Valeria López Vela

Papa Francisco: la Iglesia cometió un genocidio en Canadá

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La visita de la semana pasada del Papa Francisco a Canadá reflejó, nuevamente, la desgastada imagen de la Iglesia frente al espejo de la historia. El objetivo del viaje respondía a la exigencia de avanzar en el proceso de reconciliación con los pueblos Métis e Inuit.

Hace tiempo que los pueblos indígenas canadienses han mostrado una justa indignación por el trato que recibieron durante la colonización europea pues, desde finales del siglo XIX y hasta 1990, el gobierno de Canadá envió forzadamente a alrededor de 150,000 niños indígenas a internados a cargo de la Iglesia católica. La finalidad era que fueran educados en la cultura, lengua y tradiciones como parte de la colonización.

El proceso de culturalización nació herido de muerte, pues asumió la falsa premisa de la superioridad cultural que, lamentablemente, persiste hasta nuestros días. La vieja idea de que fuera de los cánones de la “civilización occidental” todo es barbarie, prehumano o inferior hizo que se arrancara a las niñas y a los niños del hogar, de la comida, de las voces que conocían hasta ese momento. Y eso, por sí mismo, es un acto de violencia.

En 2019, el gobierno de Trudeau reconoció que el Estado fue cómplice de un genocidio basado en la raza, la identidad y el género. Y pidió perdón por ello. En esa ocasión, los indígenas no aceptaron las disculpas, pues faltaba que la Iglesia se disculpara, dado que los abusos ocurrieron bajo la sombra de las sotanas. Así, el primer ministro Trudeau pidió al Papa Francisco que asumiera la responsabilidad y pidiera perdón a los indígenas.

En su visita, el Santo Padre reconoció que se secuestró a los niños para cambiar su mentalidad, sus tradiciones, su raza: toda su cultura. Y eso, también en palabras del Papa, “es equivalente a un genocidio”. Desafortunadamente, también hay registro de casos de crueldad y tratos inhumanos, que van desde abusos físicos y sexuales hasta muertes por desnutrición, enfermedades, maltrato y negligencia.

Desafortunadamente, esto ha ocurrido varias veces en la historia de la Iglesia. Todavía a mitad del siglo pasado, el mundo se estremeció con el relato del secuestro de dos niños judíos, Robert y Gérald Finaly, cuyos padres habían muerto en un campo de concentración; tras el triunfo de los aliados, los familiares intentaron recuperar a los niños. Sin embargo, contrario a la idea cristiana de caridad, se inició una fuerte disputa entre la comunidad judía de Francia y la alta jerarquía de la Iglesia, que insistía en que los niños ya eran considerados católicos y debía evitarse que fuesen criados como judíos.

De vuelta al caso canadiense, la visita del Papa Francisco, la disculpa y el reconocimiento de los abusos son un paso importante. La Iglesia ha traído tantas luces como sombras a la historia universal. Y, en mi opinión, su grandeza está en disculparse, reparar y redirigir el camino.

Pero las disculpas por los errores históricos sirven de poco si no se aprenden las lecciones fundamentales. En el caso de los pueblos originarios canadienses, como en otros, el aprendizaje está en reconocer la igualdad entre todas las personas y, por ende, las obligaciones de respeto y cuidado que implican. Irónicamente, lo que los indígenas o los judíos han pedido a la Iglesia es que vuelva a la esencia del cristianismo.