Diversa cultural

Diversa cultural
Diversa cultural Foto: Fuente > Artelista; especial; Centro Eleia; Especial y Pinterest
Mentiras distintas
Mentiras distintas ı Foto: Fuente > Artelista

MENTIRAS DISTINTAS

YO —DIJO HERMANITO—, que he hecho una profesión de fe de amor a la verdad y odio a la mentira, desearía que se llegase a la definitiva conclusión de que nunca hay que mentir.

—¡Ah! —exclamó Plotina—, no creo en absoluto que eso sea factible; pues hay, a fin de cuentas, pequeñas mentiras de cortesía que no podemos evitar, y que el decoro incluso exige que no evitemos.

—También hay mentiras generosas —añadió Amílcar—, de las que a veces es muy adecuado poder servirse.

—En cuanto a las mentiras divertidas —prosiguió Anacreonte—, solicito la gracia para ellas.

—Pues yo —añadió Clidamira— acepto que se mienta para pedir disculpas.

—Y yo, puesto que le temo a la muerte —replicó Flavia—, me contento con que me mientan cuando esté muy enferma, y que siempre me digan que me curaré, aunque no lo piensen.

—En lo que a mí concierne —dijo Valeria—, no quiero ninguna mentira, salvo que sirva para salvar la vida de alguien.

—En mi propio interés —replicó Merigeno—, me costaría mucho decir la mentira más pequeña del mundo, aunque confieso que tal vez podría mentir por orden de una amante.

Madeleine de Scudéry, Sobre la mentira, el disimulo y la sinceridad, prol. y trad. Ángeles Caso, Biblioteca de Ensayo, Siruela, 2017.

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EL ORDEN IMAGINADO

¿CÓMO SE HACE para que la gente crea en un orden imaginado como el cristianismo, la democracia o el capitalismo? No admitiendo nunca que el orden es imaginado. Siempre se insiste en que el orden que sostiene a la sociedad es una realidad objetiva creada por grandes dioses o por las leyes de la naturaleza. Las personas son distintas, no porque lo dijera Hammurabi, sino porque lo decretaron Enlil y Marduk. Las personas son iguales, no porque lo dijera Thomas Jefferson, sino porque Dios los creó así. Los mercados libres son el mejor sistema económico, no porque lo dijera Adam Smith, sino porque estas son las inmutables leyes de la naturaleza.

También se educa de manera concienzuda a la gente. Desde que nacen, se les recuerda constantemente los principios del orden imaginado, que se incorporan a todas y cada una de las cosas: a los cuentos de hadas, a los dramas, los cuadros, las canciones, a la etiqueta, a la propaganda política, la arquitectura, las recetas y las modas.

Yuval Noah Harari, De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, trad. Joandomènec Ros, Debate, 2017.

El orden imaginado
El orden imaginado ı Foto: Fuente > Especial

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CELOS QUE MATAN

DESDE LOS VEINTISÉIS AÑOS, la época de Le Villi, Puccini inicia una tormentosa relación sentimental con Elvira Bonturi Gemignani, esposa del comerciante Narciso Gemignani y madre de dos hijos, Fosca y Edgar Renato. El escándalo público no concluye sino hasta veinte años después cuando, al morir Narciso, Giacomo y Elvira pueden por fin casarse. Hasta el final de su vida como pareja será tempestuosa, a consecuencia de los constantes amoríos de él y de los celos explosivos de ella, que llegaron al extremo de acusar a una joven sirvienta, Doria Manfredi, de sostener relaciones con Puccini. El acoso de la esposa celosa llegó a tal grado que Doria se suicidó, por lo que la familia de la joven presentó una demanda judicial que hubiera llevado a Elvira a la cárcel, si no hubieran aceptado una compensación de 12 mil liras, pagada por Puccini. El drama concluyó cuando la autopsia de Doria demostró lo infundado de los celos de Elvira: Doria era virgen.

Adolfo Martínez Palomo, Chaikovski y Puccini. Músicos y medicina. El Colegio Nacional, 2025.

