SENTÍ UNA PUNZADA. Una molestia leve, casi imperceptible, empezó a crecer por dentro, se encarnaba. Fui al dentista. Con una lámpara iluminó el interior de mi boca y comenzó a hurgar con una herramienta metálica y fría. La muela se había fracturado, había que sacarla desde la raíz.
Tú percibiste esa misma sensación cuando leíste lo que yo había escrito, no en la mandíbula sino en el corazón. En mis párrafos buscabas abrir y cicatrizar una herida evidente. Pasabas las yemas de los dedos por las letras, te lastimaban como alfileres. Las palabras, astillas con significado, se te atoraban en la garganta y en el orgullo. Suponías anécdotas de los personajes cuyos nombres subrayaste, te hubiera gustado anestesiarlos y arrancarlos con pinzas, como si en ese territorio cavernoso de la ficción algo de tu realidad se pudiera implantar. Intentaste cerrar el libro varias veces, suturar mi versión, poner la tuya. No pudiste. El goce de mis letras te venció, no eres un creador omnipotente. Te dolía la extracción de mi mensaje.
Nos aferramos a lo que nos duele. Preferimos la molestia, es la única manera de creer que aún conservamos lo perdido. El deseo es también una muela irreparable, una obra abierta.
SENTÍ ALIVIO INMEDIATO AL PERDER aquella pieza lastimada. Mi lengua fue directo al hueco y la tuya intentó hablar por mí. La carne se sentía blanda, sensible, como si debajo aún latiera el recuerdo de yo haber sido yo. El odontólogo explicó que el agujero sería rellenado con polvo de cadáveres humanos. Lo dijo con normalidad, como si anunciara el clima. Restos óseos de otros seres de lecturas y sucesos anteriores son y fueron parte mía; vidas ya pulverizadas, aparecen mezclados, anónimos y no, convertidos en pasta reparadora, en literatura.
En unos meses me colocarán una prótesis que fingirá la ilusión de la totalidad. El cuerpo, como el texto, no tolera los vacíos y tú volverás a leerme íntegramente, aunque añadas tus interpretaciones.
En mis relatos se imprime lo que asevero y lo que invento, forman la hiancia que permanece ahí, insustituible, la presencia de la ausencia.
La piel siempre recuerda lo que ya no tiene.
Cuando tú me lees, inscribes en mis páginas tus fijaciones, tu biografía, tus fantasmas. Injertas tus proyecciones en mi lenguaje, buscas certezas, y yo me escapo de ti por en medio de las frases y mi imaginación. Quieres saber qué hay de mí entre líneas, en los espacios, puntos, comas y paréntesis, si todo es cierto o no. Sólo soy una autora con la encía expuesta, superficie abierta, vulnerable, que se muestra en la mordida que te dejo marcada en el instante del amor.
Dientes, paladar, saliva, boca digieren alimentos; poemas, cuentos y novelas procesan experiencias de los escritores al pasar por quienes leen. Al final, todos transitamos de esa manera, formados por materiales y vivencias propias y ajenas, sustancias nuestras y de los demás. Existimos como si nada nos faltara, masticando, escribiendo, leyendo, contando historias que, tarde o temprano, en polvo de huesos se convertirán.
*Mejor me río de las cosas serias.


