Mujeres que disparan y, a veces, escriben

En esta ocasión, Bibiana Camacho escribe un ensayo sobre tres mujeres cultas e inteligentes que cedieron a sus impulsos homicidas hiriendo gravemente a sus parejas sentimentales, en diferentes décadas. María Teresa Landa, primera Miss México, mató en 1929 a su marido el general Moisés Vidal. La actriz María Luisa Bombal disparó y lesionó al piloto aviador Eulogio Sánchez a principios de los cuarenta, y la escritora Georgina Silva (alias María Carolina Geel) asesinó a su compañero de trabajo Roberto Pumarino en 1955.

Mujeres que disparan y, a veces, escriben
Mujeres que disparan y, a veces, escriben Foto: Arte digital > A partir de una fotografía de dominio público > Belén García > La Razón

Los actos nacen con uno.

—MARÍA CAROLINA GEEL

1929

Las armas circulaban libremente en ese periodo difuso posrevolucionario. Muchos andaban en la calle con revolver en el cinturón y nadie se alarmaba. No era extraño que un militar tuviera armas en su casa y que hubiera enseñado a su joven y hermosa esposa a disparar. Lo extraordinario fue que María Teresa Landa jalara el gatillo cinco veces seguidas contra su marido, el general Moisés Vidal, el domingo 25 de agosto de 1929 en la Ciudad de México. Y todavía más extraordinario que Teresa fuera la primera Miss México, una mujer culta, cuyos autores preferidos eran: Anatole France, Paul Bourget, Romain Rolland, Oscar Wilde, James Joyce y Bernard Shaw, entre otros. Representó a México en el concurso Miss Universo en Estados Unidos y obtuvo el noveno lugar y, aunque le ofrecieron trabajo como modelo y actriz, prefirió volver a cumplir la promesa de matrimonio que le había hecho el hombre del que se había enamorado en el velorio de su abuela.

Lo que María Teresa no sabía y de lo que enteraría una mañana funesta por el periódico, es que su marido, diecisiete años mayor que ella, tenía esposa e hijos abandonados en Veracruz. El titular decía: “Un general acusado del delito de bigamia”. Y más adelante: “En el Ministerio Público, la señora María Teresa Herrejón de Vidal presentó una acusaciónen contra de su marido, el general Moisés Vidal, por el delito de bigamia, solicitando la detención del acusado”. La fotografía que acompañaba la nota no dejaba lugar a dudas. Ella lo confrontó y él contestó de manera despreocupada: “No les hagas caso”. La insensible respuesta la sacó de quicio. Estaba ilegalmente casada con un hombre mentiroso y había dejado carrera y decepcionado a su familia por un supuesto amor lleno de mentiras.

Al principio intentó suicidarse con la Smith and Wesson calibre 44 que se encontraba sobre una mesita auxiliar, el general quiso impedirlo, pero entonces seis balas provocaron diez orificios que terminaron de forma inmediata con su vida.

EL JUICIO CONTRA MARÍA TERESA LANDA fue el último que se realizó con jurado popular, instaurado en 1869. En este sistema, la justicia se dictaba con un jurado conformado por nueve miembros de conducta intachable y un juez profesional. El abogado de la acusada, José María Lozano, apodado El Príncipe de la Palabra, logró conmover al jurado y al público con una narrativa efectiva en la que era presentada como una víctima de un embaucador. Tanto el aspecto físico como las probadas dotes de Landa abonaron al veredicto: absuelta por unanimidad la madrugada del 1 de diciembre de 1929.

Y, aunque muchos estuvieron en desacuerdo y afirmaban que las conductas de la acusada eran una farsa, María Teresa Landa continuó con su vida, se tituló en Biología en 1935, y también estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. En esa misma institución, cursó una maestría en Literatura, en la que se graduó con una tesis sobre Anatole France, en 1937. Diez años después, obtuvo su doctorado en Letras con un estudio sobre el poeta Charles Baudelaire. La tesis, posteriormentepublicada como libro, obtuvo la calificación cum laude. Se desempeñócomo docente de Historia en la UNAMhasta 1986. Seis años después, en 1992, María Teresa Landa falleció a los 81 años, sin haberse casado de nuevo.

