Valeria López Vela

Rectores impresentables

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La tarde de ayer, vimos uno de los episodios más vergonzosos en la historia de las universidades en el mundo.

Derivado de los ataques inhumanos realizados por el grupo terrorista Hamas en contra de ciudadanos israelíes, en varios lugares del mundo hubo manifestaciones que buscaban enmarcar la barbarie como parte del largo conflicto territorial, con el fin de normalizarla. Esto es, en sí mismo, inaceptable moralmente.

Pero, además, en varios países revivió un antisemitismo feroz que —hay que escribirlo— como humanidad nos habíamos prometido no permitir nunca más. Así, vimos ataques a ciudadanos, pintas en sinagogas y, por supuesto, agresiones verbales en las universidades más prestigiadas del mundo: Harvard, entre ellas.

En ese contexto, los presidentes de renombradas universidades testificaron ayer, ante el Comité de Educación de la Cámara de Representantes, para responder a las críticas de que no están haciendo lo suficiente para contrarrestar el antisemitismo en los campus.

Claudine Gay, de la Universidad de Harvard; Liz Magill, de la Universidad de Pensilvania, y Sally Kornbluth, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, testificaron ante el comité, encabezado por la representante republicana Virginia Foxx, de Carolina del Norte.

La pregunta planteada podía responderse con un simple sí o no y fue la siguiente:

“¿Llamar al genocidio de los judíos viola las reglas de su universidad sobre intimidación y acoso?”. No pudieron hacerlo.

Por inverosímil que parezca, los presidentes universitarios —en México los llamaríamos rectores o directores generales— eludieron la respuesta. La Dra. Gay, de Harvard, se negó a dar una respuesta directa y planteó un galimatías: “Ese tipo de discurso de odio es personalmente aborrecible (…) Aceptamos un compromiso con la libre expresión, incluso aquellas que sean objetables, ofensivas y odiosas”.

Las declaraciones de los otros presidentes siguieron la misma línea y son moralmente inaceptables no solamente por su tolerancia a la intolerancia —frasearlo de esa forma es un eufemismo— sino porque su conducta valida el desprecio por ciertas personas; en este caso, se trata de las mujeres, las niñas, los niños y los hombres de religión judía.

Olvidan los presidentes que no estamos frente a un problema teórico —la paradoja de la tolerancia, como la llamó Popper—, sino frente a un asunto moral; para no perder la costumbre, se enrollaron en las letras frías y obtusas del derecho de los abogadetes, olvidando su responsabilidad histórica y dando la espalda a la dignidad humana, quicio de nuestra civilización.

Lo que vimos ayer en el Comité fue la normalización del odio sin razón. Y eso va en contra de todo espíritu universitario: en Harvard, Penn, el MIT en Estados Unidos o en la UNAM o en el CIDE, en México.

Cada sociedad tiene sus retos; en nuestro país, el silencio frente al odio sin razón hacia las mujeres —nuestros cuerpos, nuestras palabras, nuestra dignidad— debe protegerse y defenderse sin descanso. Y cualquier autoridad que con su silencio u omisiones valide actos de violencia debe ser removida y sancionada.

Que no se nos olvide la vergüenza con la que hoy, y tantos otros días, esas autoridades mancharon a nuestras universidades y traicionaron sus deberes históricos.