En días recientes, participé en un evento de la Academia Nacional de Medicina de México en torno a la relación entre la medicina científica y el pensamiento posmoderno. Es un tema atípico: Academia suele enfocarse en el estudio de los problemas clínicos. El organizador, Carlos Viesca, es un cirujano erudito en la historia de la medicina, y le interesa conocer el contexto social en el cual se desarrolla la cultura de la salud en el mundo contemporáneo. ¿Estamos en camino hacia una nueva Ilustración? ¿O entramos a una época de oscurantismo dominada por la desconfianza hacia la ciencia? Esas preguntas fueron planteadas por los participantes.
Deposito mi confianza en las sociedades que dan valor al conocimiento científico, y de manera más general, a la cultura y las artes. Pero en la actualidad encontramos tendencias irracionalistas representadas por los grupos terraplanistas, y teorías de conspiración caracterizadas por una desconfianza extrema hacia los productos de la ciencia. A veces la desconfianza está justificada, como sucede cuando los científicos colaboran con la industria de la guerra, o cuando observamos manipulaciones de empresas farmacéuticas para publicar solamente los estudios que convienen a sus intereses. Pero la desconfianza puede adoptar formas absurdas, como la creencia de grupos antivacunas que afirmaban, durante la pandemia por covid-19, que las vacunas de ARN mensajero son parte de un plan de dominación mundial impulsado por Bill Gates para implantar chips controlados por tecnología 5G. Observo alarmado el auge de líderes políticos que adoptan la política de la posverdad y “los hechos alternativos,” y que capitalizan la desconfianza hacia los profesionales de la ciencia, porque son un contrapeso al poder.
LA DESCONFIANZA HACIA LA CIENCIA tiene causas y motivaciones psicológicas y sociales de gran complejidad. Pero las sociedades democráticas disponen de instituciones para formar, proteger y compartir el conocimiento más valioso para los ciudadanos, a través de universidades y estructuras públicas y privadas como academias, fundaciones, asociaciones, colegios. Las comunidades académicas que habitan esas instituciones y estructuras gremiales tienen orientaciones teóricas y metodológicas muy diversas. Creo que la pluralidad en las formas del conocimiento tiene valor y debe protegerse. Pero necesitamos recursos para resolver las controversias que aparecen en el contexto del pluralismo. En el caso concreto de una pandemia: si no hay una manera racional de elegir entre las diversas posiciones teóricas, ¿cómo saber si debemos promover o prohibir la vacunación pública? Desde mi punto de vista, el método más efectivo incluye el debate racional: los participantes argumentan y escuchan al otro con atención genuina, sin descalificarlo de antemano, y ponderan la plausibilidad de sus explicaciones, como lo sugiere la ética del debate propuesta por el filósofo Jürgen Habermas. Pero algunos problemas requieren una investigación de los hechos mediante las mejores herramientas de observación y experimentación, un análisis de los datos obtenidos con métodos cuidadosos —considerando los posibles sesgos— y una interpretación de los resultados mediante las teorías más plausibles. Cuando surgen diferencias en la interpretación de los hechos, y la diversidad de opiniones parece irreconciliable, necesitamos un abordaje científico.

El Cultural No. 530
Esto me lleva de regreso al asunto del pensamiento posmoderno. Quiero centrarme en un punto específico que me parece especialmente delicado. Me refiero a la adopción acrítica de unas palabras en los fragmentos póstumos de Nietzsche: En oposición al Positivismo, que se detiene en los fenómenos y dice: “Sólo hay hechos y nada más”, yo diría: No, no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos establecer ningún hecho “en sí mismo”: incluso puede ser un sinsentido desear hacer tal cosa. Con frecuencia, el párrafo se resume con la fórmula “no hay hechos, sólo interpretaciones.” Y la fórmula ha sido muy popular entre quienes piensan que la ciencia no es más que un ejercicio retórico y político para imponer una narrativa uniforme al servicio de las potencias industriales y colonialistas: la ciencia sería una forma de interpretar el mundo entre muchas formas posibles, sin alguna capacidad especial para hacerlo mejor.
DENTRO DE LA TRADICIÓN CIENTÍFICA, está claro que los hechos pueden capturarse de diversas formas para construir datos empíricos. A su vez, esos datos se analizan de muchas maneras, y los resultados de dicho análisis admiten múltiples interpretaciones. Pero eliminar la noción de que hay hechos que deben interpretarse equivale, en mi opinión, a tirar el bebé junto con el agua de la bañera. En el campo de la medicina, el registro de los hechos adquiere una relevancia inusitada. Pensemos en el caso de la muerte. Si una persona ha muerto, podemos interpretar el hecho de maneras distintas, pero las interpretaciones con valor epistémico tendrán que aceptar el hecho de la muerte.
La Enciclopedia de Filosofía de Stanford plantea que la objetividad científica se concibe como la fidelidad con los hechos. Esta noción, aunque valiosa, se presta a la crítica: la construcción de teorías científicas válidas no puede ignorar la perspectiva del investigador, sus valores, los límites en sus capacidades de medición, los presupuestos teóricos implícitos en la observación, en el análisis de los datos, y en la interpretación de los resultados. En otras palabras, la objetividad tiene límites porque los científicos operan bajo influencias políticas, económicas y culturales. Pero la crítica posmoderna olvida que estos sesgos se analizan metódicamente dentro del ejercicio científico. Mediante una filosofía postpositivista desarrollada por Popper, Lakatos, Bunge, y otros autores, la actividad científica es considerada como un proceso colectivo de autocorrección gradual mediante el cual controlamos los efectos aleatorios, los sesgos, y las variables confusoras para alcanzar, en la medida de lo posible, los objetivos de la ciencia factual: describir los hechos, explicarlos, predecirlos, y cuando sea posible y deseable, controlarlos.
OBSERVO ALARMADO EL AUGE DE LÍDERES POLÍTICOS QUE CAPITALIZAN LA DESCONFIANZA HACIA LOS PROFESIONALES DE LA CIENCIA, PORQUE SON UN CONTRAPESO AL PODER
¿Cuándo y por qué deberíamos controlar procesos mediante la ciencia y la tecnología? La discusión en torno a las metas y los valores en juego nos lleva hacia un debate social más amplio, interdisciplinario, que concierne a la ciencia pero también a la filosofía, a las humanidades y a las artes, y a los sectores que no están representados en el mundo académico. No obstante, el análisis de los hechos requiere de un compromiso con la búsqueda de objetividad. Si queremos solucionar problemas de interés común como las pandemias o el cambio climático, necesitamos describir, predecir y explicar los hechos. Por eso defiendo la concepción de la ciencia como un derecho humano.