1941

Con frecuencia la pasión no tiene nada que ver con el amor. Basta toparse con un personaje medianamente atractivo para depositar en él obsesiones y anhelos propios. Quizá María Luisa Bombal depositó en Eulogio Sánchez el ardor acumulado en París. Después de aproximadamente diez años de vivir y estudiar en Francia, Bombal, estudiante de literatura y fascinada con el teatro, debutó como extra en la obra El hijo de Don Quijote, montada por el L’Atelier de Charles Dullin, una escuela vanguardista. Por desgracia fue descubierta por su escandalizado tutor en una delas funciones. En cuanto se enteró de sus actividades, su madre la obligó a regresar a Chile, con el firme propósito de conseguirle marido. En 1931, recién desembarcada de Europa, conoció a Eulogio Sánchez —pionero de la aviación civil— y de inmediato el enamoramiento de María Luisa Bombal —voraz y atenta lectora de Balzac, Flaubert, Verlaine, Baudelaire y Rimbaud— fue desmedido y apasionado.

A pesar de las promesas de matrimonio, el idilio duró poco y Sánchez optó por el silencio ante las febriles y apasionadas cartas que le escribía Bombal; hasta que se encontraron en una reunión social en el departamento de Eulogio, donde ella encontró una pistola con la que podía disparar sin lastimarse de gravedad. Después del incidente, viajó a Argentina invitada por su amigo Pablo Neruda. Ahí comenzó a escribir su primera novela, La última niebla, que se publicó en 1934, a sus 23. Cuatro años después vería la luz su novela La amortajada. Y poco antes de regresar a su país publicó el cuento “El árbol”.

Luego de su larga estancia en Argentina y de una breve visita a Estados Unidos regresó a Chile en 1940. Uno pensaría que su pasión de juventud se habría enfriado, o al menos entibiado, pero no. Un nuevo fracaso amoroso reavivó la obsesión por la figura de Eulogio Sánchez. El 21 de enero de 1941, Bombal se acercó al famoso Hotel Crillón para encontrarse con él y dispararle. Ya herido y en el suelo, le disparo dos veces más. Por fortuna, la única herida en el brazo no fue grave y aunque Bombal fue encarcelada, sólo permaneció nueve meses en prisión, gracias a que Sánchez la eximió de toda culpa. Una vez absuelta, viajó a Estados Unidos. Cuando se le preguntó por el motivo de su acción, declaró: “Al matarlo mataba mi mala suerte, mataba mi chuncho”.

María Luisa Bombal es tremendamente onírica, trágica, audaz en su narrativa. En sus tres obras previas a lo acontecido en el Hotel Crillón, las protagonistas narran UNa escalofriante carencia de amor.

MARÍA LUISA BOMBAL es tremendamente onírica, trágica, audaz en su narrativa. En sus tres obras previas a lo acontecido en el Hotel Crillón, las protagonistas narran una escalofriante carencia de amor. Las parejas son ausentes, no muestran interés, son crue-les por voluntad más que por torpeza. Y las tres buscan refugio, ya sea en la niebla, en la mortaja, en el árbol gomero. La sutil, pero aguda crítica social, está presente: los estrictos roles de género aíslan, desvanecen, mutilan, suprimen.

A pesar de que en 1944 Bombal se trasladó a Estados Unidos, donde secasó con el conde francés Raphael Saint-Phalle y tuvo a su única hija, Brigitte, no logró matar su “chuncho”. Dedicada al doblaje cinematográfico, escribió poco, algunos cuentos y crónicas.

La última vez que volvió a Chile, en 1980, llegó acompañada por el dulce amargo del alcohol y falleció a causa de un coma hepático masivo en el Hospital El Salvador de Santiago. A pesar de que varios colegas pugnaron por los merecidos premios, murió esperando recibir el Nacional de Literatura y el Nobel.

1955

Años después, en el mismo Hotel Crillón, por una macabra coincidencia, ocurriría un caso similar, con distintos personajes involucrados, del que se desprende una especie de reflexión acerca del impulso letal perpetrado por la autora.

