Alan Blasco, una tragedia y su belleza

Alan Blasco, una tragedia y su belleza
Por:
  • alicia_quinones

Nació en Veracruz en 1992. Se trata de un joven dramaturgo y actor que ha apostado por marcar una diferencia patente en cada uno de sus proyectos teatrales. En realidad, las historias que escribe o escenifica, por muy crueles que sean, siempre incluyen un toque de poesía o humor fino. La obra más reciente de Alan Blasco, titulada Tili Tili Bom, cuenta la historia de dos hermanos que planean la estrategia perfecta para asesinar a sus padres, influenciados por un amigo imaginario que carece de brazos. Tili Tili Bom es un drama narrado a manera de thriller, con un toque de humor negro y trasladado a un mundo onírico. La puesta en escena es dirigida por Víctor Carpinteiro y actuada por el autor de la obra, Alan Blasco, junto con Priscyla Esquerra; es presentada por la compañía El Círculo Teatral. Alan Blasco es licenciado en teatro por la Universidad Veracruzana; más tarde estudió en la Escuela de Cine Luis Buñuel y en la Escuela de Escritores de Madrid. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, entre otras, y ha trabajado para distintos grupos y compañías independientes.

¿Cómo surge la idea de escribir esta pieza teatral?

En realidad nace de la idea —ahora que lo pienso, quizá podría llamarla necesidad— de contar una historia y utilizar el teatro como una herramienta, como una demanda o incluso una razón social que permite levantar la voz en contra del abuso sexual infantil. La semilla está en las historias que conozco, contadas por muchos adultos que fueron víctimas de este tipo de agresión; me pareció pertinente en estos tiempos hablar de lo que está pasando. No encontraba la forma que me convenciera hasta que, hace años, me topé con una nota periodística: era sobre dos niños que durante el juego decían que querían matar a sus padres. Y lo hicieron en la vida real. Aquella noticia fue una pauta, hablaba de chicos que estaban jugando a matar a sus padres desde la inocencia, desde la imaginación, sin saber que eso podía detonar otra cosa, una explosión, algún peligro o hasta ponerse ellos mismos en riesgo. A partir de ahí empezó a surgir la historia y se compaginó con datos biográficos míos, de mi infancia, además de relatos que tenía guardados y quería contar específicamente sobre el escenario.

¿Qué complejidades encontraste a nivel literario o incluso dramático?

Yo creo que la complejidad más grande estuvo en el lenguaje. Al principio, la obra tenía una extensión de cuarenta y tantas páginas; luego, junto con el director, Víctor Carpinteiro, comenzamos a editarla, a recortarla. Al final me di cuenta de que se podía contar muy bien en 28 o 30 páginas. Asimismo aposté por un lenguaje elevado, más poético, tuve la intención de buscar el significado, la metáfora y también me propuse plasmar el lenguaje infantil, de unos niños que tienen otro nivel de conciencia, ya que los pequeños que sufren abuso se enfrentan a cosas con las que no tendrían por qué lidiar durante la infancia. El estilo de la obra no es realista, se trata de un abordaje actoral. En cuestión de texto, sin duda es un drama con tintes de thriller, pero en cuestión actoral es un estilo que no pretende ser realista: estamos en un universo onírico.

¿Qué función cumple este montaje en tu carrera?

Ha sido uno de los proyectos más difíciles para todo el equipo. Son temas delicados y no queríamos hacer algo visceral, violento ni sangriento. Por el contrario, buscamos contar una tragedia —a final de cuentas es una auténtica tragedia— de una manera bella. Tuvimos que unir dos discursos y estilos sumamente diferentes, tanto los de Víctor como los míos; en ese sentido somos como el agua y el aceite. Yo creo que ese punto fue el reto más importante del montaje. Por otro lado, creo que la función que cumple en mi carrera es lidiar con un reto actoral, un reto dramatúrgico, porque en este texto exploré la oscuridad, más aún porque mi exploración dramática estaba centrada en puras comedias negras y blancas. Para mí fue como escarbar y abrir un  baúl que tenía guardado.

¿Por qué abordar una historia tan compleja?

Es trágico que existan niños que experimentan emociones como el odio, la soledad, el rechazo, la represión, cuando en teoría la infancia es una edad donde todo debería ser juego, todo maravilloso... Hay un proverbio africano que digo cada vez que puedo sobre esta obra: “Aquel niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará su aldea para sentir su calor”. Creo que en esa frase se sintetiza el discurso que proponemos y por qué quería abordar este tema de los chicos que matan a sus papás.

¿Cómo fue el proceso de la investigación?

Ahondé más que nada en las emociones. Al poner a dos actores adultos a representar a niños queríamos hablar de la imposibilidad, porque en la ficción lo que vemos es a un niño que anhela con todas sus fuerzas ser mujer y a una niña que anhela con todas sus fuerzas ser adulta. Es como lo que hizo Jean Genet en Las criadas: la estrenó con actores hombres. Aquí, actores adultos interpretamos a dos niños porque, a final de cuentas, estamos haciendo un trabajo simbólico, metafórico. Representamos la imposibilidad del no ser. Para mí era un poco más transgresor y agresivo apostar por un recuerdo de la adultez hacia la infancia. Es voltear y decir, claro, esta etapa todos la vivimos en un momento. Por ahí fue el proceso de la investigación.

Siempre existe una porción de amor en una historia trágica.

Siempre he creído que lo que mueve al mundo es el amor, de otro modo, para qué nos levantamos, ¿no? Siempre estamos en búsqueda del amor porque es lo que puede sanar el alma. Me parece que esta obra no es la excepción, porque vemos a dos niños que no entienden el mundo, no entienden la violencia, no se ponen a razonar sobre un mundo tan caótico como el que están viviendo y a final de cuentas aman a su manera. En esta historia, los hermanos se tienen únicamente a ellos mismos. Me parece que eso es lo bello, conocer a dos niñitos que se aman con tanta pasión a su manera y del modo como ellos han aprendido, a base de puros chingadazos.

¿Para qué debemos ir al teatro a ver una obra como ésta, en un momento tan violento como el que está viviendo México?

Me parece que hay que ir al teatro, en primera, para entretenernos. Ésa es la función del arte. Y porque son temas que curiosamente no se tocan en la televisión ni en el cine. Durante la investigación me di cuenta de que hay muy pocas películas que abordan el abuso sexual infantil de forma explícita. Se trata de echar un vistazo a lo que todos, todos, hemos vivido o experimentado a través de historias cercanas. Lo hacemos de una manera sublime, respetuosa. Finalmente, hay que acudir al teatro porque sana el alma y eso es una realidad, aunque se escuche muy cursi. Haces catarsis. Me parece que el teatro permite llegar a ese punto porque es arte hecho en vivo y a todo color.