Cuando hablamos, tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que nuestro mensaje sea entendido por quien lo recibe. Sólo así se puede entablar una conversación, ejecutar una instrucción o transmitir un sentimiento. El lenguaje es una herramienta fundamental para la comunicación entre las personas, y su evolución refleja cambios sociales y culturales en cada época. En este sentido, el lenguaje inclusivo ha surgido como una propuesta para garantizar la visibilización y el respeto de todas las personas, sin importar su género, origen o condición.
La Real Academia Española (RAE) no es un comité que crea palabras, sino una institución que define y regula el uso de los términos que la sociedad adopta para comunicarse. Un buen ejemplo de esto es la palabra “cantinflear”, que la RAE define como “hablar o actuar de forma disparatada e incongruente, sin decir nada con sustancia”. La sociedad integró esta forma de hablar en su lenguaje a partir del personaje de Cantinflas, y la RAE le dio una definición y una escritura formal. Otro término moderno es “chatear”, incluido en el diccionario debido al uso extendido del chat como medio de mensajería en redes sociales. Así, nuevas ideas, conceptos e inventos se incorporan al lenguaje con el tiempo, y estos ejemplos demuestran que las lenguas también son construidas socialmente y, por lo tanto, pueden cambiar y evolucionar, al igual que las personas y los fenómenos sociales.
Como se mencionó anteriormente, el lenguaje inclusivo busca evitar la invisibilización de ciertos grupos. Por ejemplo, en la historia han sido pocas las mujeres que han ocupado la máxima dirigencia de un país, por lo que el uso del término “presidenta” resalta su papel y relevancia. Asimismo, este lenguaje intenta recuperar la letra “e” para abarcar tanto lo femenino como lo masculino en una sola palabra. Expresiones como “les damos la bienvenida” o “todes” buscan incluir a quienes no se identifican con un género específico o dentro del binario de género.
Además, este tipo de lenguaje promueve el respeto en la manera en que nos referimos a las personas, evitando términos peyorativos o discriminatorios. Por ejemplo, se recomienda decir “personas con discapacidad” en lugar de “minusválidos”, ya que ninguna persona vale menos que otra. De la misma manera, el término “enano” es considerado despectivo y se prefiere “persona de talla baja”. También es importante reconocer y nombrar adecuadamente a las personas según su origen o identidad, como en el caso de “personas afrodescendientes” en lugar de expresiones que pueden resultar insensibles o racistas.
Cuando se habla de eliminar el sexismo en el lenguaje, se busca dejar de usar el masculino como representación universal. El mundo no es sólo masculino, también es femenino, y esto debe reflejarse en nuestra forma de comunicarnos. Así como existen profesiones en su versión masculina y femenina (arquitectos y arquitectas, ingenieros e ingenieras, médicos y médicas), también se debe aplicar este principio a otras palabras. Si usamos papá y mamá, también podemos decir hijo e hija. Cuando nos dirigimos a un grupo mixto, es importante incluir a todas las personas con expresiones como “todos y todas” o “bienvenidos y bienvenidas”.
Al final, lo importante en este siglo XXI es nombrar de manera precisa y adecuada todo lo que nos rodea para garantizar una comunicación efectiva, clara e inclusiva. El mundo cambia, evoluciona, se transforma e innova, y el idioma lo hace con él. Si estas nuevas formas de expresión no te representan, simplemente no las uses, pero es importante reconocer que, en un ejercicio de libertad, cada persona tiene derecho a expresarse como mejor lo considere.
