REDES NEURALES

Gratitud

Steven Brown reside en México desde hace más de treinta años. En entrevista con David Cortés confesó: “Después de México, ¿a dónde puedes ir?”
Steven Brown reside en México desde hace más de treinta años. En entrevista con David Cortés confesó: “Después de México, ¿a dónde puedes ir?” Foto: PatOmar / Creative Commons

Como todo hombre de palabras, siento una profunda gratitud hacia el lenguaje. Trato de imaginar el largo proceso evolutivo que hizo posible el desarrollo de esa facultad. Pienso en las ocasiones innumerables en las que un miembro del Género Homo hizo una vocalización mientras señalaba con el dedo índice un objeto del mundo. Eventualmente, las vocalizaciones fueron reproducidas por otros miembros del grupo, y usadas para evocar la imagen de un objeto ausente. El lenguaje nos permite concebir el pasado y el futuro, las cosas cercanas y las lejanas, lo que se muestra y lo que permanece oculto, las entidades concretas y los conceptos abstractos.

Pero en ocasiones el mundo se oscurece y el lenguaje verbal no puede repararlo. Mi padre consultaba con ansiedad el I Ching cada mañana y aprendí que temía la aparición de un hexagrama titulado El oscurecimiento de la luz. Juan de la Cruz nos dejó otra metáfora: la noche oscura del alma sucede cuando nuestra vida pierde su sentido y propósito. Sobreviene si advierto que no puedo recuperar el tiempo perdido: si me alejé demasiado de la corriente central de la vida humana, si no puedo estar con mis seres queridos o traerlos de regreso, si alguien me hizo daño y no pude evitarlo, si provoqué el daño y la separación de un sistema de relaciones afectivas.

A VECES EL OSCURECIMIENTO DE LA LUZ ocurre sin razones claras. No identificamos las causas del malestar, pero estamos profundamente abatidos. Una vez —al inicio de mi vida psicológica, cuando tomaba consciencia de mis contradicciones— perdí el sueño, y al amanecer el cielo era gris y opaco. Las cosas estaban inmóviles, en silencio. Para usar una metáfora, me sentía como el personaje del relato “Dónde suben y bajan las mareas”. Esto dijo Lord Dunsany: Había hecho una cosa horrible, tan horrible, que se me negó sepultura en tierra y en mar, y ni siquiera había infierno para mí. Esperé algunas horas con esta certidumbre. Entonces vinieron por mí mis amigos, y secretamente me asesinaron. El personaje no puede comunicarse: sólo observa que está en el fango de las casas en ruinas. Allí yacía solo, con las cosas olvidadas, con las cosas amontonadas que las mareas no llevarán más adelante, con las cosas inútiles y perdidas.

En tales momentos, los sentimientos de angustia y desamparo crecen como las flores del mal de Baudelaire. Tras una larga agonía, el personaje de Dunsany es rescatado por el canto de los pájaros. En mi propia noche oscura, tuve la fortuna de escuchar a lo lejos una nota musical sostenida que se extendió de manera lenta y paulatina en mi consciencia. Mis ojos abiertos sólo captaban las sombras de la habitación. La nota musical crecía en todas direcciones y creaba una atmósfera emocional inesperada: si no era un sentimiento de fe, al menos se parecía a la curiosidad. La nota —no sabía si era acústica o electrónica— era un puente en la oscuridad y sospeché que daría paso a un tejido más complejo, pero no sabía qué forma adoptaría esa textura de sonidos. La habitación se pobló lentamente con sonidos orgánicos, hechos con trozos de madera, con voces de mujeres y algunas claves rítmicas, como si la composición fuera un viento suave, circular, caleidoscópico. Un clarinete tomó la palabra, y pronunció notas de gozo sereno; al principio era una alegría tímida, pero en unos segundos se tornó en una manifestación de entusiasmo, y casi un júbilo descarado, aunque había, en todo momento, un fondo melancólico.

LA CANCIÓN DURÓ UNOS MINUTOS, pero las iteraciones se prolongaron en mi cabeza como esos ciclos oníricos donde el sueño y la vigilia se confunden en una eternidad ilusoria. Y tomó la palabra un hombre que hablaba en lengua inglesa. Sus declaraciones parecían lamentos, aunque eran lamentos de liberación. Las palabras aparecían como segmentos de la composición, y los significados eran claramente discernibles. Así como he mentido, así he sido engañado ahora, decía. Así como he juzgado, así soy juzgado ahora. Y lo repitió muchas veces. Así como los miré, así me miran ahora. Así como los he visto, así soy visto ahora.

Las reverberaciones de la canción —un eco lento y elíptico en mis recuerdos— han durado muchas décadas. La memoria es un tejido enmarañado donde los pensamientos ajenos se asimilan en nuestras propias estructuras mentales. Y yo me quedé con esa canción, que hablaba acerca de ver y ser juzgado, de juzgar y ser visto. Su título, “Out of my body”, se refiere quizá a una experiencia de liberación. ¿Tal vez concibe una variante de la ley de la reciprocidad? En el mundo cotidiano, usamos la advertencia: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Y también: con la vara que midas serás medido. En su formulación punitiva, la ley dice ojo por ojo, diente por diente. La ley de la reciprocidad tiene niveles bajos, de castigo mutuo, y niveles altos, de conocimiento a través del otro y de amar al otro como a ti mismo.

DESDE MI PERSPECTIVA, “OUT OF MY BODY” es un canto de liberación porque reconoce la reciprocidad de las miradas, la mutualidad de los juicios morales que nos marcan y con los cuales marcamos a los demás. Según la canción, somos esclavos de esos juicios si no reconocemos nuestra disposición al juego que los pone en escena. El sentido auténtico de liberación sobreviene cuando la injusticia de nuestras palabras nos provoca la indignación que sentimos cuando alguien nos condena injustamente. Sólo podemos liberarnos si buscamos una justicia recíproca. ¿Queremos una segunda oportunidad? Tenemos que ofrecerla. Tal vez la canción es una ofrenda que pide y regala una oportunidad tras la condenación.

Y esa es la historia de cómo una canción me salvó de la noche oscura. Tengo el álbum y se llama Subway to Cathedral. El autor es Steven Brown, quien fundó una banda musical legendaria, Tuxedomoon. Encontré el álbum por casualidad, y con el tiempo conocí toda su obra: un trabajo reflexivo que explora las ambigüedades de la emoción humana, y las posibilidades de la experimentación musical para recrear los escombros de la memoria y las conmociones sociales en un tiempo de cambios. Con el tiempo supe que Steven Brown vive en una comunidad de Oaxaca, da conciertos con una banda de la sierra mixe, y abre su casa para compartir la experiencia del Cinema Domingo. En este evento proyecta cine clásico y musicaliza la función en vivo, con los recursos del saxofón alto y el clarinete, la voz, y la contribución de invitados y músicos locales.

Y ESA ES LA HISTORIA DE CÓMO UNA CANCIÓN ME SALVÓ DE LA NOCHE OSCURA. TENGO EL ÁLBUM Y SE LLAMA SUBWAY TO CATHEDRAL. EL AUTOR ES STEVEN BROWN.

Es imposible usar el lenguaje verbal para codificar el ejercicio de recreación siempre cambiante de las tradiciones musicales, pero hay algo que está al alcance de un hombre de palabras. La música nos regala vivencias de extrañamiento y familiaridad, de exaltación, asombro y quietud contemplativa. Yo tuve que seleccionar solamente una canción, un músico, y una escena personal de desamparo y reconciliación para decir una palabra: gracias. Gracias a todos los seres vivos que nos ofrecen la música de la Tierra.