Georgina Silva Jiménez transcurría su existencia como taquígrafa en la Caja de Empleados Públicos y Periodistas; mientras que su otra personalidad, llamada María Carolina Geel publicaba libros: El mundo dormido de Yenia (1946), Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), El pequeño arquitecto (1956) y Huida (1961). Como les ocurrió a otras escritoras de su época, su narrativa no era bien vista a pesar de su calidad literaria que desarrollaba personajes femeninos buscando libertad intelectual y sexual, cuando los intelectuales de la época alababan y esperaban literatura comprometida con temas sociales y reivindicativos, y mujeres dóciles y convencionales.

Después de dos divorcios y un hijo producto del primero, María Carolina Geel se relacionó con su compañero de trabajo Roberto Pumarino Valenzuela de 32 años, cuando ella tenía 40. Él estaba separado y tenía un hijo pequeño, pero en 1955 tras la muerte de su esposa, le pide a Geel que se casen, a lo que ella responde con una negativa contundente por tratarse de “una institución que denigra la condición humana”. Pero Pumarino deseaba casarse y no tardó en conocer a una mujer más joven y comprometerse. Nunca sabremos si quizá ella habría preferido continuar la relación sin el contrato matrimonial, lo cierto es que el hecho alteró todavía más su ánimo de por sí depresivo.

NI LA MISMA GEEL SABÍA que la cita con Pumarino daría un giro tan terrible. El 14 de abril de 1955, Pumarino se acomodó en una esquina del salón de té del lujoso hotel a las cinco de la tarde en punto. Quince minutos después llegó Geel. Y media hora más tarde, a las 17:45 horas, la escritora sacó de su cartera una pequeña pistola Baby Browning, calibre 6.35 y disparó cinco de los siete tiros que había en el cargador, en forma casi consecutiva. Los numerosos clientes aterrorizados se lanzaron al piso. La vida de Pumarino se extinguió rápidamente y Geel se arrodilló a su lado y lo besó en la boca.

A pesar de los intensos interrogatorios posteriores, la escritora, en evidente estado de shock, fue incapaz de declarar los motivos del crimen. Así que la especulación no se hizo esperar: celos, frustración por una carrera literaria sin reconocimiento, demencia, despecho, fueron las razones que obtuvieron mayor aprobación del populo. Incluso se llegó a mencionar que el crimen habría sido cometido por “intoxicación intelectual”, o sea, confusión de la vida real con la literatura. Pero, sin duda, la especulación más perversa fue la que afirmaba que lo habría matado por egolatría, para aparecer en los periódicos y al fin ser conocida y leída. Lo cierto es que escribió un libro, Cárcel de mujeres, a modo de terapia y reflexión. En un principio se trataba de cartas dirigidas a su amigo y reconocido crítico literario Hernán Díaz Arrieta, mejor conocido como Alone; y luego, él mismo, al ver la cantidad y calidad del material, reunió los textos para convertirlos en un libro que se publicó en 1956. La autora decidió agregar al título “novela”, como si esta aclaración atenuara el ímpetu de las impresiones personalísimas que ahí se plasmaron. La experiencia para una mujer de una sensibilidad a flor de piel fue devastadora y sorprendente. Y a pesar de que se encontraba en un encierro privilegiado, pues cumplió su condena separada de las demás reclusas, atisbó el infierno, la repetición de los roles sociales pero exacerbados por la reclusión, los abusos de poder evidentes y el amor violento. A trote entre la crónica y la autobiografía, la autora construyó un relato íntimo de su experiencia.

Imagen de una mujer portando un arma
Imagen de una mujer portando un arma ı Foto: Creative Commons

Un espejo, la cárcel es un espejo de la sociedad, acaso más ruda y brutal, pues las dinámicas sociales son hiperbólicas. Las primeras impresiones son todas mediante voces, gritos, alaridos, fragmentos de conversaciones a través de los cuales la autora trata de dilucidar las emociones, pasiones y reyertas. Y también resalta la cualidad del silencio como algo siniestro, a veces interrumpido por gritos terribles:

Voces de la Cárcel de Mujeres: Multiplicidad de Voces. Murmullo sin tregua. Gritos que se alzan, perdidos, para caer después, inútiles, en el pequeño mar murmurante que parece tragárselos. Voces que por sí mismas crean imágenes precisas, confirmadas por éstas o por aquella mujer divisada desde mi cuarto cuando ellas van allí, arriba, a tender sus ropas míseras de colores inciertos.

