¿Cuál es el encanto por las piezas arqueológicas?

De subastas y urgencias, reclamos al aire de la Secretaría de Cultura

Las subastas de arte prehispánico continúan, a pesar de las quejas e intervenciones de la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto; aún hay tiempo para rectificar la ruta

Último pronunciamiento de la Secretaría de Cultura contra la subasta de arte prehispánico de la casa Millon.
Último pronunciamiento de la Secretaría de Cultura contra la subasta de arte prehispánico de la casa Millon.Captura de pantalla
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¿Cuál es el encanto de las estatuillas olmecas, los perros de cerámica o las cabezas ornamentadas mayas, para que las pujas eleven sus ventas en miles de dólares? ¿Por qué se ha renovado su valor mediático, sobre todo en nuestro país?

Denuncias van, consultorías vienen. La realidad es que las subastas de arte prehispánico continúan, a pesar de las quejas e intervenciones de la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto. Después del muralismo, la fridomanía, Tamayo, Toledo y expresiones contemporáneas como las del Dr. Lakra, Teresa Margolles o Gabriel Orozco, el arte del México antiguo aún causa sensación.

Hay que decirlo. Este boom prehispanista no es propio de la Cuarta Transformación. El coleccionismo y el gusto por lo precolombino vienen de más atrás. Hagamos un breve recuento.

La arqueología y la etnografía son producto de la urgencia enciclopedista e Ilustrada (siglo XVIII) de observar y ordenar el conocimiento, pero también se alimentan con las ideas de un pasado glorioso y superior al presente, inspiradas por el Romanticismo, un movimiento nacido en el siglo XIX para confrontar a través del sentimiento y el arte, los dramáticos cambios que se originaban a raíz de la Revolución Industrial.

Los artistas viajeros son un producto ilustrado, pero también romántico. En su mayoría alemanes, franceses e ingleses, estos hombres llegaron a nuestro país en aquellos tiempos para analizar y ordenar un mundo opuesto al suyo. Lo interesante es que, en la concreción de estas tareas, tuvieron el tiempo y la cercanía necesaria para conocer, aceptar —la existencia—, pero sobre todo valorar la originalidad del otro, en lo que podría identificarse como una celebración de lo exótico.

Las publicaciones de Alexander Von Humboldt (1769-1859), quien descifró el Calendario Azteca o las fotografías de Desiré de Charnay (1828-1915), amante de las grecas de Uxmal, fueron cruciales en la construcción del gusto por la ruina como objeto de idealización. Cabe subrayar, que esta inspiración fue llevada al extremo más de cien años después con los trabajos de los fotógrafos estadounidenses Edward Weston y Francis Toor a través de la revista Mexican Folkways.

Creada por ésta última, la publicación se dedicó a celebrar los hallazgos arqueológicos de Manuel Gamio, el folklore en las fiestas, las canciones, leyendas, así como el exotismo del arte popular mexicano y de sus ingenuos, felices y satisfechos creadores, herederos directos del reverenciado lenguaje ancestral.

Sabiendo esto, es importante entender que, parte de la admiración que hoy despiertan las piezas de las subastas, proviene de la tradición instaurada por estas miradas europeas y norteamericanas, mismas que apoyaron la internacionalización del muralismo de Rivera, Orozco y Siqueiros en un tiempo trascendente para la difusión de México en el mundo, pero también muy propicio para el tráfico de las piezas arqueológicas, que salieron del territorio nacional en pleno periodo de la posrevolución y la escasa definición de políticas sobre patrimonio cultural e histórico.

Nos queda claro que actualmente la ley regula el manejo del patrimonio, pero ¿Qué tan obvio era esto en tiempos de la huida masiva de los bienes culturales, hoy propiedad de Sotheby’s, Christie’s o alguna otra casa europea? Estas cuestiones nos abren a un debate infructuoso.

El último testimonio oficial afiliado a los valores discursivos precolombinos fue el de José López Portillo, precedido por otro aún más elocuente de Adolfo López Mateos, quien decidió homenajearlos con la construcción del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México. López Portillo se enorgullecía de estas raíces por sus vínculos a un simbolismo de poder, la arquitectura del Palacio Legislativo de San Lázaro es ejemplo de esto.

Es posible afirmar que nuestro Presidente esté empeñado en continuar con estos parámetros, el problema es que lo hace atrapado en una tremenda paradoja.

Discutir sobre la venta o no, de arte prehispánico en pleno siglo XXI, cuando prevalecen los discursos a favor de la no discriminación y los derechos humanos, la urgencia de educación y salud, habla de una suerte de desvío en el rumbo. Fuera de lo que pudo hallarse en el centro del país y en las inmediaciones de lo que hoy ocupan los vestigios de los más importantes centros ceremoniales, aún es factible hallar alguna estatuilla enterrada por el tiempo y la indiferencia en alguna población rural de nuestro país. También es probable que esta demarcación se encuentre desatendida, con las escuelas cerradas a causa de la pandemia y sus habitantes no vacunados. Olvido puro.

¿No sería más oportuno honrar el pasado haciendo valer el orgullo y la dignidad de los presentes?

Aún hay tiempo para rectificar la ruta.  

AG