La vida es cabrona y pega donde más te duele. Teníamos tantas ganas de ver “el concierto de heavy metal del siglo”, que Liz se mochó con los 320 morlacos para ser testigos en línea. Era el único plan del Sabbath bloody sabbath. Pero no pudimos. El celular de Liz es nuevo y mi pantalla tiene once años, no logramos aparearlos ni invocando al mismísimo Satanás. Lo intentamos todo y nada, pura frustración. Tuve una semana de mierda, un mes de mierda, un año de mierda, nomás recibiendo madrazos uno tras otro y esto era un gancho al espíritu. Por escribir sobre el FOMO de Bad Bunny, ahora el que caía redondo era yo: casi seis millones de espectadores conectados al festival metalero que rompió todos los récords, arrollando como locomotora la reunión de Oasis y los 60 años de Scorpions. Me agüité gacho, mejor tomé una quetiapina que me tumbó sin ganas de nada, así era la vida y punto.
El domingo me levanté a las 666 y me obligué a dar un rol en bicicleta, seguro en la carretera encontraría un alivio. Al regresar me puse la piyama otra vez, mientras que Liz intentaba congeniar de nuevo el celular con la pantalla. Se nos ocurrió intentarlo en la computadora que tengo con dos bocinas y vualá: Mastodon tocaba “Black Tounge”. Destapamos las cervezas del sábado y preparé unos jalones de Sweet leaf para entonarme.
Qué conciertazo armaron, los grupos tocaban de tres a cuatro canciones y por lo menos un cover de Sabbath. Disfrutamos mucho a Rival Sons, Pantera, Tool, a los cristianos de Slayer, Lamb of God, Alice in Chains, incluso Metallica tocó unos rolones. De los súper jams el segundo fue espectacular, hasta Ronnie Wood se apuntó, “Sympton of the Universe” con tres bateristas nos voló en pedazos y Steven Tyler tiró cátedra con una versión soberbia de “Train Kept A-Rollin” y “Walk this Way / Whole Lotta Love”.
NUNCA IMAGINÉ DESPEDIR A MIS ÍDOLOS en piyama y pantuflas. Y como diría Beto el Boticario, llegó la hora cuchi-cuchi, la hora chingüengüenchona, la hora ya vas que chutas: Ozzy emergió desde el centro del escenario en su trono diabólico al son de “O fortuna” de Carmina Burana. Feliz, acompañado de su banda y dándole dedo al universo. Se reventó lo mejor de Blizzard of Ozz, incluyendo la controvertida “Suicide Solution” y de paso la canción que le hizo Lemmy, “Mama, I’m Coming Home”.
El príncipe de las tinieblas reapareció con el original Black Sabbath (el Tartini eléctrico, Tony Iommi; la mano de la perdición, Geezer Butler; y el baterista pródigo, Bill Ward) para tocar sólo cuatro clásicas: “War Pigs”, “N.I.B.”, “Iron Man” y “Paranoid”, la rola y el riff con los que abrieron la puerta del heavy metal. Poco importaba que el santo patrono de la loquera cantara mal las metaleras. Así terminó la era de Sabbath, posiblemente el grupo más influyente en la historia después de los Beatles. Para la historia son los creadores del metal, la raíz de los subgéneros que les precedieron dos, tres generaciones, y los encargados de darle al rock el espíritu maligno, la actitud tenebrosa y el reino de los excesos. Por los siglos de los siglos…


