Pedro Sánchez Rodríguez

El Cinismo

CARTAS POLÍTICAS

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Se sabe que andaba descalzo por las calles; que vestía únicamente con una capa que utilizaba también para cubrirse del frío en las noches. Cuentan que vivía en un barril de vino y, que rechazaba honores a pesar de ser admirado por Alejandro Magno.

Diógenes de Sinope (Turquía), conocido como “el Cínico” o “el perro”, escandalizaba a la población con su comportamiento, aceptaba la comida de donde sea que viniera, bebía agua directo de charcos con la lengua y orinaba frente a quien fuera, así como lo hacen —todavía— algunos perros.

Aunque Diógenes esperaba que a su muerte, su cuerpo inerte fuera arrojado para ser devorado por los perros, su cadáver terminó enterrado en un monumento honorífico en Corinto. Desde ese momento el cinismo no es el mismo. Tanto, que ya ni siquiera los perros son iguales: usan zapatos de goma y sweaters de cashmere, van a terapia y al spa, tienen cunas, cuentas de Instagram y seguro médico. Los Cínicos clásicos cosechaban la virtud a través de la austeridad y el desprendimiento material, los de nuestros días, cínicos políticos, siembran la mentira y cultivan el desprecio.

El cinismo político surge del hastío y del aburrimiento por la democracia. La democracia, junto con el liberalismo, consiguió enmarcar el conflicto político en un conjunto de reglas en el cual los enemigos son en realidad oponentes con igualdad de derechos reconocidos por ambas partes. Consiguió que el conflicto se peleara con argumentos racionales, razonables y lógicos y no con puntas, filos y balas. Este equilibrio, que produce tantos beneficios en calidad de vida y estabilidad social, es como un juego de mesa que para algunos, es demasiado complicado o aburrido para seguir jugando.

La política, los gobiernos, los partidos y las pantallas de todo el mundo se han llenado de cínicos. Los discursos han abandonado la idea de adversarios y ha regresado la idea de enemigos y con ello su desprecio; el insulto y la agresión ocupa cada vez más espacio que la crítica razonada; los argumentos son polvo flotando en la nada.

La irrelevancia de una verdad resplandeciente para hacer política ha generado un resquebrajamiento de las reglas del debate en donde lo que cuenta, no es defender una postura con argumentos razonables y racionales, sino imponer las creencias que uno tiene sin preocuparse tan siquiera si son o no verdaderas. A diferencia de fanáticos y dogmáticos que buscan imponer sus creencias porque piensan que son ciertas, los cínicos las imponen tan sólo porque son suyas (López de Lizaga, 2021).

Los cínicos de nuestros días se resisten a pensar en un bien común o justificar sus ideas de bien común porque han renunciado a cualquier intención de explicar a su adversario o a la sociedad sus posturas, aun cuando los lastimen y los afecten, aun cuando sean injustas o crueles. Cínicos sobran en la historia, pero es una ironía trágica que, en un mundo donde la información se tiene en las yemas de los dedos, el costo de las mentiras y la unilateralidad sea tan bajo.

Para el cínico lo importante no es lo que se dice, sino por qué se dice. Las motivaciones por las cuáles el otro no está de acuerdo con sus creencias nunca son sinceras, ni razonables, sino plagadas de ignorancia o de maldad. Sin un diálogo activo entre el gobierno y la oposición, liberales y conservadores y, por el contrario, ante una alta marejada de insultos, descalificaciones e imposiciones injustificadas, la democracia liberal pierde todo sentido porque el juego no es entre posturas y plataformas políticas, es entre buenos y malos.

El riesgo es mucho más alto en un país como México en donde la desigualdad económica y social no es una cifra, es una realidad que genera sentimientos de alta intensidad y son un campo fértil para el discurso cínico. Si bien el cinismo está presente tanto en la izquierda, como en la derecha, el cínico siempre mira hacia abajo y con desprecio a los otros. Pero en los últimos años, el cinismo político ha escapado de los partidos y los gobiernos para llegar a otras actividades como el narcotráfico que finalmente se han vuelto actores políticos relevantes. No hay nada más directo que las prácticas del crimen organizado, sus rituales, sus amenazas y sus enfrentamientos, fuera de toda racionalidad y razonabilidad, para entender el peligro del cinismo político en las democracias liberales.