Geel reconoce que allá dentro las burlas son acaso más crueles sobre “hechos ciertos, espantables en su impávida veracidad”. Descubre que las preguntas trascendentales pierden densidad ante la cólera, la crueldad y la vulnerabilidad estridente. “¿Cómo preguntarse la verdad de la existencia humana, cuando en el patio una mujer se desgañita contra sí misma y el bebé que trae dentro ante un acceso de rabia?” En cuanto asoman las ganas de juzgar, la autora se pregunta por la acción propia que la ha llevado tras las rejas y decide no calificar a nada ni a nadie.

La observación aguda de su entorno, así como su enfrentamiento cotidiano al tedio del alma, “la más mortal de las sensaciones de dolor” la encaminan a la reflexión de su propio acto. Las preguntas se ensanchan y demandan otras posibilidades de respuesta, otros puntos de vista, otras posturas y maneras de mirar.

Geel reconoce que en la cárcel las burlas son acaso más crueles sobre ‘hechos ciertos, espantables en su impávida veracidad’. Descubre que las preguntas trascendentales pierden densidad ante la cólera

Aunque sin orden, atraía hacia mí las escenas, los detalles, las palabras, tal rasgo, un gesto; el acontecer del propio instante, los posibles orígenes que encerrara el periodo que precedió y la relación misteriosa que pudiera tener aún el vivir ahora, el que siguió.

Hechos nebulosos, recuerdos deshilachados, ficciones posibles para explicar lo acontecido; sin lograrlo jamás.

¿Cómo escribir sobre esto?... Preguntas a la inteligencia insobornable. Respuestas siempre parcas, vanas, precarias. Preguntas dirigidas como dardos adentro mismo de la herida. ¡Respuestas que gimen postradas o se alzan enloquecidas contra la patética y aberrante creación del ser del hombre por un Dios incoherente!

Mujeres revisando rifles
Mujeres revisando rifles ı Foto: Creative Commons

Condenada a tres años de cárcel, sólo purgó uno gracias a la intervención de Alone y Gabriela Mistral, quien desde Nueva York pidió el indulto presidencial para ella, que le fue concedido por Carlos Ibáñez del Campo. Una vez en libertad se recluyó sumida en una profunda depresión y dedicada a su labor como escritora ycrítica. Posteriormente publicó dos novelas que tampoco tuvieron una buena acogida, El pequeño arquitecto(1947) y Huida (1969). Luego vendría el Alzheimer, que le borró todos los recuerdos lentamente hasta el día de su muerte el primero de enero de 1996.

Nunca sabremos lo que les pasó a estas mujeres por la cabeza en el momento de los disparos. La única que dejó una especie de esbozo fue Geel:

…¿iba yo ciertamente al encuentro de mi muerte?... la decisión justa que resultaba de una incapacidad casi patológica de ‘estar’ entre los seres, la meta natural de esa grave y constante angustia de no servir para nada y para nadie.” Una soledad también honda y pegajosa experimentaba Bombal: “¿De qué me sirve ser la autora de La amortajada si mi soledad es tan grande?

Imagen de una mujer apuntando con un rifle
Imagen de una mujer apuntando con un rifle ı Foto: Creative Commons

Landa, Bombal y Geel terminaron sus vidas en soledad, quizá acompañadas por el fantasma de su pro-pio acto, no del fantasma del herido o muerto, sino de ellas mismas, de lo que fueron en un instante violento y fatal. Y ni siquiera la pluma al-canzó a develar el misterio. Unas enigmáticas palabras del diario de María Carolina Geel lo confirman: “La verdad no será dicha jamás. Ni a ti, ni a mí, ni a ellos”.

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