LA INVENCIÓN DE LAS RUNAS
Del antiguo poema nórdico Havamal (Discursos del Altísimo), el dios Odín describe el autosacrificio por el cual consiguió las runas, el alfabeto mágico de los pueblos germánicos. Durante más de mil años, los descendientes de estas tribus de Europa Central, Escandinavia y Bretaña usaban las angulares y duras letras rúnicas con propósitos mágicos, religiosos y también prácticos.
Los historiadores, que tienen que depender de registros escritos y evidencias arqueológicas más que en las palabras de deidades paganas, han estimado el origen de las runas en el actual sur de Alemania en un tiempo anterior al año 50 d.C., fecha de la primera inscripción rúnica conocida. Una vez que se inventó, rápidamente tomó un importante papel simbólico, espiritual y mágico, y mantuvo estos roles a través de las migraciones que siguieron al colapso de Roma y la larga y oscura edad que le sucedió.
Los alfabetos rúnicos se llamaban futkark o futhorcs por las seis primeras runas, que correspondían con los sonidos f, u, th, a u o, r, y c o k. La versión más antigua de las runas, el futkark antiguo, tenía veinticuatro letras.
John Michael Greer, El ocultismo. Un viaje cronológico desde la alquimia a la wicca, trad. Natalia Calvo, Librero, 2021.
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LA ESTACIÓN DE ORSAY
EN 1961, LA SOCIÉTÉ NATIONALE des Chemins de Fer Français (SNCF) decidió vender la estación de Orsay, obsoleta desde hacía tiempo. El visitante que hoy entre en la gran nave del museo de Orsay no puede imaginar que hasta 1939 este grandioso espacio, poblado hoy de estatuas y cuadros, fue escenario de un considerable tráfico ferroviario. Más difícil aún le será imaginar la audacia necesaria para implantar en pleno centro de París, en la ribera del Sena y durante el año 1900, un edificio totalmente utilitario.
A la inversa de Londres y el Támesis, a la inversa de Viena y el Danubio, mucho había cuidado París desde el siglo XVI de levantar a lo largo del río tan sólo las más hermosas fachadas, los más bellos edificios. Al comenzar el siglo XVII se extendía en el sitio actual del museo de Orsay una propiedad de Margarita de Navarra, la famosa Reina Margot, repudiada esposa del rey Enrique IV. Luego se levantaron ahí un cuartel de mosqueteros y, sucesivamente, diversas residencias aristocráticas. En 1810, por orden de Napoleón, se edificó el nuevo Ministerio de Relaciones Exteriores, que finalmente fue asignado al tribunal de Cuentas y luego al Consejo de Estado. […] Finalmente, la Compagnie des Chemins de Fer Paris-Orléans consiguió comprar este terreno y ocupar una de las más bellas ubicaciones de la capital para construir su estación terminal.
La “Estación del Muelle de Orsay”, como entonces se llamaba, debía ser terminada para la inauguración de la Exposición Universal de 1900.
Jérôme Coignard, “La estación de Orsay”, en Nicolas Beytout (ed.), Museo de Orsay. Las obras del arte del siglo XIX, trad. Jean-Louis Duchamp, Connaissance des Arts, 2005.
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EL SEMBRADOR DE ESPANTO
—PUEDO DECIRLE ALGO que tal vez lo espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez.
Al decir esto se tumbó en un sillón y continuó con voz más alta:
—No soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy —y quiero decirlo a pesar de que tal vez no quiera creerme—, yo no soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta: ¡yo soy de la misma sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y sueña y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte cesaré de existir… El sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los hombres que están despiertos. […] ¡Cuántas veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío! Sus sueños deben ser tan vivos y tan profundos que pueden proyectar sus imágenes hasta hacerlas aparecer como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero generalizar. Me basta la tremenda seguridad de ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador.
Giovanni Papini, “Il tragico quotidiano” en Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Antología de la literatura fantástica, Debolsillo, 2017.
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¿QUÉ ES UN CLÁSICO?
1. LOS CLÁSICOS SON ESOS LIBROS de los cuales se suele oír decir: “Estoy releyendo…” y nunca “Estoy leyendo…”
2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquel, reconoce en seguida su lugar en la genealogía.
13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Italo Calvino, Por qué leer los clásicos, trad. Aurora Bernárdez, Tusquets, 1992.
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LA NAO DE CHINA
TAMBIÉN LLAMADA Galeón de Manila, con este nombre conocemos a la embarcación que, desde finales del siglo XVI, anualmente realizaba un viaje de ida y vuelta entre Acapulco y Manila, Filipinas. […] El comercio colonial fue muy intenso. Sin duda, la producción minera favoreció la creación de un mercado exterior basado en la exportación de plata hacia Europa y completado por otros productos agrícolas como los colorantes derivados del palo de añil y la grana cochinilla. Desde España, mejor dicho, desde Sevilla que era el puerto que tuvo el monopolio del comercio con las Indias hasta la parte final del periodo, eran enviados todo tipo de productos suntuarios […]
Para garantizar la seguridad del comercio atlántico, se estableció un sistema de flotas anuales que llevara a cabo los viajes entre América y Sevilla. Este sistema se completaba con un muy limitado comercio entre las colonias y para el caso de México con la importantísima Nao de China que llevaba la plata mexicana a las Filipinas, desde donde se integraba a los circuitos comerciales asiáticos y que traía especias, cerámica, sedas, ciertamente de China. Un circuito comercial tan amplio y en el que la Nueva España jugaba un papel estratégico, tanto por su posición geográfica como por la disponibilidad de plata, creó las condiciones para que se formara una poderosa clase de comerciantes afincada en la Ciudad de México que pronto controló los puntos de embarco y desembarco (Acapulco y Veracruz) y no tardó en hacer sentir su peso en Sevilla y en Manila.
Carlos Silva, 101 preguntas de Historia de México. Todo lo que un mexicano debería saber, Grijalbo, 2009.