guerra y que no haya nada ni nadie que pueda responder de manera efectiva para disuadir o desactivar el conflicto. La forma que tendrá el nuevo orden, o desorden mundial, dependerá de la sensatez o insensatez de los actores, pues los arreglos colectivos del pasado hoy están quedando rebasados.