A Carles, aquella noche en Barcelona
La Semana Santa de 1925, hace 100 años, Federico García Lorca la pasó con Salvador Dalí en Cadaqués, el puerto natal del pintor. Los dos prácticamente solos, sin Luis Buñuel, quien se había mudado a París desde principios de ese año.
De Madrid viajaron a Barcelona, donde pasaron la noche en casa de un tío de Dalí. Al día siguiente salieron rumbo a Figueres y luego, de allí, 30 sinuosos kilómetros al pequeño puerto de Cadaqués, donde los recibió la familia Dalí: el padre, Salvador Dalí Cusí, quien ya era lector de la poesía de García Lorca, la madrastra, Catalina, y la hermana menor, Anna María, de entonces 17 años.
La familia de Dalí —escribe Federico a su familia a principios de abril—, me ha recibido exquisitamente, toda vez que el padre es hombre cultísimo y que sabe una infinidad de poemas míos de memoria. Tienen conmigo un cuidado y una serie de detalles verdaderamente deliciosos.
Federico hizo gala de sus encantos y se echó a la bolsa a la familia, “a los postres éramos tan amigos como si desde siempre nos hubiéramos conocido”, recordaba Anna María años después. Según Ian Gibson, su biógrafo, García Lorca también se dio tiempo para seguir escribiendo La zapatera prodigiosa.
Salieron a las procesiones en Cadaqués, el Jueves Santo fueron a Girona y en la catedral de allí también vieron pasar las procesiones de ese día. A Federico le sorprendieron las ruinas del viejo puerto comercial griego y luego romano de Empúries y más tarde le diría a un amigo que después de su natal Vega de Granada no había nada más hermoso que el Ampurdán. El día anterior, el Miércoles Santo se embarcaron en el Cabo de Creus y al regresar los agarró una tormenta tan fuerte que creyeron que iban a naufragar. “¡Cuántas veces me he acordado de aquel verdadero conato de naufragio que tuvimos en el Cap de Creus!”, le escribirá poco después a Anna María. En fin, Dalí lo lleva a conocer otros lugares cercanos, en esa zona donde los Pirineos desembocan al Mediterráneo. “Las brujas de los Pirineos bajan a pedir a las sirenas un poquito de luz, por Dios”, escribió Federico en otra carta.
Existen varias fotos de aquellos días en esas playas de la Costa Brava, en algunas aparecen Federico y Salvador, en otras los hermanos Dalí, así que se puede inferir que las fotografías en las que aparecen Federico y Salvador las tomó Anna María. Se les ve alegres, bailan o brincan en la arena, con toda la playa detrás sólo para ellos tres. Con esas fotografías a la mano, Dalí empieza a pintar unos cuadros y dibujos en los que la cabeza sólida y el pelo negro y abundante de García Lorca aparecen continuamente. La presencia y la poesía de Federico fueron un estímulo creativo para Dalí, como él mismo se lo reconoció en cartas y testimonios.
Regresan juntos a Madrid, Federico ya profundamente enamorado. A raíz de ese viaje, empieza a escribir su Oda a Salvador Dalí, que en principio llamó “Oda didáctica a Salvador Dalí”. En el verano, Dalí regresa a Cadaqués donde se dedica a pintar y no puede ir a verlo porque no quiere dejar los cuadros a medias y, como post scriptum, le reclama: “¡Cuándo podré conocer entera tu Oda! ¡No hay derecho a dármela con cuentagotas!” Tengo la impresión de que García Lorca escribió esa “Oda…” sólo para complacer a Dalí el ególatra, es decir, escribió lo que el pintor quería leer: una descripción metafórica pero pormenorizada del arte moderno (de allí lo “didáctica” del título original), del tránsito del impresionismo a la abstracción, que es lo que Dalí quería hacer con su obra y que Federico sabía apreciar. También va, claro, un piropo al aludido, “¡Oh Salvador Dalí, de voz aceitunada!”, y subrepticiamente el mensaje amoroso: “Pero ante todo canto un común pensamiento / que nos une en las horas oscuras y doradas”.
La mayoría de las cartas de García Lorca a Dalí se perdieron o las destruyó Gala; y es que debieron de ser varias pues en un momento Dalí le escribe: “Estoy releyendo todas tus cartas”. Entonces, las palabras que quedan, las que sí podemos leer (las de Dalí a García Lorca), cobran mayor importancia porque permiten captar mejor la emoción y el entusiasmo que sintió en esos días febriles. Por ejemplo, se puede leer: “No dejes de escribirme, tú, el único hombre interesante que he conocido”. En una foto, a principios de 1926: “a Federico que están en el secreto” (¿cuál habrá sido ese “secreto”?). Y un año después, todavía le dice: “Eres una tormenta cristiana que necesita mi paganismo. Te daré la cura para el mar. Será invierno y vamos a encender el fuego”. Federico debió de sentirse exultante al leer lo que le decía la persona que más le importaba en esos momentos, las palabras de quien amaba.
DALÍ EMPIEZA A PINTAR UNOS CUADROS Y DIBUJOS EN LOS QUE LA CABEZA SÓLIDA Y EL PELO NEGRO Y ABUNDANTE DE GARCÍA LORCA APARECEN CONTINUAMENTE
Poco antes de morir, Dalí accede a darle una entrevista a Ian Gibson para su biografía sobre García Lorca. Gibson cuenta que cuando publicó la entrevista con Dalí en El País, Isabel García Lorca, la hermana menor del poeta, amenazó con demandarlo porque en ella contaba que Federico quiso “sodomizar” al pintor en dos ocasiones. Esto me llama la atención porque hay varias fotos que Federico les envió a ellos, a sus hermanos (Francisco, Concha e Isabel), retratado al lado de Dalí y, por si fuera poco, dedicadas por ambos. En realidad, lo que Federico hacía era presumirles su alegría y al objeto de su amor… pero 60 años después su hermana Isabel todavía no se había dado cuenta.


