EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Primero publicar, después escribir

Primero publicar, después escribir │ Cuco Sánchez Blues
Primero publicar, después escribir │ Cuco Sánchez Blues Foto: Especial

En ocasiones, la vocación se disfraza de accidente.

En 2002 me llevé de casa de mi cuate Alfonso Castro una máquina de escribir Olivetti que su tía había arrecholado después de jubilarse. Fue un impulso inextricable. Detrás de ese acto no se escondía la ambición de convertirme en escritor. Impulso también fue meter una hoja en blanco y comenzar a tipear. Mi contacto con la literatura hasta el momento había sido breve pero intenso. Era un lector tardío. En mi familia nunca circularon los libros excepto las novelas de Manuel Lafuente Estefanía que leía mi padre. No fui uno de esos niños a los que sus progenitores culturosos bombardean con los clásicos ilustrados. Pero el encontronazo que supuso el descubrimiento de la obra de José Agustín lo cambiaría todo.

TENÍA VEINTICUATRO AÑOS y era un ganapán en toda regla. Me había rehusado a asistir a la universidad por dos razones. Porque detestaba la escuela. Y porque mi madre me dijo que no tenía para darme ni para los camiones. Al no sentir la presión de estudiar una carrera, comencé a experimentar una metamorfosis. Decidí que mi preparación no concluiría ahí, deserté de la prepa en sexto semestre y le entregué todo mi tiempo a una de mis actividades favoritas: leer. De los diecisiete a los veinticinco vagué por las calles de la ciudad, me subí de polizonte a los tres cargueros con destino al norte y me devoré las bibliotecas de mis amigos con ansia. Hasta que un día, después de varias horas de teclear en la Olivetti, me percaté de que había terminado un relato.

Por consejo de Alfonso, acudí a uno de los dos o tres talleres literarios que había en la ciudad para someter mis relatos a juicio. El veredicto fue descalificativo, algo que con el tiempo escucharía en más de pinchemil ocasiones, lo que yo hacía no era literatura. Y jamás me publicarían en la revista que editaban. Con el tiempo me expulsaron del taller, aunque sí que me publicaron unos cuantos textos. El taller fue valioso para mí en esa etapa, porque decidí hacer todo lo opuesto a lo que ahí se pregonaba. Y me funcionó. El rechazo de mis relatos no me desmoralizó, al contrario, algo dentro de mí intuía que tal desaprobación escondía un significado. Cometí entonces la imprudencia de juntar un puñado de relatos y mandarlos al departamento de literatura del Instituto Coahuilense de Cultura. El dictamen fue positivo para su publicación y se convirtieron en el libro que ahora tienes entre las manos lector.

Seré honesto: no sufrí lo que otros aspirantes a escritores han sufrido para publicar. No tuve que pagar un excesivo derecho de piso. Y eso se reflejó en mi debut. A los veinticinco obtuve mi primera beca y de no tener un propósito en la vida, porque no sabía a lo que me quería dedicar el resto de mis días, pasé a situarme con medio pie dentro del oficio. Pero la salida, a mis veintiséis, de Cuco Sánchez Blues me destapó los oídos. El libro era (es) malísimo. No me di cuenta de ello mientras lo trabajaba con el editor. No fue sino hasta que salió de la imprenta que me cayó el veinte.

EL TALLER FUE VALIOSO PARA MÍ EN ESA ETAPA, PORQUE DECIDÍ HACER TODO LO OPUESTO A LO QUE AHÍ SE PREGONABA.

Pero tampoco me amilané. Estaba convencido de que podía hacerlo mejor. Y comencé un proceso que me llevó a profesionalizarme como lector y a considerar la literatura como un reto. Si un valor tiene el libro es ése, el de haberme empujado hacia adelante. Leí entonces una frase de Osvaldo Lamborghini con la que me identifiqué de manera rotunda: “Primero publicar, después escribir”. Era justo lo que había hecho, de manera inconsciente había seguido esos pasos. Tal concepción me haría pegar un salto descomunal hacia mi siguiente aventura: La Biblia Vaquera.

Primero publicar, después escribir │ Cuco Sánchez Blues
Primero publicar, después escribir │ Cuco Sánchez Blues ı Foto: Especial

CUCO SÁNCHEZ BLUES constó de un tiraje de mil ejemplares. El libro se agotó en poco tiempo y se volvió inconseguible. Ni siquiera en las librerías de viejo era posible pescarlo. Desde entonces no ha pasado un día sin que alguno de mis generosos lectores me preguntaran si entre mis pertenencias de casualidad no andaba olvidado un Cuco. Se convirtió en un título de culto para unos cuantos. Nunca entendí por qué. Había nacido de la imitación. De mi admiración por José Agustín y las ganas de emularlo. Pero sin la preparación literaria necesaria para autodenominarme escritor todavía.

Me había prometido a mí mismo jamás reeditar Cuco Sánchez Blues, pero Antonio Ramos se ha empeñado en volver a sacarlo no sé por qué oscuro deseo de venganza. Seguro por alguna afrenta de mi parte cometida cuando éramos jóvenes creadores en el FONCA en 2004, hace poco más de veinte años, cuando llegué con el librito como carta de presentación. No quería romperles el corazón a los lectores de mi obra posterior. Pero cambié de opinión porque si de todas maneras mi viuda va a publicarlo cuando me muera, entonces mejor aplicar el madruguete. No hay que dejar caballos sin ensillar.

Fogwill comenzó a publicar a los treinta y ocho. Y decía que igual le hubiera convenido esperar a los cincuenta. Algo así me produce Cuco Sánchez Blues. Quizá pude aguardar a amalgamar un debut más promisorio. ¿Que si me avergüenza? Claro que sí, pero recuerdo el momento en el que vi el vinyl del mismo nombre y pensé en lo atractivo que sería llamar un libro así. Me parece la justificación perfecta para haber cometido semejante atropello. Además, es el recordatorio, cucho si se quiere, de lo importante que fue la obra de José Agustín en esos años de formación. Sin su influencia es probable que yo no hubiera sentido el impulso de haberme llevado esa máquina de escribir prestada (es un decir, nunca la devolví) y me habría dedicado a vender fruta en el mercado como mi familia materna. Y este texto no existiría.

Desde aquel accidente, la vocación me ha chupado la sangre y hasta el momento en que hago esta confesión he publicado diez libros. Y me atrevo a afirmar, que más que publicar, me he dedicado a escribir. Tal y como recomendaba Osvaldo Lamborghini, sabiendo que seguir ese consejo podría destruirme. No he agregado material extra a la edición original. Sólo cambié de orden algunos relatos para tratar de que fluya mejor esta pequeña decepción. Litoscar es una especie de alter ego, algo que jamás volví a utilizar en la ficción. En 2007, todavía en el semidesempleo, hice una transa y me conseguí una computadora de caja blanca usada y jubilé la Olivetti.

Advertencia: de aquí en delante no me hago responsable de nada. Todo queda en manos del necio y cómplice lector.