Celos que matan
Celos que matan ı Foto: Fuente > Centro Eleia

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Darío
Darío ı Foto: Fuente > Especial

DARÍO

ESTE DEL NOMBRE, que es una piedra preciosa, es alto, robusto, inexpresivo; ojos obscuros, pequeños y vivos; nariz ancha, de alas sensualmente abiertas; barba y cabellos ligeramente rizados; manos de marqués. Parsimonioso y zurdo continente; hablar pausado y un sí es no, es tartamudeante, pero siempre ático y fino. Orgulloso. “Yo tengo orgullo y usted vanidad”, dijo en cierta ocasión a Gómez Carrillo.

Sibarita y gourmet de buena cepa… La vida para él, llena de azares, no ha mermado sus quilates interiores. Es bueno. Es un niño —un niño egoísta o tierno, caprichoso o sereno—, celoso de sus cariños, susceptible como una violeta, capaz por esta misma susceptibilidad de comprender y sentir todos los matices de una palabra, de un gesto, de una actitud: un gran niño nervioso.

Amado Nervo, Cuentos y crónicas. Antología, prol. y selección Manuel Durán, UNAM, 2015.

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Lenguaje privado
Lenguaje privado ı Foto: Fuente > Especial

LENGUAJE PRIVADO

¿CÓMO APRENDE un hombre el significado de los nombres de sensaciones? Por ejemplo, de la palabra “dolor”. Aquí hay una posibilidad: Las palabras se conectan con la expresión primitiva, natural, de la sensación, y se ponen en su lugar. Un niño se ha lastimado y grita; luego los adultos le hablan y le enseñan exclamaciones y más tarde oraciones. Ellos le enseñan al niño una nueva conducta de dolor. “¿Dices, pues, que la palabra ‘dolor’ significa realmente el gritar?”

—Al contrario; la expresión verbal del dolor reemplaza al gritar y no lo describe. ¿Pues cómo puedo siquiera pretender colocarme con el lenguaje entre la manifestación del dolor y el dolor? ¿Hasta qué punto son mis sensaciones privadas?

—Bueno, sólo yo puedo saber si realmente tengo dolor; el otro sólo puede presumirlo.

Ludwing Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, trad. Alfonso García Suárez y Ulises Moulines, IIFs / UNAM, 2003.

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Brujas en la almohada
Brujas en la almohada ı Foto: Fuente > Pinterest

BRUJAS EN LA ALMOHADA

DESDE MI NIÑEZ he sido extremadamente curioso respecto a las brujas y los cuentos de brujas. Mi nana y mi tía, llenas de leyendas, satisfacían mi curiosidad sobre el tema. Pero debo mencionar el accidente que originalmente encauzó mi curiosidad hacia ello. En el librero de mi padre, la Historia de la Biblia, del [teólogo Thomas] Stackhouse, ocupaba un sitio distinguido. Las ilustraciones que en ella abundaban —una del Arca, en particular, y otra del templo de Salomé, delineadas con toda la fidelidad de la medición ocular, como si el artista hubiera estado allí mismo— atraían mi atención infantil. Había una ilustración, también, de una bruja invocando el espíritu de Samuel, que quisiera no haber visto nunca. […] Creo que nunca puse la cabeza sobre la almohada, desde el cuarto hasta el séptimo u octavo año de mi vida —hasta donde puedo acordarme de cosas remotas— sin la seguridad, que cumplía su propia profecía, de ver un espantoso fantasma. Absuélvase en parte al viejo Stockhouse si digo que debo a esa ilustración de la bruja levantando de la tumba de Samuel (¡Oh, ese anciano cubierto con un manto!), no mis temores de medianoche, mi infierno infantil, sino la forma y manera de su visitación. Fue él quien me hizo darle a la figura de esa bruja que por las noches se sentaba sobre mi almohada […]. Cuando entraba a la habitación donde dormía, no me atrevía a voltear la cabeza —ni siquiera a la luz del día— hacia la cama donde estaba mi almohada cargada de brujas, sino que miraba hacia la ventana, justamente en sentido contrario.

Charles Lamb, “Las brujas y otros temores nocturnos”, Ensayos de Elia, trad. Rafael Vargas, UNAM, 2024.