OJOS DE PERRA AZUL

Objeto de contrabando

OBJETO DE CONTRABANDO
OBJETO DE CONTRABANDO Foto: Cortesía de la autora

DICIEMBRE LLEGÓ sin avisar y tengo que planear mis vacaciones. Me gustaría llevarme una parte de ti, algo que pueda transportar a lo largo de mi viaje en el tren transiberiano de Moscú a Vladivostok. Una presencia que vaya junto a mí hasta llegar a mi destino, que me acompañe por los grandes ríos, las aldeas heladas y las frías estepas. Quiero un pedazo de tu cuerpo que te represente y me permita acceder a ti cada vez que los días y las noches se hagan insoportables.

Pensé en capturar el calor exacto de tu piel, esa temperatura que reconoce la mía incluso antes de acercarme. La presión de tus costillas hundiéndose en mi pecho, ese latido que nace en la base de tu abdomen cada vez que me evocas. Un suspiro o el aroma de tu aliento. Podría guardar tus besos dentro de un neceser, tus caricias en el bolsillo de mi pantalón, tu mirada en el estuche de mis lentes. El peso de tu espalda sobre mí en el equipaje que no puedo declarar. Pero lo etéreo sería muy difícil de aprehender, tengo que elegir algo tangible y concreto entre todas las zonas desprendibles de tu físico, un nervio, hueso o músculo, una pieza que siga conectada a ti aunque no esté contigo. Las piernas son difíciles de trasladar, el torso demasiado largo, los brazos fuertes, tu cabeza es pesada y llena de ideas extrañas que pudieran escaparse.

Lo que yo necesito es un órgano tuyo, vivo, a mi disposición.

TU SEXO ES EL FRAGMENTO PERFECTO, objeto de tu propiedad y también de la mía; un animal tibio que podría guardar en una jaula o entre mis palmas para moverlo a cualquier lugar. Este sí puedo esconderlo en la bolsa, empacarlo en la valija, utilizarlo donde yo esté y quiera, sin importar el clima ni la hora ni el idioma en que se hable. Caminará, respirará, comerá y despertará a mi lado. Dialogaremos, escucharemos música, dejaremos volar la imaginación mientras el tren se desplaza a toda marcha entre las montañas de Siberia. Al tenerlo no estaré sola o abandonada, ni podrán tenerlo otras mujeres. Sólo yo palparé sus cambios de textura del reposo a la erección, los relieves donde la sangre se anuncia antes de irrigar y de expandirlo.

Al tocarlo te tocaré a ti a la distancia. Responderás a mi deseo desde lejos. Reaccionarás al más leve movimiento de mis manos, recordando exactamente la humedad de mi boca, la fuerza de mis dedos, la forma en que lo sujeto cuando lo quiero mío. Revivirá con mi intercambio, reproduciendo el impulso que te atraviesa al contacto. Y con una certeza que ronda el delirio, tú, dondequiera que estés, sentirás un estremecimiento involuntario, un anuncio irresistible. Una señal inequívoca de que tu parte sigue obedeciendo a mi pasión.

Y así, no importa dónde te encuentres tú ni hasta dónde me desplace yo, esa extensión tuya seguirá recordándote mi existencia constante, incluso ausente, mientras viajo alrededor del mundo. Será la forma más precisa de permanecer, aunque me vaya. Por eso te escribo desde aquí, vodka adentro, en el último vagón de la esperanza de tenerte para siempre, falo mío.

*Un Tinder para encontrar el amor propio.

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Steven Brown reside en México desde hace más de treinta años. En entrevista con David Cortés confesó: “Después de México, ¿a dónde puedes ir?”