Valeria López Vela

Populismo o democracia

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

No puedo evitar hacer una parada en la situación sociopolítica de la primera mitad de este año: en condiciones de pandemia, con una ola de gobiernos populistas, con un enfrentamiento bélico potencialmente nuclear.

En ese sentido, la discusión política de fondo se encuentra atravesada por cuestiones económicas y bélicas; pero esto no es novedad. La diferencia fundamental se encuentra en que hoy, por primera vez en setenta años, enfrentamos la destrucción de la democracia desde la democracia.

A manera de ejemplo, contrastemos la conducta de dos personajes que tensan las fibras políticas de la comunidad internacional: Donald Trump —con su incesante ataque al sistema democrático— y Volodimir Zelenski —que defiende con su vida a su país—.

A pesar de los hechos, la valencia respecto de sus figuras no termina de decantarse: sobre ellos pueden leerse loas y alabanzas y, paralelamente, investigaciones judiciales. La confusión en la percepción, la desinformación y las filias políticas hacen que, desafortunadamente, muchas personas se preguntan ¿son Zelenski y Trump villanos o héroes de la democracia?

El liderazgo del presidente Zelenski ha sido un ejemplo de que los buenos gobernantes lo son, en los días luminosos y en los días adversos. Zelenski no huyó ni se acobardó; ha puesto su vida en riesgo por defender a los suyos y —por si fuera poco— ha mantenido una extraordinaria campaña de comunicación que ha dominado la narrativa sobre la guerra. Zelenski defiende la libertad, la autonomía y la identidad ucraniana, aunque en ello se le vaya la vida.

Esto no habría sido posible sin el temple de los ciudadanos ucranianos que han resistido, mantenido el espíritu de las tropas en alto y defendido su tierra, su pasado y su futuro.

Del otro lado, más allá de las discusiones coyunturales de la política estadounidense, sabemos que el perfil político de Trump se inscribe dentro del populismo y que éstos son una anomalía de la democracia: se hacen del poder mediante las reglas del juego democrático, pero —una vez en el gobierno— se dedican a debilitar las instituciones, el Estado de derecho, la libertad de prensa, para encumbrar la figura autoritaria del presidente en turno. Más que una forma parasitaria de la democracia, los gobiernos populistas son un cáncer, pues debilitando a los órganos, separan y dividen de los miembros del grupo.

El peor daño que nos dejó la administración Trump fue la falta de consenso cuando se trata de establecer la verdad; Trump hizo de la mentira un valor de cambio aceptable en la discusión democrática. Hizo que los ciudadanos prefirieran popularidad frente a responsabilidad y verdad.

Prueba de ello, es que las encuestas de popularidad dejan ver que, buena parte de la población, se conforma con migajas de verdad, al tiempo que justifican las acciones antidemocráticas con argumentos y principios demócratas.

Esta doble verdad tiene que acabarse. Los ciudadanos tenemos que ser capaces de articular, con claridad y convicción, nuestras posiciones políticas. En ese sentido, o nos decantamos por ser defensores de las democracias o de los populismos. No hay más.